UN DÍA CUALQUIERA
Ayer estuve todo el
día en un parque. Mi mujer Ana, mi perro Bebo y yo, preparamos bocadillos y nos
fuimos al Plocc. Es una asociación que organiza mercadillos, conciertos y
jornadas de convivencia muchos fines de semana en los escasos y desconocidos
parques de mi ciudad. Allí volví a encontrarme con mis compañeros de asamblea,
los buenos. También estaban los otros, los violentos, los ansiosos de sangre,
pero de esos pasé, ya consiguieron que dejara de asistir a las asambleas, no
iba a darles más satisfacciones. El caso es que me dio por pensar en cómo era
mi vida antes del infarto, corriendo de un lado a otro, sin tener siquiera
tiempo de observar la inconmensurable belleza que nos rodea. Yo era agente
comercial y entonces la vida parecía ser tan sólo un aperitivo anterior a la
grandeza individual, así andaba, más perdido que un ocho y, sin embargo,
creyéndome un pequeño conquistador. Pero siempre acaba llegando el momento en
el que te das cuenta de que no has estado haciendo otra cosa que construir,
piedra a piedra, tu propia senda de la estupidez. No, no penséis que me compré
un buen coche, con uno de la empresa me bastaba, tampoco compré jamás una
vivienda ni pedí crédito a algún banco, pero creía no vivir mal porque me podía
permitir caprichos y ser autosuficiente, aunque a veces tuviera que reírles las
gracias a algún gilipollas, a ver si así conseguía colocarle el producto de mi
venta. Mi momento llegó en forma de infarto. Me quedé sin poder trabajar, perdí
gran parte de la fuerza física de mi cuerpo, me tuve que conformar con esos 600
euros que por más que los estire jamás llegan a final de mes, entregué el coche
y comencé a caminar sin dirección concreta. Y de pronto descubrí que podía
detenerme cuando quisiera y donde quisiera, para descansar y, cuando lo hacía, me
paraba a observar y mis ojos se desbordaron de toda la belleza que descubrí
alrededor. ¡Increíble! Toda esa belleza había estado allí siempre y nunca la
llegué a ver. ¿Cómo era posible? Y desde entonces la vida ya no es un aperitivo,
ahora la vida es algo tan incontinente como el universo. Un ínfimo grano de
arena sobre una inmensa duna de posibilidades.
Caminamos por la vida
sin detenernos a pensar. El trabajo, las prisas, el colegio de los niños, la
hora del partido, el coche mal aparcado, que no llegamos a la cita, la fiesta
del viernes, la comunión del pequeño, el viaje a Londres, la cena con los
padres, la revalorización o la pérdida de las acciones, el coche del vecino,
los puntos de interés, Nadal y Roland Garros, el embarazo de la mujer, el éxito
social, el “creo que me engaña con otra”, la competitividad, la cervecita con
los amigos, el mundo es una jungla… y la televisión cada vez que nos paramos a
descansar. En vez de pararnos a reflexionar, encendemos el televisor. Así nos
va.
Ayer en el parque me
hablaron de los últimos desahucios, de que apenas nadie va ya a las asambleas,
de que la protesta está en letargo, en una cueva llamada internet, de que nadie
se lo puede creer, pero con 5.500 millones de parados sigue sin ocurrir nada en este
país, de ¿cómo conseguir movilizar a los ciudadanos?, de... tantas cosas durante
horas. El sol se retiró y un frío gélido comenzó a extenderse por el parque. Ya
era hora de marcharse. Nuestra casa alquilada quedaba lejos y habríamos de
volver caminando con el perro. Durante el trayecto vi a tres personas
rebuscando en contenedores de basura y, desde algunas casas, nos llegaban
gritos ahogados en desesperación. Yo agarré la mano de Ana y la besé en los
labios, ya sabéis, hay que alimentar el amor. Y cuando llegamos a nuestro hogar
encendí el televisor y daba comienzo el telediario nacional de la primera
cadena. Comenzó con la noticia de la elección de la reina del carnaval de
Tenerife, toda una fiesta del glamur y terminó con la entrevista a una diseñadora
cuyos modelos desfilaron, aquella misma tarde, por la pasarela de “fashion
week”, en la que decía, con un forzado acento francés, “yo no pegmito que la
cgisis entge en mi talleg”. En medio sólo paja, nada irrelevante. No fue más
que un día cualquiera de esta, nuestra España. Un día, en el que como todos,
aparentemente no había ocurrido nada.
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