LA ISLA DEL TOMILLO ROJO
No entiendo por qué me han encerrado aquí, injerto en la fría sombra,
oculto al abrazo del sol y de la brisa. Yo nací en esta isla, igual que mi
padre y mi abuelo y todo antepasado que mi memoria alcanza a recordar. Mi isla
es un cárdeno mar rodeado por el mar océano. La verdad es que era así antes de
que construyeran los hoteles, apartamentos turísticos, supermercados y demás
edificios. También la cárcel en la que, gracias a los chicos de las pancartas,
ahora me hospedan.
Mi abuelo padecía de jaqueca y me enseño un secreto: una infusión de
cinco hojas del tomillo más rojo alivia el más terrible amago de migraña. Por
eso, y por la mala saña del Levante, me levanté con la amanecida y arranqué las
cinco hojas más sangrantes que encontré en mi campo de tomillo, el único que
queda en pie de toda la isla, tras la aparición de las corbatas que anudan el
cuello de los adoradores del cemento y ante los que jamás cedí. Luego llegaron
los portadores de pancartas y me felicitaron por ello, por preservar esta
especie única en el mundo, dijeron. Eran buenos chicos, siempre fueron amables
y simpáticos, por eso no puedo entender que, al verme arrancar los cinco
pétalos, exigieran con tanta rabia este hospedaje.
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