LA MURALLA
Los habitantes del país floreciente comprobaron con el tiempo que,
allende sus fronteras, se expandía con ímpetu la miseria. Así que decidieron
construir una muralla compacta, sin fisuras –para qué puertas si eran
autosuficientes-, indestructible, imposible de asaltar por hordas ávidas de
violar sus herencias labradas en la tierra de sus antepasados.
Vivieron felices, sin problema que quebrantase su paz, pero el
cementerio crecía como una alimaña silenciosa, metro a metro, milla a milla. La
merma de espacio obligó a derribar casas para ubicar las tumbas onerosas de sus
amados parientes y planificar una política de reducción de nacimientos que
hiciera posible que cada ciudadano tuviese el espacio de libertad adecuado.
El último que murió dejó sus huesos pegados al muro. Nunca supieron la
fecha exacta de su muerte, pero siguen disfrutando de una paz eternamente
inquebrantable.
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