ATAÚD
Cuando le dieron la noticia de la muerte de
Monedero se sintió desvalido, como si le hubiesen arrancado el corazón. La
orfandad inundó sus ojos de lágrimas. Unos pasos absortos y silenciosos le
llevaron sin darse cuenta a la casa de quién fue un segundo padre para él.
Recordaba sus palabras dos años atrás, cuando le indujo a subir al doblado de
la casa y le mostró el pobre ataúd de tablones de pino que allí guardaba el
pintor. Recordó sus palabras tiernas y llenas de sabiduría cuando, ante su
pregunta, él respondió: - lo guardo para tener presente que la muerte nos
espera tras cualquier esquina y, por ello, hay que vivir cada instante que nos
quede intensamente.
Entró en la casa callado, como un fantasma.
La familia ya lo conocía y le dejaron hacer. Lavó el cuerpo del difunto, lo
vistió con sus mejores galas, fue a buscar el ataúd de tablones de pino y lo
acomodó en él, junto con la paleta más gastada del difunto y sus pinceles, aún
húmedos y perfumados de aguarrás. Luego lo condujo, junto con sus hijos
verdaderos, al cementerio donde el enterrador hizo su trabajo cotidiano,
mientras él, por fin, rompía su silencio: - gracias por haber llevado la vida
que viviste y habérnosla mostrado sin pudor.
Tres días más tarde seguía encerrado en
casa, pensativo, cuando vinieron a avisarle. El notario había leído el
testamento de Monedero ante la familia, y a él, a su hijo más querido, le
dejaba el ataúd.
Precioso relato.
ResponderEliminarUn legado que no se olvida ni se consume... siempre que se comprenda.
Un abrazo.