LA CÍNICA ESPAÑA
Si debiéramos definir a la
sociedad española con un solo adjetivo, ese sería sin duda, el de cínica.
Lloramos temblorosos ante la escalada de la prima de riesgo, pero nadie quiere
reconocer su parte de culpa en esta historia, ya sea por anuencia con los
grandes estafadores, por si caía algún regalo, o por pasividad ante lo que
ocurría de forma tan evidente. No era normal que estuviésemos imbuidos en la carrera competitiva para llegar
a esto, un país donde un enfermo de diálisis tiene que pagarse la ambulancia,
mientras sobran coches oficiales para llevar a los políticos a las
inauguraciones de aeropuertos en los que jamás aterrizará un avión. Lo de
Bankia no es más que un estallido de tanta podredumbre acumulada bajo el volcán
que es España. ¿Culpables? En gran medida los responsables de manejar el
cotarro. En el caso de Bankia los políticos puestos a dedo por los distintos
gobiernos autonómicos al frente de las distintas cajas de ahorros que conformaron finalmente el gigante con pies de barro y que se olvidaron de los pequeños inversores y
depositarios de las cajas que dirigían, gestionando las mismas en su favor y el de sus
amigos y partido, robando, condonando deudas electorales a su partido,
imponiéndose repartos de dividendos fraudulentos a través del falseo de los
balances, supravalorando los activos inmobiliarios, indemnizaciones
multimillonarias en caso de cesión en el cargo y blindándose con pensiones
vitalicias de escandaloso montante. Concediendo subvenciones de centenares de
miles de euros a su propio partido o a las fundaciones creadas por el partido y
afines a este, regalando limosnas en forma de subvenciones a pelotas y
aduladores, repartiendo sobres bajo cuerda para festejos y celebraciones (una
vez, alguien importante me habló de un
sobre de 3.000 euros destinados al alquiler, durante la semana de la romería, de
una casa en el Rocío y, sí, el sobre salió de una Caja), concediendo créditos
blandos e, incluso condonando la deuda después, a sindicatos afines, a la CEOE,
o a empresarios afines y, normalmente, socios en los negocios.
Ellos, los gestores
visibles, son los principales culpables, pero la verdad es que aquí no se salva
ni Dios. Desde el empresario que soborna, hasta el miembro del consejo, sea del
partido, sindicato o asociación que sea, y que ha disfrutado del pastel de
forma directa, con reflejo en su cuenta bancaria o en la acumulación de bolsas
negras bajo su cama, o de forma indirecta, regocijando su anuencia en los
magníficos ágapes que la institución ofrecía, amén de los buenos contactos y el
prestigio social que proveía, con el tiempo, en magníficas oportunidades de negocio. Pero también es culpable el adulador que llegaba para pedir
una subvención que financiase su proyecto personal (cuántos de esos se sientan
en Sol y proclaman su rabia contra el sistema, como Pedro Almodóvar, al que
admiro como cineasta, pero no por su ambigua hipocresía, y sino que nos diga
cómo consiguió su hermano Agustín financiar el documental sobre Saramago).
Todos hemos sido unos cínicos durante muchísimo tiempo y todos hemos sido
culpables porque sabíamos cómo funcionaba esta sociedad y nada hacíamos por
evitarlo. Éramos conscientes de que las leyes no se cumplían, que no existía
transparencia en España, es más, se nos presentaban como verdades transparentes, zafias y burdas mentiras y entrábamos en el juego y hacíamos como que nos lo
creíamos todo, porque eso nos interesaba, nos podía ayudar a aumentar un
poquito la nómina o a recibir algún premio si eras artista o a serte concedida
una beca o una subvención de cualquier tipo. De ese modo se han callado muchas
bocas en nuestro país. En cuanto aquel que estaba en el poder divisaba un
enemigo ciertamente temible, le llamaba a su despacho y le ofrecía algo, un
puesto o lo que sea para callarle la boca y la gran mayoría aceptó. Yo conozco
a varios de esos, ¿y usted?
Mientras tanto la burbuja
inmobiliaria crecía. Se financiaban proyectos tan majestuosos como inútiles,
aeropuertos sin aviones, edificios institucionales superfluos, parques
tecnológicos, agroalimentarios, etcétera, que después permanecían cerrados durante años
y todo por el sacrosanto tanto por ciento que se llevarían algunos bajo cuerda.
Pero nos daba igual (entonces el pueblo decía: Sí, ellos roban, pero me dan
trabajo), porque nos daban trabajo sus obras especuladoras y la nómina nos
posibilitaba el crédito del coche guapo o de la vivienda soñada. Hemos sido
unos cínicos durante demasiado tiempo y ya es hora de que asumamos la verdad e
intentemos cambiar esto, señores, si no queremos ser devorados por la bestia
cruel que hemos creado.
No es concebible que en
estos momentos en los que España tiembla ante el abismo, se abra una tienda
Ferrari en Madrid y el pueblo en masa esté allí congregado para adorar a
Fernando Alonso y a todo el lujo abyecto que le rodea, mientras la prima de
riesgo supera los 530 puntos. No es normal que la noticia que hablaba de la
apertura de dicha tienda, anunciara que la práctica totalidad de los productos
fueron vendidos en la primera hora de comercio, incluyendo un motor de fórmula
1 por 50 mil euros y monos similares a los que usa Fernando en las
carreras a 10.000 euros la unidad. ¿Pero es que estamos locos? El país en caída
libre y seguimos adorando a Don Dinero. ¿Cómo podemos permitir que la venta de
productos de lujo haya aumentado un 33% en el último año, mientras casi 2
millones de familias en España no tienen ningún ingreso y aumentan las muertes
de personas por inanición, abandono o suicidio?
Señores, los grandes
culpables de esto deberían ser juzgados y condenados por el sufrimiento que
están engendrando en tantas y tantas familias de este país. Me refiero a los políticos
(y no me pregunten, por favor, de qué partido, porque todos, con poquísimas
excepciones, han gozado de privilegios inmorales y deshonestos). Me refiero a
los grandes empresarios, esos que defraudan cada año 80 mil millones de euros a la hacienda
pública. Me refiero a algunos representantes sindicales, a los administradores
de muchas fundaciones, a los que montaron ONGs y asociaciones con el objeto de
recaudar fondos públicos en su propio interés. Todos ellos deberían sentarse en
el banquillo, aunque con miserables como el señor Dívar al frente de la
justicia también lo llevaríamos claro. Y por eso también somos culpables cada
uno de nosotros. ¿Cómo puede el pueblo español soportar y permitir todo esto
sin morirnos de vergüenza? O cambiamos el chip ya, y abogamos por la justicia
sin temor a la precariedad o moriremos con la estúpida dignidad de un despojo
inútil. Salgamos a la calle, caminemos hacia los juzgados de Madrid y saquemos
al impresentable prevaricador de su poltrona. Luchemos por dignificar primero
la justicia de este país y, después, purifiquemos tanta podredumbre institucional
y socioeconómica con el tiempo. Es imperativo que comencemos a hacerlo ya, sino
queremos ser la mayor vergüenza de nuestros propios hijos.
PD:
Hoy los Rothschild y los Rockefeller se unen. Es decir: RIT Capital Partners,
un fondo de inversiones presidido por el barón Jacob de Rothschild, acordó comprar el 37% de Rockefeller Financial Services, la matriz de
Rockefeller & Co, con lo que ambas compañías esperan capitalizar sus
apellidos y sus contactos para crear nuevas
oportunidades de negocio, informa la página web de la BBC. RIT tiene
unos US$2.900 millones de dólares en activos, mientras Rockefeller y sus
subsidiarias administran US$34.000 millones en activos.
Ellos se están preparando ya. ¿Cuándo lo haremos nosotros?
Gracias nuevamente por vestir adecuadamente la razón.
ResponderEliminarGracias a ti por leerme, Simón.
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