domingo, 1 de julio de 2012


JAULAS Y PÁJAROS

 

   Se ganaba la vida como vendedor ambulante. Treinta años recorriendo ciudades, pueblos y recónditas aldeas, cargado con su catálogo de jaulas para pájaros. Le iba bien. Sus jaulas eran las mejores, decía, sobre todas las suizas, con sus resortes impecables y precisos.  Ningún pájaro huyo de ellas jamás. Un par de años más recorriendo las autopistas, pensaba, y descansaría con una cómoda jubilación en el huerto cordobés de su yerno. Ya va siendo hora de disfrutar la vida en la libre plenitud de la naturaleza, se decía, hastiado ya de recorrer el mundo, preso de sus ventas y sus jaulas.

   Él no lo sabía, pero en las copas de los frutales de aquel huerto lo esperaban unos pájaros del gélido norte y cuyo nombre soy incapaz de pronunciar: los utzru-utzru, esas aves negras dotadas de poderes adivinatorios, paciencia infinita y el más estricto sentido de brazo vengador. Allá donde sus plumas negras brillaban, como el filo de una guadaña, bajo el sol, siempre aparecía un cadáver. Pero aquel día emigraron, abandonaron la copa del más hermoso y florido almendro y volaron durante kilómetros hasta un cruce de carretera en la provincia de Navarra, el mismo en el que un camión cargado de ganado, arrollará, en un instante mortal, el frágil vehículo de un cansado vendedor de jaulas.

 

 




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