miércoles, 31 de octubre de 2012

LA MITAD DEL MUNDO

La mitad de la cosecha de cereales
se la comen los coches.
La mitad de la pesca que se pesca se tira.
La mitad de casi todo lo que da el campo
en el campo se pudre.
La mitad del presupuesto de Etiopía
se gasta en armas.
La mitad del presupuesto de Defensa
es lo que invierte España en Educación.
La mitad del sueldo mensual del Presidente del Gobierno
da a una pensionista con 4 hijos
 para vivir año y medio.
La mitad de los familiares de los eurodiputados
trabajan en el Parlamento Europeo.
La mitad de los de abajo
se enfrentan, en realidad, con los de en medio,
los de arriba les quedan muy lejos.
La mitad de los de en medio
sirven a los de arriba para contener a los de abajo.
La otra mitad de los de en medio
es esquilmada por los de arriba
en beneficio de los de abajo
para impedir que terminen yendo contra ellos.
La mitad del 15-M
es una manifestación de soledades.
La mitad del botín de la crisis es del Botín.
La mitad de los campeones deportivos
son drogadictos.
La mitad del mundo pasa hambre
la otra mitad padece colesterol.
La mitad de lo que compartimos es una tarjeta de crédito,
la otra mitad una hipoteca.
La mitad de lo que compramos es humo
la otra mitad vanidad.
La mitad de la democracia es de los bancos,
la otra mitad de la publicidad que pagan los bancos.
La mitad de los discursos del rey
parecen pésames,
la otra mitad no hay quien los entienda.
La mitad de los políticos apelan al esfuerzo de todos,
la otra mitad pone el cazo.
La mitad que los españoles trabajan los alemanes
Y la mitad de paro que España tiene Alemania.
La mitad de los premios de poesía están dados,
la otra mitad están comprados.
La mitad de nuestro ocio se llama alcohol,
la otra mitad se llama televisión.
La mitad de nuestra vida nos la pasamos preparándonos
para un trabajo que después no existe
y la siguiente mitad de nuestra vida
el que no existe para el trabajo es ya uno mismo.
La mitad de mí es tuya
la otra mitad del Ministerio de Educación y Ciencia.
La mitad de la mitad es un cuarto
y la mitad de un cuarto es un cuartito,
y en un cuartito los dos
veneno que tu me dieras
veneno tomaba yo. 

Este es un poema inédito de mi amigo y excelente poeta Antonio Orihuela, que muy pronto formará parte de la antología “Alquimía de la Tierra”(varios autores), publicada por el editor, biólogo y reconocido poeta Santiago Aguadeb. Estoy corrigiendo los textos por encargo del editor y he querido compartir con vosotros está maravillosa primicia. A aquellos que disfruten con las letras les aconsejo la búsqueda sobre estos autores. No tienen desperdicio.

martes, 30 de octubre de 2012

FUGITIVOS

   Somos fugitivos. Polen de herida abierta, como una granada en flor, que se yergue ansiando ser polinizado y devorar la vida. O polen ya fecundado pero que está desvalido, al capricho de la brisa o la tormenta. Creemos avanzar, pero en realidad huimos de nuestra propia historia, como una sombra incansable que nos persigue. Tenemos días efímeros y días eternos, aunque algunas veces los días sean años y, otras, volátiles segundos. Sonrisas que perduran muchos años y culpas como látigos que marcan cicatrices invisibles y que procuraremos olvidar. Amaneceres de infierno y soledad entre ladrillos desnudos, pero también ocasos con brazos redentores bajo un cielo acogedor. Desconocemos nuestro destino, si existe una razón, un por qué de tanto dolor, de tanta guerra y hambre, de tanta barbarie social. Pero el asombro… Ay, el asombro ¿quién lo rechazaría? Descubrir lo desconocido, el pálpito de luz que, en su primer latido, vence a la oscuridad, las corrientes subterráneas de todos los océanos, el magma que late en el corazón de la piedra, el pícaro colibrí que habita en la sonrisa de la mujer, el manantial de vida que emana de los ojos de un bebé. ¿Cómo renunciar al milagro de la existencia? Acaso puede existir otra razón, otro destino.

   Y, sin embargo, somos fugitivos. Nos persigue la sombra de nuestro propio mal. Huimos con un esfuerzo descomunal, inhumano. Unos incapaces de caminar por el peso de sus botas de plúmbea codicia; otros dejaron de volar, se arrancaron las alas y las empeñaron en los bancos, ahora los muñones de su espalda son perchas donde los políticos cuelgan sus abrigos; otros perdieron las piernas en choques frontales con la ambición, otros se agarraron a un sueño económico y ahora ya no saben soltarse; otros han preferido comprobar si le pondrían la red cuando lo viesen pendido del vacio y perdieron, claro está; otros vendieron el alma y ahora sus bolsillos pesan más que el mercurio que envenena a los peces; otros ya ni recuerdan qué era aquello de vivir el esplendor, la maravilla; otros dejaron de remar y se tumbaron bajo el sol, otros eligieron emular a Dios y, en sus laboratorios, plagiar el universo; otros… Y el cielo permanece en calma, vacio de alas, de ilusión y de vida, allá en lo alto, con la cara desencajada, al observar tal grado de estupidez.

   Somos fugitivos, huimos en la red desde habitaciones repletas de telarañas virtuales, interiores y exteriores. Somos la presa perfecta. La esencia pegajosa del teclado, del ordenador, de la astillosa silla, nos mantiene atrapados en la trampa. Nuestros sueños circulan ajenos a nuestros cuerpos, despeñándose por cataratas de bits confusos. Ya nada podremos hacer. La araña se acerca. Es negra y azul y la frágil seda que mantiene nuestros cuerpos firmes en el aire tiembla bajo el peso de sus pasos. Y aún así, no nos vence el miedo, sacamos fuerzas del agotamiento, gritamos de rabia y seguimos intentándolo. Textos, reportajes fotográficos, denuncias evidentes, recogidas de firmas en change.org, videos y montajes fotográficos, fanzines, canciones, reflexiones políticas, discusiones políticas, radicalización, fanatismo, vanidad, intereses, compra-venta, partidos políticos, subvenciones, premios inmerecidos. En fin, justas injusticias e injustas justicias. Y así el tiempo pasa, en ráfagas de huida, incapaz de moverse, pero inexorable en su avance. Al igual que la araña inmensa, negra y azul, que ya casi nos roza con sus patas venenosas. Y, plas, en un chasquido infinitesimal dejaremos de ser fugitivos para volver a ser esclavos.

lunes, 29 de octubre de 2012

AGONÍA INVERNAL

   El frío está llegando. Ya podemos ver la nieve en las copas de los árboles quemados durante el verano. Ha sido tanta la superficie arrasada. Tanto dolor el  provocado por las llamas de la desesperación, que ya apenas nos quedan semillas con las que soñar. Y ahora se acerca la nieve blanca inmaculada como un terrible invierno ruso en la Siberia de las miserias de España. ¿Quién podrá mantenerse firme ante tan inhóspito horizonte? No será un Sandy de paso breve, ni acumulará muertos de golpe como el Katrina. Será lento, silencioso  e invisible, pero grabará el sufrimiento de muchos, demasiados, y la marca de sus huesos devastados en los adoquines gélidos de nuestras ciudades. Sin embargo, nadie piensa en ello. Aquí todos a lo suyo, a lo que se ponga de moda, lo que nos impongan los medios. En este momento chifla opinar sobre el independentismo catalán o sobre el resultado de las elecciones. Los más cosmopolitas hablan de rescate y de las políticas financieras de los Illuminati. Mientras, en garajes granadinos o en las aceras de Huesca florecen cuerpos inertes de suicidas como si fueran oscuros geranios. Y aumenta sin cesar la población callejera sin un techo sobre sus cabezas. -6º C hizo anoche en Segovia, demasiado frío para el juez que firma la orden; imaginen para la víctima desahuciada. Pero hoy todos los telediarios han abierto con el 0-5 del Real Madrid al Mallorca y el viaje del Rey a la India.

   Este verano no había dinero para cuidar el monte y ahora nuestros hijos tendrán que sembrar más árboles para que no se extingan los bosques españoles. El incendio fue terrible, desde Canarias a Mallorca, desde Almería hasta La Coruña, casi todo quedó arrasado. Ahora entramos en noviembre y las familias se agolpan en las estaciones de metro para calentarse con el trasiego del metal sobre las vías. Los bancos buenos, los de los parques y plazas de nuestro país ya no atesoran el descanso de los descendidos al infierno, ahora se convertirán en el umbral de una muerte segura, sobre todo en las ciudades del norte. Ya las colas en busca de una sopa gris pero caliente comienzan a ser impresionantes e imposibles de colmar, parecerán ríos de corrientes tan sólo subterráneas, atenazados por la densidad del hielo. Ya hasta los perros buscarán refugio y se sentirán frágiles como el cristal suspedido en el aire de una irascible tormenta. Pero se ve que no lo debe haber para todos, eso nos dicen, que los refugios escasean más allá de las cajas fuertes de los otros bancos, los de la usura y la codicia legalizada. Y nada pasa, pues seguimos a lo nuestro, lo que se pone de moda, lo que nos imponen los medios. El índice de audencia de La Voz en Telecinco, la corrupción generalizada en nuestro país, la caradura de nuestros políticos traidores. 

   Seguro que estos últimos nos hablarán este invierno más aún de austeridad. Desde sus acondicionados despachos aconsejarán al padre al que le han cortado ya la electricidad y el gas que debe ahorrar, cerrar el grifo del gasto suntuoso y sacrificarse por el bien de todos (fundamentalmente el de ellos, está claro). Y el padre llorará de impotencia mientras ve cómo su pequeña hija se congela entre sus brazos, como en la Rusia zarista de 1915, donde el hambre fue tal que llegaron a practicar el canibalismo con los infantes. Confiemos en no llegar a tal extremo. No obstante, a los suicidios crecientes tendremos que sumar los muertos por frío y/o por inanición que cubrirán como la túnica sombría del jinete apocalíptico de la guadaña nuestras fértiles calles de cadáveres. Pero no pasa nada. Nadie habla de ello. A nadie interesa tanto drama, es mejor reír, no mirar y olvidar o, mejor incluso, ni siquiera hacer el ejercicio de recordar. Los desposeídos no existen, ¿verdad? Y así todo nos irá mejor y nadie se sentirá obligado a preparar un plan de contingencia para lo que se nos adviene. ¿Será porque no hay dinero? o porque ya nos estamos acostumbrando a contar los muertos y, en el fondo, esa es la esperanza de nuestro país, de nuestros políticos, de nuestro gobierno y, sobre todo, de la señora ministra Fátima Báñez cuando exclama  a la prensa que España está saliendo de la crisis: cuántos menos queden, menos se apuntarán al paro y más dinerito en las arcas, debe pensar, aunque lo calle. ¿Qué color tendrán las últimas nieves del verano, cuando asome la sombra luminosa de una nueva primavera? Ya veréis como la tonalidad carmesí de la sangre enturbia tanta blancura inmaculada.

domingo, 28 de octubre de 2012

UNA GRAN OSTIA CULTURAL

   Zas y Zas. En todos los morros. Menuda ostia, así como suena, con reverberación mediática, les ha dado Javier Marías, el tan ínclito erudito como repudiado por la mediocridad pseudointelectual  de este país del esperpento, a los señores de la cultura pseudoprogresista española. Sí, me refiero a esos cuyo bagaje y experiencia de chupar culos de políticos les ha otorgado licencias para trapichearse premios literarios (y sé muy bien de qué hablo), elevar el caché de sus impresentables conferencias, en las que la hipocresía de unos y de otros se convierte en cenits de cuchés y climax de portadas de periódicos locales, espectáculos llenos de glamur con olor a mierda y transferencias bancarias de tres ceros por algo que no interesó ni a la sorda del barrio. Esos tragones de dinero público, tan socialistas y obreros, con sus discursitos aprendidos sobre las injusticias del franquismo, mientras, calladamente, se cagan en la mala suerte de los pobres y ahogan su penita por la desigualdad del mundo entre viajecitos de placer para asistir a encuentros subvencionados por el pueblo. Sí, por el pueblo, porque la pasta que les regalan sus amiguetes políticos la paga el pueblo. Algún  lameculos que conozco incluso farda de anarquista y, sin embargo, es propietario de un chalet a la orilla de un lago y viaja de recital en recital en su descapotable rojo. Ya os digo. Pijos con máscaras de escritores malditos, malas copias de una bohemia de la que ya solo asoma sus cenizas. Artistas del puchero y la limosna, pero incansables en su ambición por acumular hipotecas. Sátrapas de la ambigüedad, astutos de la mentira, practicantes de la adulación sibilina y los enredos.

   Pues a todos ellos, Benjamín Prado, García Montero y tantos y tantos más, a todos esos poetas de cuatro libros donde engarzan las palabras y el negocio lucrativo, el Dignísimo Javier Marías, les ha reventado los morros (que ya ven si tienen) al rechazar  los 20.000 euros del premio nacional de narrativa de este año. Zas y zas. En sopapo doble al sentarse frente a los periodistas y decir: Miren ustedes yo llevo más de 4 años sin acceder a dar ninguna conferencia en universidad, salón de plenos municipal, ni escenario cultural de diputación alguna, porque considero que soy un trabajador de la pluma como cualquier otro lo es de la construcción u operario de cualquier fábrica. Y por tanto no creo que deba tener privilegios a la hora del reparto del dinero de todos, el del erario público. Y eso que dicen ustedes de que por qué no haber aceptado el premio y donado después su importe a alguna asociación benéfica, pues qué quieren que les diga, lo que no entiendo es que el gobierno no destine el dinero público a ello, en vez de repartirlo en premios para gente a la que quieren agradar pero que no lo merecemos.

      La cara de Benjamín Prado, durante la emisión de la rueda de prensa de Javier Marias, en el programa de la tarde en la Sexta era un poema. Un poema mediocre, como todos los de sus escasos libros. El flamante firmante y portavoz del manifiesto a favor de la cultura, decía comprender las motivaciones de Marías y admitía su coherencia, pero argumentaba que él nunca vio la coherencia como una virtud, muy al contrario, que pensaba que la coherencia era en realidad una invisible frontera para limitar la evolución del hombre y de su pensamiento. Zas, zas y zas le daba yo en los morros, triple y seco por hipócrita y por zafio. El hijo del chófer real soñó desde chiquito con el compadreo de los señoritos de Madrid. Y estará siempre dispuesto a rebajar su dignidad lo que haga falta, mientras le sigan entregando un pequeño pedacito del pastel. Seguir publicando y vendiendos libritos subvencionados y confeccionados sin gran esfuerzo. Seguir repartiéndose con los coleguitas del alma e hipocresía los innumerables premios institucionales que a lo largo de la extensa geografía española se inventaron para darles de comer a tanto vasallo de la pluma, para que así callen y nunca se rebelen a la injusticia social impuesta. El político les da la pasta y ellos adormecen al pueblo con gilipolleces pseudoliterarias sin crítica veraz alguna, sólo una pose falsa de izquierdismo radical que otorga, al permitirlo, un aura más audaz y progresista al concejal o al diputado de turno. ¡Qué asco me dan todos estos mierdas!, tanto como admiración crece en mí hacia Javier Marías. ¡Ole tus huevos, doctor Marías! En el ámbito de la cultura eres mi mayor ejemplo y deberías también serlo para cada ciudadano de España.

viernes, 26 de octubre de 2012

EL ÁNGEL QUE DECIDIÓ CALLAR

   ¡Tiene cojones! Ahora que van desapareciendo los estudios filosóficos y sociales, que desde hace tanto tiempo nos vienen convenciendo de la inutilidad de estos ámbitos en un futuro tan prometedor y creciente como especializado, ahora que los filósofos  sobran en los institutos de secundaria, nos da a todos por  convertirnos, de la noche a la mañana, en sociólogos, emergentes filósofos, doctores en política social y económica. Será por ello que algunos acabamos hastiados de tanta pose, de tanto chapapote de vanidad emergiendo desde el fondo del altruismo impostado. Todo es mentira. Cada uno guardamos en el alma una caja de Pandora y no dudaremos en abrirla cuando esto estalle. Por eso a veces pienso que es mejor estar callados. Total, para decir a quién si nadie escucha. No somos más que soliloquios desquiciados, obcecados en una estúpida rutina sin sentido. Cada uno con su vehemente discurso, mientras se da cabezazos desesperados sobre un muro que nada oye. Y es que, en el fondo, todo español guarda a un patético dictador en sus entrañas.

   La izquierda, la estúpida e inútil izquierda de este país sigue sin presentar una alternativa que encandile al pueblo o no sabe usar los medios para dársela a conocer. Siguen de lucha, tan voraces que no se sacian nunca de enemigos y los buscan hasta debajo de las piedras. Están tan necesitados de un baño de gloria ufana, de heroísmo fugaz, de absurda y disimulada vanidad que se pelean más entre ellos, enarbolando sus ignorancias, que con la miserable derecha que la humilla y explota. Así ocurre lo que ocurre. Hasta 74 partidos distintos han llegado a presentarse en las elecciones gallegas. ¡Hala! Todos con ínfulas de grandeza y la puta codicia de acceder al magnífico sueldo de un diputado. Y ahora resulta que, con cientos de miles de menos votos que en las anteriores elecciones, va a seguir gobernando el PP y con más amplia mayoría. ¡Seremos idiotas! La izquierda de este país tiene un problema mental grave: hablan y hablan sobre la necesaria unidad sin parar, cuando lo que quieren decir en realidad es únete a mí  yo y hazme más fuerte. Es todo mentira. Hay tanta mentira que uno, a veces, decide callar. Total, hablar para qué. Y sin embargo no pasa nada, da igual si callas o gritas, si clamas u omites, si ruegas o claudicas. No pasa nada. Los que exigen democracia seguirán negando el resultado de las urnas y la miserable derechona de este país arcaico y ancestral seguirá ejerciendo su auto-otorgado derecho de pernada. ¿Alguna palabra tendrá utilidad en este contexto si éste niega continuamente la posibilidad de verdad en ella? Evidentemente no. Porque toda palabra nace del seno de la tormenta de la mentira.

   Eso pensaría Ángel Domingo en la madrugada del día 25 de octubre del 2012, en el barrio de la Chana, en la enigmática y maravillosa Granada. ¿De qué sirve hablar si nadie escucha? No escuchan los buitres carroñeros del banco, no escuchan estos miserables y abyectos políticos que nos gobiernan, no escucha el pueblo, nadie escucha a nadie porque nadie deja de hablar, como perros desquiciados que se ladran y amenazan entre ellos, se diría, mientras esperaba los golpes en la puerta de su casa de los representantes del banco que lo venían a desahuciar, segundos antes de que se descolgara en el vacío, con el nudo de la soga apretando su garganta. Quizás por ello Ángel escogió el silencio, vivir con la dignidad intacta sus últimos días y marcharse sin molestar. Pero ¿cuántos tendrán que marcharse para que recapacitemos, decidamos callar durante un rato y comprendamos que ya nos es imperativo dialogar? ¿Cuántos tendrán que colgarse la soga al cuello, incinerarse a lo bonzo, cortarse las venas, lanzarse desde el balcón, tomarse varias cajas de somníferos, pegarse un tiro en el corazón o lanzarse a las vías del tren? Creo que en lo que va de año ya hemos superado los 13.000 suicidios en España. ¿Pero es que aún no nos hemos dado cuenta de que estamos jugando con vidas humanas? ¿Tan miserables somos? Porque tanta estupidez ya es imposible. Al menos Ángel Domingo, posiblemente, se dejara la ventana abierta para marcharse con la impresionante imagen de la Alhambra iluminada en sus retinas. Descanse en paz.

  Mientras, hoy, seguirán ejecutándose 370 desahucios, los que se llevan a cabo diariamente en este país. 370 familias pasarán a ser ciudadanos del frío y duro adoquín de la puta calle, mientras los bancos que rescatamos siguen acumulando pisos vacíos en su balance de activos nocivos a sanar. Y ¡Bienaventurados los negocios!, corearán en misa los banqueros cada domingo, mientras curas, políticos y jueces ahuecan la mano, a modo de cepillo. Y el chavalito de 17 años, anarquista y vehemente, seguirá exigiendo sus derechos, ganados con el sudor y esfuerzo de sus abuelos, su derecho a una vivienda gratis y a una subvención que le permita estudiar lo que desee (aunque no desee estudiar nada) y a costearse los petas del moro sin esfuerzo. Y el funcionario seguirá dolido fundamentalmente por no haber cobrado la paga que le impidió irse de vacaciones este verano. Y los abuelos seguirán ocupándose de hijos y de nietos. Y el tiempo pasará y seguirá sin pasar nada en este país de cómicos faranduleros del esperpento y atalayas sin cimientos ni dignidad. Y todo pasará a formar parte del olvido porque ninguna mentira suele hacer mella en la historia de la realidad.

   (He estado callado durante semanas. Hoy, la muerte de Ángel me ha impelido a gritar. Pero quizás, después de este texto, me vuelva a callar. Total, ¿de qué sirve esto?, comienzo a preguntarme ya.)

lunes, 15 de octubre de 2012

EL CORAZÓN DE LA BELLEZA
                                                            
   Se llama Vanesa. Tiene 23 años y sus ojos son dos charcos profundos a los que se asoma cada noche esa luna refulgente que está atrapada en la oscuridad. Debería tener un inmenso horizonte por delante, pero hoy todo es sombrío y la esperanza se le muere en cada latido débil en su pecho. Padece una miocardiopatía hipertrófica. Un funesto regalo genético que le legó su padre, a quien apenas conoció, pues la dejó huérfana a sus 8 años. Una de esas enfermedades raras para las que aún no se ha hallado solución. Si todo va bien, en pocos años sentirá, en su pecho, el latir de su vida en el corazón de otra persona. ¡Qué milagroso! ¿Verdad? Que un mismo corazón pueda otorgar dos vidas. Aunque en el caso de Vanesa traiga nueva fecha de caducidad, ya que su problema no estriba en el órgano vital, sino en las paredes que lo envuelven.

   Fue hace dos años cuando le diagnosticaron la tragedia y, desde entonces, un marcapasos enterrado bajo su carne regula las revoluciones de su vida. Con 21 años era el momento de alzar el vuelo en el teatro de la subsistencia. Pero su búsqueda laboral fue cortada de plano por prescripción facultativa, ya que cualquier exceso le puede resultar mortal. Las alas no llegaron a crecer, se quedaron en dos muñones con cálamos atrofiados y punzantes que la hieren con sádica constancia, con la inercia un péndulo maldito. Como podrán imaginar, ella quisiera cotizar, tener el mismo derecho a un trabajo que los demás, entrar en el sistema, vivir, pero el sistema le dijo que no. Aunque tan sólo le reconoce una minusvalía física del 31%, con lo que ni puede trabajar para sobrevivir ni recibe compensación alguna con la que llevar, con un mínimo de dignidad, los segundos o años del cronómetro fatal que guarda en su pecho. Imagino que la pobre se sentirá como un parásito inútil cuando la miran los familiares. Cómo no se sentirá ante los ojos inquisitivos de los otros. De nuestras miradas.

   Aún así, ella es coqueta y presumida. No se rinde y la fuerza de su juventud es inextinguible. Se sabe la flor más bella y fresca del árbol. Y se acicala constantemente su larga melena negra de gitana y juega con sus pinturillas, sentada y en pijama, sobre la cama del hospital.  La brochita de rímel se posa sobre sus pestañas y el tiempo se detiene en ese instante, dibujando un trazo de Goya, tan bello como dramático, en el aire. Y en sus ojos de tierra estalla el ímpetu aromático de una preciosa primavera. Ya los médicos han conseguido estabilizarle la tensión, las pulsaciones y el ritmo cardíaco. Ya el rostro de Vanesa no es la neblina plomiza con el que ingresó, ya el sol fue trepando de nuevo hacia su faz y, ahora, luce radiante sobre sus pómulos y la voluptuosidad de su joven cuerpo se libera del obligado letargo. Por esta vez todo ha ido bien. Pero ¿qué ocurrirá de aquí en adelante? Si no puede cotizar, ¿le seguirá manteniendo el Estado la tarjeta sanitaria? ¿Y los medicamentos, seguirá financiándoselos? Lo más probable es que el Estado ya haya hecho números y, en el fondo, sepan que el cronómetro tiene un stop muy cercano. Total, para ellos Vanesa no será más que un caso interesante para la investigación y, a veces, si el caso coincide con el investigador adecuado, el encuentro puede resultar rentable. Por ahora no tiene por qué preocuparse, le dicen.  Pero todos sabemos cuál es la realidad, la cruda y cruel realidad. Seguramente Vanesa también lo sepa, pero me mira coqueta y me sonríe justo antes de que el inmenso corazón de la belleza explosione y se desborde por aquella habitación.

domingo, 7 de octubre de 2012

¡QUÉ TIEMPOS NOS HA TOCADO VIVIR!

  Ayer, mientras caminábamos hacia el punto acordado para el encuentro con mi hermano, tuvimos que pasar por “La casa Colón”, lugar dónde la corporación municipal celebra sus fiestas de etiqueta. Pero está vez era distinto, el dispositivo policial era asombroso en su exceso, una veintena de agentes flanqueaban la entrada y varios vehículos de la policía nacional y municipal estaban aparcados alrededor. Un pasote alucinante para una ciudad tan pequeña como la nuestra. Realmente asustaba a los viandantes en su sereno paseo matinal bajo los rayos confortables del sol de otoño. Fue Ana, mi mujer, la que reclamó mi atención sobre un anciano que se paró ante una pareja de policías nacionales, cercado por dos furgones blaquiazules, y mirándoles a la cara, les gritó, mientras señalaba al edificio custodiado: ¡Hay que ver qué tiempos nos ha tocado vivir! ¡Ya no queda ni vergüenza!  Los policías se miraron entre sí  y, cuando miraron al viejo, esté ya reanudaba sus pasos. Ambos se quedaron pensativos y algo enajenados, mientras observaban los lentos pasos del abuelo en su apacible huída. El hombre se insufló de plenitud, recuperando por un efímero instante la rebeldía de sus añorados años juveniles. Los agentes del orden lo comprendieron y esbozaron, a la vez, una sonrisa de impecable coreografía. ¡Olé los cojones del anciano!, pensé, pero, posiblemente, si el joven que latía en el interior de su pecho hubiera existido realmente en las retinas de los funcionarios del estado, habrían sacado sus porras y lo habrían molido a golpes.

   Más tarde, en nuestra espera ante el retraso de mi hermano, me dio por pensar en qué tiempos me había tocado vivir durante mis 50 años de vida y, finalmente, llegué a la conclusión de que he sido realmente afortunado. Tuve épocas mejores y peores, eso es verdad, no he acumulado propiedades ni capital, pero he vivido la vida intensamente, he encontrado el amor de mi vida en Ana, he disfrutado del encuentro con otras culturas, me he sentido libre y protegido socialmente gran parte de mi vida, he tenido acceso libre a la cultura y al conocimiento, he viajado y compartido emociones con mis contemporáneos, he sido relativamente feliz, he agradecido la generosidad de mis amigos y apenas he pasado hambre, tan sólo en un par de ocasiones. Si comparásemos mi época con cualquier otra época histórica de nuestro país no hallaríamos una mejor, a no ser que pertenecieras a una familia de la nobleza o de la burguesía más caciquil. Cuando murió Franco yo sólo tenía 13 años y apenas llegué a enterarme de su crueldad. Viví la juventud en la plenitud y frescura de la apertura democrática, Disfrute de cobertura social cuando me puse enfermo y pude decir siempre cuanto me vino en gana. Sí, también viví algunos dramas, pero si lo comparamos con algún otro nacido en Corea del Norte o Somalia o con alguien nacido en las Hurdes a finales del siglo XIX, mi vida se podría definir claramente como una vida relativamente confortable. Y al igual que a mí, le habrá ocurrido a la inmensa mayoría de mi generación. Y, sin embargo, usamos expresiones tan contundentes para quejarnos de nuestra impostada vida. Sólo sabemos lloriquear para que papá nos regale otro juguete, cuando nunca estuvo la habitación tan repleto de ellos.  

   Es verdad que lo logramos, pero no lo debimos hacer bien del todo, porque ahora el chiringuito se nos viene abajo por los 4 costados. Fallamos a la hora de establecernos límites  y lo quisimos todo de golpe, lo justo y hasta los múltiples regalos inmerecidos. Nos autoengañamos al convencernos de que la fiesta jamás terminaría y, mientras sonaba la música de la verbena monetaria, jugábamos a la ruleta junto a jueces tahúres, políticos embaucadores y banqueros estafadores que dejaban propinas suculentas al casino del sistema. No supimos poner fin a tal desmadre y hoy, tras tantos latigazos de tóxica ginebra, la resaca nos aboca a la entrada del infierno. ¡Qué lloricas somos! Si ya lo logramos una vez, cómo no va a ser posible volver a conseguirlo. Sólo necesitamos tener la voluntad de hacerlo y la unidad total para intentarlo. Digo yo que algo habremos aprendido y la próxima vez sí sabremos ponernos límites, aunque ¿quién sabe si seremos capaces de contener las ambiciones soñadas? Ya lo dijo Schopenhauer: La vida y los sueños son páginas del mismo libro.

   En fin, que razones para quejarnos las tenemos. Es evidente. Pero tenemos muchas más para seguir luchando en la mejora del sistema democrático que tan mal iniciamos hace ya 37 años. Vamos a quejarnos menos y vamos a luchar y trabajar más  por conseguirlo. Y sin que corra la sangre, por favor. Y hagámoslo desde el pacifismo y la honestidad más absoluta, porque esa será la única manera posible de conseguirlo. A los que perdieron totalmente la moral y vendieron su dignidad para colmar su codicia habrá que condenarlos a un justo castigo y habrá que repartir entre todos cada euro desfalcado, pero sin venganza, ni listos o aprovechados de por medio. Tendremos que imponer sobre nosotros mismos las mismas medidas de control público que exigimos para los demás. Tendremos que aceptar de corazón el hecho de que todos somos exactamente iguales, sin vanidades insanas que hacen que un individuo se crea o sienta superior a los demás. Tendremos que aprender a compartir y a colaborar, afanándose más cada uno en la entrega, antes que en la exigencia. Tendremos que creer, firmemente convencidos, en lo maravillosos que podrán llegar a ser nuestros tiempos del futuro, si todos nos unimos en el empeño.

jueves, 4 de octubre de 2012

LA ABSOLUTA MISERIA

   Ayer, estaba desayunando con un amigo en una cafetería de mi ciudad y una pareja conocida por él se paró a saludarnos. Iban elegantemente vestidos con ropa de marca. Estuvimos hablando de lo que todos, la situación del país, que esto va cada día peor, de los recortes inhumanos de este gobierno, de la ineptitud y choricerío de los políticos, del 25, 26 y 29S, de esta dictadura encubierta y de sus sicarios policías, del clima de violencia que late en el corazón de España… Él es chófer de autobús y lleva tres meses sin cobrar su nómina. Ella se quejó:
-       Esto es inaguantable. Y encima sólo nos exigen sacrificios a los pobrecitos que viven de una nómina.   

   Tiene guasa la cosa, pensé. Se habla más en lo medios internacionales de la gente que pasa hambre en España que en los propios medios de nuestro país. Es como si los españoles sólo nos preocupáramos de imponer nuestro soliloquio (inmerso en la rabiosa actualidad, por supuesto) y si el vecino vive en la inanición que le den por culo. Mientras uno tenga el estómago caliente. Ahora, en los periódicos, en la prensa, en las redes sociales, en las radios españolas sólo toca hablar de la violencia policial, del derecho de manifestación, de la odiada Cristina Cifuentes. Lo de la violencia policial no lo entiendo, pero ¿es que somos ingenuos?, ¿qué esperábamos?, ¿que nos tratarán con cariño, como a ositos de peluche? Ellos saben que en toda multitudinaria aglomeración siempre existen algunos locos con ínfulas de héroe de la revolución armada (algo que muchos de nosotros parecemos olvidar) y los antidisturbios llevan porras y las usan y algunos, otros locos pero con uniforme, se piensan Rambo contra todos. Ya lo sabíamos, es de una lógica aplastante. ¿Y por eso nos vamos a poner todos a su altura? Lo que tenemos que hacer es resistir pacíficamente y confiar en que cada día seamos más, algo que se me antoja muy posible con la política parasitaria de nuestros políticos. En cuanto al debate sobre el derecho de manifestación, creo que lo correcto sería hablar menos y actuar más. Deberíamos manifestarnos más, mucho más, cambien la ley o no, hasta que dimita el gobierno, se abra un proceso constituyente y se convoquen nuevas elecciones. ¿Pero a qué le tenemos miedo? ¿A que nos hagan más daño? ¿Pero es que acaso podemos sufrir más? Y lo de la patética señora barby rubia de Madrid es que me da hasta risa. Tanto hablar, tanto insulto, tanto maldecirla, tanto gasto de energía para nada, cuando yo creo que esta está ya más que defenestrada desde que el 26S su policía robó las portadas internacionales de Rajoy sin puro en New York. Ya verán como no dura en su cargo más de 20 telediarios, ya verán, el tiempo justo como para que el tema de la carga policial en Atocha se enfríe, que su relevo no tiene derecho a quemarse tan prontito, pensarán en Génova. Si iba a ser nombrada vicepresidenta de la comunidad de Madrid y la borraron precipitadamente de la lista. Pues eso, que picor y sarna siempre van juntos.

  En fin, que, como siempre pasa, la actualidad nos aborrega sin darnos cuenta y así, tan fácilmente, nos olvidamos de las cosas verdaderamente importantes. Veamos. ¿Quién habla ya del SAT y sus requisas solidarias en los supermercados? Nadie. ¿Quién habla de los cierres de comedores sociales, de la impotencia de los bancos de alimentos ante el crecimiento exponencial del hambre? Nadie. ¿Quién de la indefensión de los pobres ante los tribunales de justicia? ¿Saben cuántos meses llevan sin cobrar su sueldo los abogados de oficio de este país, saben que ellos mismos tienen que sufragar todos los gastos de los procesos judiciales de sus clientes? ¿Saben que algunos de esos abogados ya no pueden pagar sus propias hipotecas? ¿Imaginan con qué ánimo luchan por sus defendidos en los tribunales? ¿Calculan cuánto pobre puede estar injustamente en la cárcel? Pues de eso nadie habla en este puñetero país. Nadie. Creemos que la realidad es aquella en la que estamos inmersos, las circunstancias que nos rodean, la percepción egocéntrica que cada individuo tiene del mundo y defendemos el soliloquio que esa realidad-actualidad nos impone como si fuera el nuestro, el único posible nuestro. Nos ciegan con vendas, como negras banderas beligerantes o como banderas blancas de buen rollito y ensoñaciones virtuales, da igual, si el problema es que no importa el color, lo que importa es no dejarse colocar la venda para poder ver todas las realidades posibles. Sólo es necesario pararse un instante, rebobinar y sacarte el discket instalado por los otros y pararte a observar y oír, oír más a los que llevan toda la vida callando porque el sufrimiento ya le impide mover los labios y luego reflexionar. Y entonces, plas, ocurre el milagro y comienzas a ver cuántas llagas tiene el mundo. Duele, eso sí, tenlo presente, incluso puedes acabar odiando a toda la raza humana y perder la fe en ella, pero al menos sabrás a qué te enfrentas.

-       Esto es inaguantable. Y encima sólo nos exigen sacrificios a los pobrecitos que viven de una nómina.    

       Seguía quejándose aquella señora. Yo seguí mordiendo la tostada y me callé. No me atreví a decirle nada. Pero estuve a punto de soltarle, señalando a un hombre de mediana edad que hundía su brazo en un contenedor de basura cercano: 
-       Seguro que esa persona aún tiene que pagar sus impuestos y ya ni tendrá nómina, ni tendrá ayudas. Sólo le queda ya lo que nadie quiere. La absoluta miseria.
                No llevaba dinero encima. Me invitaba mi amigo, pero de buena gana hubiera    
            invitado a aquel hombre a un café, le hubiera pedido que se sentara en nuestra mesa
            mientras aquella señora se quejaba.

miércoles, 3 de octubre de 2012

POLÍTICAMENTE INCORRECTO

   Ni la actual dictadura económica de los mercados, ni la dictadura de la burguesía fascista (Hitler asesinó a más de 6 millones de inocentes), ni la rabiosa dictadura del proletariado (Stalin asesinó a más de 20 millones de inocentes). Ninguna forma de dictadura. Ni fascistas antidemocráticos cantando cara al sol, ni anarquistas antidemocráticos gritando ¡Muerte a la democracia! No existe un sistema más libre y justo que el democrático. Eso sí, un sistema democrático real y no la porquería chapucera que tenemos ahora, que privilegia a los ricos y explota y humilla a los pobres. Hasta que no comprendamos eso no podremos iniciar una verdadera revolución política y social en este puñetero país. Hasta que no comprendamos eso no podremos ser capaces de dialogar sin matarnos. Hasta que no comprendamos eso no podremos aspirar a convertirnos en un país civilizado.

   Ya esta bien de eufemismos, señores. Señores del gobierno y señores de la protesta en las redes sociales, señores de la prensa y señores del submundo underground, señores de la insidia y señores del victimario más patético, señores de la heroicidad impostada y señores de la traición. Llamemos a las cosas por su nombre verdadero. Escaramuza, me cago en tus muertos, perro policía, ven aquí niñato que te voy a mandar al colegio de una hostia, violencia, ahora empujo yo, retrocedo, y vuelvo a empujar y si me encuentro a alguien en el camino le piso la cabeza, golpes de porra en el cuero cabelludo, le tiró una piedra al mercenario y si me llevo a una vieja por delante que se joda, golpes a diestro y siniestro sin discernir quienes son la víctimas, los inocentes que caerán por el camino, discusiones, perros, niñatos, mercenarios, sed de sangre, aquí nadie es más chulito que yo, escarabajos con coraza de magnesio, ratas encapuchadas, lobos rabiosos y peludos, cualquier eufemismo es válido para deshumanizar, ¡qué fácil es matar a los insectos, a las alimañas nocivas para la sociedad! Unos y otros ya han comenzado, luego vendrá el loco de los tanques o el que coloca explosivos en los lavabos de las cafeterías, el general mesiánico que se creerá obligado a salvar la patria o el que se cree designado por la conciencia de la humanidad para librar al mundo de los carroñeros del mercado o la política y estallarán la bombas, las balas, los sables, los cuchillos de cocina, las escopetas de caza y el asfalto se convertirá en un huerto maldito donde sólo florecerán los muertos. ¿Es eso lo que queremos? ¡Despertad!, pues eso es lo que tendremos si seguimos justificando lo injustificable: la violencia. Y preparaos, porque luego vendrán otras palabras que muestren la cruel verdad sobre la ingenuidad o perversidad de los eufemismos. Y las oiréis como se oye el crujir de los huesos al partirte una pierna o como se siente la punzada de una daga en el corazón. Muerte, la de tu padre, tu hijo o tu hermano. Violación, la de tu madre o tu nieta. Sangre, la de tus amigos, la de los hijos de tu vecino. Estés en el bando que estés. Hambre, la que sufriremos todos. Decepción, la que sentiremos todos al comprender que en una historia así no existen vencedores. Perdida total de la fe en el ser humano, que a muchos poco nos importa ese Dios tan exageradamente publicitado. Locura, nuestra verdad frente al espejo. Verdad, nuestro abyecto rostro de asesino.

   Estoy hasta los huevos de tanto necio. Si digo que no a la violencia represora injustificada de la policía del Estado resulta que soy un antisistema. Si digo que no a la violencia exacerbada e injustificada de individuos y grupos organizados frente a esa misma policía, resulta que soy un puto fascista. Ignorantes manipuladores de mierda. Soy un hombre de paz, que cree posible el diálogo con las personas en paz, aunque nuestras ideologías sean distintas. Que cree en la capacidad del hombre para llegar a acuerdos y en la colaboración de todos para construir un mundo mejor en el que la vida sea el mayor milagro de la existencia y, como tal, lo celebremos continuamente en concordia, en armonía, en igualdad. Iros al carajo todos los que me insultasteis ayer tras mi artículo “Sin porras ni sables”, iros al carajo, opositores al asesinato gratuito. Y me importa una mierda si sois de derecha o de izquierda, porque en realidad sois iguales, unos indeseables dictadores en vuestro interior os dictan vuestro proceder y vosotros, sumisos hipócritas, hacéis cuanto ese otro yo vuestro os ordena. Sin reflexión, sin pensamiento propio, sin la capacidad de razonar las cosas no sois nadie, tan sólo borregos de carroña y podredumbre que, además, sois tan estúpidos que estáis convencidos de ser lobos.

martes, 2 de octubre de 2012

SIN PORRAS NI SABLES

   Sueños. Ilusiones. Anhelos nacidos en el parto tormentoso de la desesperación. La esperanza volando ciega, con la premura y confusión de los murciélagos, en su batir de alas angustioso, para lograr al fin salir victorioso de la cueva. La oscuridad que se cierne sobre todos y la jaula del miedo que cada uno guarda en su interior. En la que el corazón se niega a abandonar su naturaleza de inquieto colibrí. Los gritos unísonos de un pueblo humillado que se niega, a pesar de todo, a clavar sus rodillas en el asfalto. La puerta que se abre de repente y un torrente de brisa fresca avanza por las calles de Madrid. La rabia. La indignación. La insoportable sensación de estar siendo humillados constantemente. La falta de justicia, mostrando sin pudor las diferencias, en una pasarela improvisada por Cibeles. Alpargatas y zapatos de marca unidos por la misma reivindicación. Todos caminan hacia el parlamento. El padre sin autoestima frente a sus hijos porque ya perdió la capacidad de alimentarlos, la abuela que perdió su hogar al avalar al nieto, la hormiguita ahorradora que fue estafada en las preferentes bancarias,  el zángano que maldice la falta de subvenciones, el camaleón narcisista que sueña con convertirse en héroe, el ciudadano ejemplar que se duele de tanto sufrimiento ajeno, el tipo que se apoya en un palo arrancado de un árbol y que tratará de usar para saciar su sed de sangre, la buena mujer desesperada y preocupada por la posible reacción violenta de sus hijos, los jóvenes pacíficos que se sienten inútiles porque nadie les da una oportunidad en el mercado laboral. El altruista, el ingenuo, el soñador, el  fanático, el intelectual, el que ni piensa ni razona, el justo, el vanidoso, el que aspira a convertirse en héroe de la marvel, el mesiánico, el que va de víctima y sueña con morir como un mártir, el sensato, el irracional, el prudente que se queda en la última fila, el tímido, el que porta la pancarta con orgullo y valentía, el admirador de Ghandi, el del puño en alto y el de la mano abierta y su mirada fija en el sol, el que grita ¡Muerte a la democracia! Todos avanzan como las aguas indómitas de un río de corrientes bravas, aparentemente unidas y, sin embargo, cada gota empujando en una dirección distinta, agrediendo o esquivando la dureza y crudeza de las piedras diseminadas por el curso, por el cauce erosionado y agrietado por el tiempo. Hasta que la presencia del dique de contención se vislumbra en un cercano horizonte.

   ¿Es un dique o es un muro? Es una manada de animales aparentemente fieros. Compacta, eso sí, y muestra amenazadores sus arietes y la invulnerabilidad de sus escudos. ¿Son personas? ¿Tienen sentimientos? ¿Sufren emociones? ¿Es posible en ellos la empatía? En algunos posiblemente sí, más de los que podamos imaginar. Y están indignados como nosotros. Pero... los compromisos, la hipoteca, las letras de la furgoneta familiar, los libros escolares, los hijos a los que han de alimentar. Han visto a otros meses después de ser despedidos y saben cómo se las gasta la justicia con los desahuciados. No lo van a saber si son ellos quienes ejecutan las órdenes de la maldad legal. Pero quién se atreve a discutir las órdenes. El ímpetu del honor y la dignidad llevó a otros a cruzar la línea y ahora alimentan a sus hijos gracias a la paga del abuelo. ¿Quién tiene cojones de soportar tan injusto castigo como un junco, sin doblarse jamás ante los crueles latigazos de la tormenta? Otros nunca tuvieron alma y entraron en el cuerpo con vocación de justicieros, al estilo hollywoodiense de Harry, el sucio. Estos son idénticos a los fanáticos que les gritan y lanzan piedras desde enfrente y, como ellos, se excitan con la idea de teñir de cárdeno sufrimiento las aguas limpias del río. Verán correr la sangre y la adrenalina se disparará en ellos como un chute de cocaína directamente en la vena del cuello. Incluso algunos ya la han visto correr, provocada por la ira vengativa de su porra y eso los ha enervado aún más y, ahora, están locos por una nueva oportunidad. Quieren anotarse puntos ante los mandos y escalar, escalar en el podrido submundo del poder represor del Estado. Estos no son personas, son bestias inhumanas, mercenarios que otorgaran siempre la razón a quien mejor le pague. De todo hay en este reino de los idiotas llamado España. Pero con el tiempo, si la razón y el sentido común logran calmar las aguas, las fisuras comenzaran a aparecer en el dique y el muro será derribado por el mazo de la verdad y la justicia.

   Aunque para llegar a eso será necesaria una reflexión profunda. Una crítica y autocrítica veraz y objetiva, desprenderse de emocionalidades que presionan sobre heridas y dificultan un consenso y también será necesaria una firmeza aplastante ante la defensa de una democracia justa y verdadera. Acaso lo más apremiante sea la propia definición de nuestros objetivos. Si decimos perseguir una democracia real y verdaderamente representativa, no podemos decir que los electos no nos representan (nos mal representan) y, sin embargo, exigir esa representación para ciudadanos o grupos nítidamente antidemocráticos, los mismos que gritan ¡Muerte a la democracia! o ¡Viva la dictadura!, ocultos en el anonimato que les otorga la masa de manifestantes. Eso resulta ser tan irracional como la cruenta actuación de algunos policías y las órdenes soberbias de sus mandos políticos. Si somos pacifistas, si decimos ejercer la resistencia pasiva y pacífica, hemos de ser firmes con aquellos que muestren su deseo de caos y destrucción, su supuesta incontinencia ante una ira más impostada que cierta, su desprecio visceral a todo aquello que le suene a las instituciones democráticas del pueblo. Sí, ha llegado el momento de aclarar no qué queremos, eso creo que ya se sabe de más, sino cómo lo vamos a conseguir, con qué estrategia y, si la elegida va por la senda de la paz y la concordia, tendremos que repudiar y denunciar públicamente a aquellos grupos e individuos que nos dañan con su actitud beligerante. Denunciarlos y repudiarlos con tanta convicción como repudiamos y denunciamos a las bestias inhumanas que se ocultan en el anonimato de la masa policial. Ese debiera ser ahora el paso correcto, si queremos que la ciudadanía asustada y humillada, esa que ya vive como ratones cohibidos y temerosos, encerrados en su habitación, y aún no se ha atrevido a asomar los morros ante tan gigantesca oscuridad, esa que es manipulada y alienada diariamente desde los medios de comunicación cómplices con los represores, dé por fin el paso y se atreva a acompañarnos, uniendo sus tímidos gritos a los nuestros, ya tan afónicos ante el silencio del eco. Es necesario calmar las aguas para que nos escuchen mejor o, al menos, para que nos puedan prestar atención. Algo imposible mientras siga sonando el ruido de los sables.