lunes, 29 de octubre de 2012

AGONÍA INVERNAL

   El frío está llegando. Ya podemos ver la nieve en las copas de los árboles quemados durante el verano. Ha sido tanta la superficie arrasada. Tanto dolor el  provocado por las llamas de la desesperación, que ya apenas nos quedan semillas con las que soñar. Y ahora se acerca la nieve blanca inmaculada como un terrible invierno ruso en la Siberia de las miserias de España. ¿Quién podrá mantenerse firme ante tan inhóspito horizonte? No será un Sandy de paso breve, ni acumulará muertos de golpe como el Katrina. Será lento, silencioso  e invisible, pero grabará el sufrimiento de muchos, demasiados, y la marca de sus huesos devastados en los adoquines gélidos de nuestras ciudades. Sin embargo, nadie piensa en ello. Aquí todos a lo suyo, a lo que se ponga de moda, lo que nos impongan los medios. En este momento chifla opinar sobre el independentismo catalán o sobre el resultado de las elecciones. Los más cosmopolitas hablan de rescate y de las políticas financieras de los Illuminati. Mientras, en garajes granadinos o en las aceras de Huesca florecen cuerpos inertes de suicidas como si fueran oscuros geranios. Y aumenta sin cesar la población callejera sin un techo sobre sus cabezas. -6º C hizo anoche en Segovia, demasiado frío para el juez que firma la orden; imaginen para la víctima desahuciada. Pero hoy todos los telediarios han abierto con el 0-5 del Real Madrid al Mallorca y el viaje del Rey a la India.

   Este verano no había dinero para cuidar el monte y ahora nuestros hijos tendrán que sembrar más árboles para que no se extingan los bosques españoles. El incendio fue terrible, desde Canarias a Mallorca, desde Almería hasta La Coruña, casi todo quedó arrasado. Ahora entramos en noviembre y las familias se agolpan en las estaciones de metro para calentarse con el trasiego del metal sobre las vías. Los bancos buenos, los de los parques y plazas de nuestro país ya no atesoran el descanso de los descendidos al infierno, ahora se convertirán en el umbral de una muerte segura, sobre todo en las ciudades del norte. Ya las colas en busca de una sopa gris pero caliente comienzan a ser impresionantes e imposibles de colmar, parecerán ríos de corrientes tan sólo subterráneas, atenazados por la densidad del hielo. Ya hasta los perros buscarán refugio y se sentirán frágiles como el cristal suspedido en el aire de una irascible tormenta. Pero se ve que no lo debe haber para todos, eso nos dicen, que los refugios escasean más allá de las cajas fuertes de los otros bancos, los de la usura y la codicia legalizada. Y nada pasa, pues seguimos a lo nuestro, lo que se pone de moda, lo que nos imponen los medios. El índice de audencia de La Voz en Telecinco, la corrupción generalizada en nuestro país, la caradura de nuestros políticos traidores. 

   Seguro que estos últimos nos hablarán este invierno más aún de austeridad. Desde sus acondicionados despachos aconsejarán al padre al que le han cortado ya la electricidad y el gas que debe ahorrar, cerrar el grifo del gasto suntuoso y sacrificarse por el bien de todos (fundamentalmente el de ellos, está claro). Y el padre llorará de impotencia mientras ve cómo su pequeña hija se congela entre sus brazos, como en la Rusia zarista de 1915, donde el hambre fue tal que llegaron a practicar el canibalismo con los infantes. Confiemos en no llegar a tal extremo. No obstante, a los suicidios crecientes tendremos que sumar los muertos por frío y/o por inanición que cubrirán como la túnica sombría del jinete apocalíptico de la guadaña nuestras fértiles calles de cadáveres. Pero no pasa nada. Nadie habla de ello. A nadie interesa tanto drama, es mejor reír, no mirar y olvidar o, mejor incluso, ni siquiera hacer el ejercicio de recordar. Los desposeídos no existen, ¿verdad? Y así todo nos irá mejor y nadie se sentirá obligado a preparar un plan de contingencia para lo que se nos adviene. ¿Será porque no hay dinero? o porque ya nos estamos acostumbrando a contar los muertos y, en el fondo, esa es la esperanza de nuestro país, de nuestros políticos, de nuestro gobierno y, sobre todo, de la señora ministra Fátima Báñez cuando exclama  a la prensa que España está saliendo de la crisis: cuántos menos queden, menos se apuntarán al paro y más dinerito en las arcas, debe pensar, aunque lo calle. ¿Qué color tendrán las últimas nieves del verano, cuando asome la sombra luminosa de una nueva primavera? Ya veréis como la tonalidad carmesí de la sangre enturbia tanta blancura inmaculada.

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