viernes, 21 de febrero de 2014

PANDÉMICA Y CELESTE


quam magnus numerus Libyssae arenae

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aut quam sidera multa, cum tacet nox,
furtiuos hominum uident amores.
Catulo, VII

Imagínate ahora que tú y yo
muy tarde ya en la noche
hablemos hombre a hombre, finalmente.
Imagínatelo,
en una de esas noches memorables
de rara comunión, con la botella
medio vacía, los ceniceros sucios,
y después de agotado el tema de la vida.
Que te voy a enseñar un corazón,
un corazón infiel,
desnudo de cintura para abajo,
hipócrita lector -mon semblable,-mon frère!

Porque no es la impaciencia del buscador de orgasmo
quien me tira del cuerpo a otros cuerpos
a ser posiblemente jóvenes:
yo persigo también el dulce amor,
el tierno amor para dormir al lado
y que alegre mi cama al despertarse,
cercano como un pájaro.
¡Si yo no puedo desnudarme nunca,
si jamás he podido entrar en unos brazos
sin sentir -aunque sea nada más que un momento-
igual deslumbramiento que a los veinte años !

Para saber de amor, para aprenderle,
haber estado solo es necesario.
Y es necesario en cuatrocientas noches
-con cuatrocientos cuerpos diferentes-
haber hecho el amor. Que sus misterios,
como dijo el poeta, son del alma,
pero un cuerpo es el libro en que se leen.

Y por eso me alegro de haberme revolcado
sobre la arena gruesa, los dos medio vestidos,
mientras buscaba ese tendón del hombro.
Me conmueve el recuerdo de tantas ocasiones...
Aquella carretera de montaña
y los bien empleados abrazos furtivos
y el instante indefenso, de pie, tras el frenazo,
pegados a la tapia, cegados por las luces.
O aquel atardecer cerca del río
desnudos y riéndonos, de yedra coronados.
O aquel portal en Roma -en vía del Balbuino.
Y recuerdos de caras y ciudades
apenas conocidas, de cuerpos entrevistos,
de escaleras sin luz, de camarotes,
de bares, de pasajes desiertos, de prostíbulos,
y de infinitas casetas de baños,
de fosos de un castillo.
Recuerdos de vosotras, sobre todo,
oh noches en hoteles de una noche,
definitivas noches en pensiones sórdidas,
en cuartos recién fríos,
noches que devolvéis a vuestros huéspedes
un olvidado sabor a sí mismos!
La historia en cuerpo y alma, como una imagen rota,
de la langueur goûtée à ce mal d’être deux.
Sin despreciar
-alegres como fiesta entre semana-
las experiencias de promiscuidad.

Aunque sepa que nada me valdrían
trabajos de amor disperso
si no existiese el verdadero amor.
Mi amor,
íntegra imagen de mi vida,
sol de las noches mismas que le robo.

Su juventud, la mía,
-música de mi fondo-
sonríe aún en la imprecisa gracia
de cada cuerpo joven,
en cada encuentro anónimo,
iluminándolo. Dándole un alma.
Y no hay muslos hermosos
que no me hagan pensar en sus hermosos muslos
cuando nos conocimos, antes de ir a la cama.

Ni pasión de una noche de dormida
que pueda compararla
con la pasión que da el conocimiento,
los años de experiencia
de nuestro amor.
Porque en amor también
es importante el tiempo,
y dulce, de algún modo,
verificar con mano melancólica
su perceptible paso por un cuerpo
-mientras que basta un gesto familiar
en los labios,
o la ligera palpitación de un miembro,
para hacerme sentir la maravilla
de aquella gracia antigua,
fugaz como un reflejo.

Sobre su piel borrosa,
cuando pasen más años y al final estemos,
quiero aplastar los labios invocando
la imagen de su cuerpo
y de todos los cuerpos que una vez amé
aunque fuese un instante, deshechos por el tiempo.
Para pedir la fuerza de poder vivir
sin belleza, sin fuerza y sin deseo,
mientras seguimos juntos
hasta morir en paz, los dos,
como dicen que mueren los que han amado mucho.


Jaime Gil de Biedma


Texto obtenido de http://www.lapiedradesisifo.com/2005/02/06/pandémica-y-celeste-de-jaime-gil-de-biedma/#ixzz2twxv2pPt
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miércoles, 19 de febrero de 2014

CEUTA. ASESINATOS E INCONSCIENTE DEMAGOGIA.


                                   
   Muchos os habréis extrañado que en estos días no haya escrito ningún artículo sobre las desgraciadas y criminales muertes en las costas de Ceuta. No lo hice porque cada vez estoy más convencido de la inconveniencia (por propia salud mental) de hacer las cosas en caliente. Hoy, transcurrido un tiempo, sí creo estar preparado para hablar de ello alejado de la confusa visceralidad de las emociones. No hay duda de que lo acaecido en Ceuta ha sido un acto criminal, llevado a cabo por las más altas instancias de la guardia civil y el ministro del interior. Disparar bolas de goma contra los subsaharianos, muchos de los cuales ni saben nadar, en el mar no solo es un claro acto de intento de asesinato, sino que además es un acto de cobardía suprema y hablar posteriormente de la actitud beligerante de los emigrantes es ya de un excelso cinismo. Estarán satisfechos los guardias civiles que llevaron a cabo el acto y los mandos que dieron las órdenes, se han laureado de gloria abyecta, ni el ángel de la muerte de Olot ha cometido asesinatos más viles y cobardes. Pero, señores de la izquierda demagógica, hacer de esto un acto de campaña es igual de asqueroso. Pensar en que la solución a este problema es abrir, de par en par, las fronteras y acoger con los brazos abiertos a todo el que quiera entrar en nuestro país es de una necedad aplastante y, a la larga, también un acto criminal, teniendo en cuenta la realidad de España, con su casi 26% de paro y sus casi tres millones de niños malviviendo en la pobreza. Este país necesita, más que nunca, una política de gobierno de consenso entre todos los partidos existentes, una mesa en la que todos estén opinando y reflexionando sobre los problemas más acuciantes que tenemos como Estado con la obligada intención de llegar a un acuerdo. Y el tema de la inmigración es fundamental para nuestra cohesión social y para nuestro futuro. España no puede seguir soportando el coste social de inmigrantes que, sin preparación ni la mínima cultura exigible para la convivencia democrática, acaban, en muchos casos, cayendo en la redes del crimen organizado, ya sea a través del tráfico de drogas, la piratería, el top manta, la mafia que controla la seguridad de discotecas y otros locales nocturnos, la prostitución o el tráfico de seres humanos o, en otros muchos casos, siendo explotados por empresarios corruptos que, de paso, se aprovechan de ello para rebajar aún más los sueldos de los españoles, mientras encima se les otorga a dichos inmigrantes ayudas estatales para subsistir. Más teniendo en cuenta la cantidad de familias españolas que ya no reciben ni la ayuda familiar y que sobreviven gracias a la caridad o a la basura de los ricos. Sí, señores de la izquierda, esa es nuestra realidad y tenemos que aceptarla y dejar de soñar con los mundos de Yupi. ¡Despertad de una puñetera vez, señores demagogos de la izquierda! Y pensemos entre todos en una solución, lo más humana posible, para arreglar este problema. Porque, además, si no lo hacemos corremos el riesgo de un estallido social de inmensas y nefastas proporciones. La derecha criminal y fascista está ya aprovechándose, en los barrios marginales, del descontento de tanto joven, parado, señora de la limpieza, etc, e inoculándoles la idea racista de que si ellos no tienen seguridad y futuro es porque los extranjeros se los están quitando, sacando además las castañas del fuego a los verdaderos culpables: el caciquismo corrupto de nuestros políticos y empresarios. Idea que aún siendo incierta está calando con fuerza en las mentes menos razonables y el extremismo radical y el odio hacia los inmigrantes crece de forma exponencial; tan sólo basta con echar un vistazo a las redes sociales para comprobar tal realidad. Negar dicha realidad es de estúpidos e inconscientes. Es muy fácil pedir derechos para el que llega desde la posición de superioridad que otorga un buen status social y económico, pero exigirle que pida lo mismo a una persona que duerme en la frialdad de los adoquines porque ha sido desahuciado o que no puede alimentar dignamente a sus propios hijos es ya gallo de otro cantar.

   Hoy, 30.000 subsaharianos esperan junto a la valla para asaltarla, según la prensa. En el futuro serán centenares de miles o millones. Ya está bien, señores inhumanos de la derecha y señores demagogos de la izquierda. Hagan el favor de sentarse juntos de una puñetera vez, sin ansias de venganza, sin el denostado “y tú más”, y piensen en una digna y humana solución a este terrible problema que tantas vidas ha sesgado ya. Dejen de cometer asesinatos directos o indirectos y razonen con argumentos basados en la maldita y palpable realidad que aquí nos acontece. Y pónganse de acuerdo, por favor. Háganlo ya, por el bien de todos, el nuestro y el de esos pobres seres humanos que tan sólo huyen del hambre y de la muerte, los negritos de esa África,  desde hace tantos siglos, tan expoliada por nuestro primer mundo.

lunes, 17 de febrero de 2014

UNA HISTORIA MACABRA



   “Encuentran el cadáver de una chica de 16 años muerta por sobredosis”, rezaba el titular del artículo que acababa de escribir. Al día siguiente lo leerían los ciudadanos en la edición de papel y, posiblemente pensarían: “Una más de tantos jóvenes sin salida ni preparación que cae en el camino”. Y no se equivocarían. Lucía nunca fue buena estudiante, ella quería ser artista. Cantante para ser exactos, como su adorada Pink. Por eso llevaba piercings. Dos tan sólo por ahora, uno en el ombligo oculto a las miradas paternas y otro, tras larga y victoriosa batalla, en la nariz. También vestía con el mismo aire de provocación de su ídolo, camiseta sin mangas, faldas cortísimas y maquillaje punk. Todo de marca. Imprescindible. Porque a Lucía le gustaban las cosas buenas y con clara apariencia de ser muy caras. Había sido educada en la ostentación. Marcelo, su padre, un avispado vendedor de maquinaria para la construcción, ganó mucho dinero en los años del boom inmobiliario y concedía a sus hijos todos los caprichos, instándoles además a mostrar sin pudor sus posesiones como muestra evidente de la bonanza familiar. Él y su mujer hacían lo mismo, fardando ante amigos y conocidos de la sagacidad del marido en los negocios. Vivían al día, entrando en la caja tanto como salía, y convencidos de que nunca dejaría de manar su cuerno de abundancia. Pero llegó la crisis, el mercado inmobiliario se hundió y quebraron muchas constructoras que dejaron de pagar a sus proveedores. Marcelo dejó de sonreír y, en menos de un año, engrosó las listas del paro. Incluso su liquidación de contrato fue miserable tras la nueva reforma laboral.

   Como pueden suponer, una chica rebelde como aquella Lucía de 14 años no se iba a resignar a la nueva situación, acostumbrada como ya estaba a la buena vida. Con su padre siempre de viaje, su madre liberal y los bolsillos llenos hacía siempre lo que le venía en gana. Aquellos fines de semana sin horario de llegada a casa, recorriendo discotecas y afterhours en los que se inició en el alcohol, las distintas drogas y el morbo sexual con chicos y chicas eran su rutina. A los 9 años besó a Hugo y a los 13 a su amiga Raquel. A los 14 ya había follado con ambos géneros. Y ahora, de repente, le habían cortado las alas y la obligaban a renunciar a todo. Ya no habría juergas nocturnas en las que la cocaína y los éxtasis fluyeran como ríos, o peor aún, las habría, pero con ella fuera de juego, sin poder provocar la envidia acostumbrada, con las botas raídas de antiguas temporadas y a expensas de que otros la quisiesen invitar al botellón. “Me han dejado sin nada y yo también lo quiero todo”, se decía al ver en televisión las pancartas que portaban los jóvenes en las manifestaciones del 15M. Sin embargo, ella no estaba dispuesta a ser un perroflauta. No, ella tenía clase, pensaba, y hallaría una solución para conseguir dinero fácil.

   Fue Ivan, su antiguo camello, quien le concedió una inmejorable oportunidad. Él tenía clientes distinguidos y con gran poder adquisitivo a los que les molaban las jovencitas. Viejos viciosos dispuestos a pagar una buena cantidad a cambio de su sabroso coño. No iba a ser la primera vez que lo hacía con un señor mayor, el dueño de una discoteca y el portero negro de otra ya habían caído en sus redes de mujer fatal, de modo que a sus 15 años ya estaba preparada para la amargura de cualquier trago, pensó. Deseaba con ahínco un móvil de última generación y cambiar, por fin, su vestuario, cosas que tuviesen un verdadero valor según sus convicciones, tan alejadas de la moral estúpida de los otros. Aceptó la propuesta. Iván se llevaría su comisión y a ella le pagarían en efectivo y en seductoras posturas de drogas. Durante un año fue la muñeca sexual más morbosa de la ciudad, sin que sus padres extrañasen sus nuevos abalorios, ni las ojeras de abismo dibujadas en su rostro. La heroína se fue convirtiendo, poco a poco, en una aliada para poder seguir comiendo pollas decrépitas sin vomitar. Se alejó cada vez más de los amigos y, a veces, perdía la noción de su propia existencia. Ya ni recordaba aquellos tiempos de instituto, tan sólo un año atrás. Ya ni tan siquiera escuchaba las nuevas canciones de esa extraña llamada Pink.

   En la madrugada de ayer una persona encontró su cadáver dentro de un contenedor de basura en un barrio residencial. Todavía colgaba la jeringuilla de su brazo, frío como la escarcha. Estaba desnuda y el rictus de su rostro denotaba una profunda tristeza. “Yo buscaba comida en el contenedor para mis hijos cuando la encontré, ¿sabe usted? La mayor tendrá su edad”, confesó entre sollozos a la policía, y señalando hacia aquel cuerpo profanado, el autor de tan macabro hallazgo.


Del libro: "Historias de la puta crisis"

lunes, 3 de febrero de 2014

POETAS, VANIDAD Y CODICIA

   Decía Martin Luther King: Para tener enemigos no es necesario declarar una guerra, basta con decir lo que se piensa. Quizás ese ha sido mi problema, nunca supe contenerme porque siempre le di más importancia a la verdad y a la libre desnudez del alma. Mi verdad, claro está. Pero hay veces que es tan evidente esa verdad que uno no puede llegar a comprender cómo es posible que la nieguen otros, simplemente a cambio de famélicos y desesperados intereses. Soy escritor. Nunca quise serlo, pero no he podido evitar serlo. Escribo porque me es imposible dejar de hacerlo. Pero siempre tuve claro que los escritores no eran personas del buen vivir, al menos los que yo admiraba, malditos y muertos de hambre cuando el capital familiar se les agotaba. Me hubiese gustado ser Vallejo o Baudelaire, pero cómo escoger, conscientemente, sus finales. La supervivencia era otra cosa y, curiosamente, imperiosa para una persona como yo, proveniente de una familia de bestias pobres y analfabetas. La necesidad de comer todos los días se imponía como una desgracia a mis sueños de comunicarme y comencé muy pronto a buscarme la vida cómo comercial. El día que vendía algo comía y el que no escribía para olvidarme del hambre. Sin embargo, poco a poco fui desentrañando las estrategias de la venta y aprendí a sugerir, a no decir diciendo entre líneas, a embaucar. Llegué con el tiempo a ser director de ventas y a comer bien durante todo un mes con la venta de un solo día. Y todo ello me hizo tener una visión distinta del hecho literario y de su ámbito cultural por extensión. Me hizo ver con claridad toda la mierda que se oculta entre los entresijos de la cultura, el poder y la prensa en este país de hipócritas.

   Hace tan sólo unos días leí esto en el muro de un escritor al que admiro por su escritura: “Hace unos tres o cuatro años, en el transcurso de una larga sobremesa en un restaurante de Portugal, varios amigos empezamos a darle vueltas a la idea de reunir en un encuentro o congreso o similar a los poetas de la generación del 70: Sánchez Rosillo, Miguel d'Ors, García Martín, Abelardo Linares, Paco Bejarano, Villena, etc. Pensábamos en lecturas, ponencias sobre sus obras respectivas, alguna publicación... Como tantas cosas, el proyecto se quedó ahí. Las buenas ideas se pierden por mil motivos y mil ocupaciones. Ahora, con la muerte de Vicente Sabido, de Juan Luis Panero y de Fernando Ortiz, supongo que el encuentro quedaría ya muy cojo, y nunca se hará. O no lo haremos nosotros, aunque la idea sigue siendo buena. Las labores de organización y, sobre todo, financiación, son hoy en día más difíciles. Hubiera sido un gran acontecimiento. Lástima tanta”. Ante lo que no pude contenerme y contesté: "¿Poetas y encuentros o congreso o similar? Ya puestos, que a todos les entreguen a la llegada un buen espejo en el que regocijarse mirándose el ombligo. Casi tres millones de niños españoles en la pobreza y éstos hipócritas egocéntricos, que pretenden darnos clase de ética social con sus malditos eufemismos, aún le lamen el culo al poder, suplicando subvenciones. ¡Menos mal que aún quedamos algunos a los que todo esto nos hace vomitar!". La reacción, no solo del escritor en ciernes, sino de toda la jauría literaria de este país, fue inmediata, acusándome de demagogo y de confundir churras con merinas. Imbécil y burro fueron algunos de los calificativos con los que me “adularon”. ¿Poetas?, parecían más vendedores maldiciendo porque les chafaba su estrategia. Yo asistí a muchos encuentros de esos, en los que personajillos con ínfulas de señorito culto, se vendían por un plato de caviar. Publicaciones conmemorativas en los que todos los asistentes publicábamos nuestro poema. El egocentrismo de los vanidosos financiado a costa de las arcas públicas. Hubo un encuentro en el que nos sirvieron el menú con cubiertos de plata. Decenas de miles de euros que se destinaban a contener la posible rabia de aquellos que dominábamos el arte de la palabra. Ponentes y organizadores sumisos, que contentaban al poder, rajando de la oposición, a cambio de un buena comisión. Editoriales emergentes que negociaban la publicación de los premios y certámenes institucionales. Viajes y hoteles de lujo a costa del contribuyente. ¿Qué diferencia podía ver yo entre estos encuentros y cualquier congreso de ventas? Sólo una, en el primer caso toda la financiación era pública y en el segundo era privada. Esa es la verdad. Conozco a muchos pseudoescritores que tienen mi edad y a los que no les he conocido otro oficio que el de organizar dichos encuentros, es decir, que llevan toda su vida poniendo la mano a quien se la llene, verdaderos mercenarios del hecho cultural. Yo los conozco y vosotros, si lo pensáis detenidamente, seguro que también, ya sea a nivel provincial o local.

   Todos sabemos leer y escribir entre líneas y comprendemos la importancia de lo no dicho, de lo sugerido, en un texto literal. Seríamos irracionales si negáramos que un encuentro del calibre del que habla dicho escritor es imposible de realizar sin una fuerte inversión pública. Irracionales o mentirosos, si negásemos esa realidad. Somos conscientes de que un poeta (por ejemplo) como Villena no movería el culo de su casa por menos de 4000 ó 5000 euros Sabemos, por propia experiencia, el coste económico que supondría organizar dicho encuentro y, desde mi punto de vista y teniendo en cuenta la situación actual de muchísimas familias, tan sólo plantearlo o sugerirlo o similar me parece de una inmoralidad inconcebible, máxime si se utiliza la reciente muerte de algunos poetas laureados para enfatizar, melancólicamente, en su necesaria realización. ¿Por qué un poeta va a tener más derecho al dinero público que un parado de larga duración o una mujer con hijos a la que están a punto de desahuciar? Yo jamás hallaré una razón por la que tenga que ser así. ¿Acaso el acceso a la cultura nos otorga más derechos que a un analfabeto? Quizás deberíamos releer a Whitman para recordar quién y qué debe ser un poeta y cuál es el significado exacto de la palabra dignidad.

   Yo, por mi parte, asumo las consecuencias de mis acciones en honor a la verdad. Mi verdad, claro está. Ya renuncie públicamente a la asistencia de dichos encuentros en mi artículo “Encuentros de escritores”, en el que reconocí la vergüenza que siento por haber sido durante tanto tiempo un hipócrita también y la imposibilidad, por dignidad, de seguir siéndolo. “Yo me bajo del burro, señores”, les dije en dicho escrito, leído en el corazón de la Fundación Juan Ramón Jiménez de Moguer. Allá quede cada uno con su conciencia más o menos podrida. Sé que todo esto me traerá problemas, que ya nadie querrá publicarme y que tratarán por cualquier medio de hacerme opaco a los demás, pero aún así seguiré diciendo lo que pienso porque, al igual que el doctor King, creo en la dignidad humana y tengo un sueño: La literatura como revelación de la verdad.