jueves, 31 de mayo de 2012


UNA CENA DE ALTURA (Escrito el 05/04/2011)

Ayer, según el telediario de las 21,00 horas, en Atenas, un jubilado de 77 años depositó, sobre el suelo de del parlamento, un mensaje en el que había escrito: “No puedo seguir viviendo con la pensión que me ha quedado y me niego a seguir buscando alimentos en la basura” y se suicidó. Hoy, a las 8,30 de la mañana, decían en las noticias que los antidisturbios atenienses tuvieron que fajarse bien durante toda la noche para contener la rabia del pueblo, y que habían sido numerosos los detenidos que culpaban al gobierno de la muerte del anciano. Entre esos dos momentos asistí a una cena a la que estaba invitado, en casa de una doctora microbióloga y amiga, en un ático, piso 16, el más alto de mi ciudad. Desde la ventana se veían las calles del centro abarrotadas de gente, casi todos caminando en la misma dirección, siguiendo los pasos de la tradición impuesta por la cultura cofrade. La Santa Semana en plena ebullición. Los tambores dotaban de gravedad el asunto, aunque las trompetas y cornetas emitían notas ávidas del olor de los jazmines. Sonaban a ganas de vivir, a pesar de estar muriéndote. Eran cantos de cisne en mitad de la noche andaluza y primaveral. El incienso flotaba en el ambiente y su aroma excitaba nuestras pituitarias. Parecen hormiguitas, me decía Blanca, la anfitriona, refiriéndose al gentío que paseaba por las calles, y era verdad, parecían hormiguitas, sin libre albedrío, que sólo seguían los pasos de quien los gobernaba. Igual que nosotros. ¿Nos verán así nuestros gobernantes?

A mi tanta altura me producía vértigo y preferí dejar de asomarme al precipicio. Éramos unos cuantos allá arriba, mi amigo Ernesto, el psicólogo, y su mujer, Marco Antonio, del que sé que es músico y nada más, un polaco del que no sé su nombre, pero que hablaba muy bien  español, Esther, musicóloga y sobreviviente, Ángela, la cocinera, y María José, secretaría judicial, reconocida emérita (dicho por ella misma) y, sobre todo, pija, de esas de boato y ostentación. Unos invitados ciertamente heterogéneos, ya digo, que hablamos sobre temas variados, pero con una preocupación común sobre los momentos de crisis económica y política que se están viviendo en nuestro país. En un momento de la cena derivé la conversación hacía la noticia del suicidio del jubilado en Atenas. Y todos expresaron sus emociones de congoja y pena por la noticia. Sin embargo, cuando les dije que en España el suicidio era ya la 1ª causa de muerte (a excepción de las producidas por enfermedad), que el año pasado hubo en nuestro país 3.200 suicidios, lo que equivale a 9 suicidios diarios, casi todos pusieron en duda mi aseveración. E incluso cuando les confirme en qué periódico habían dado la noticia y que el artículo estaba basado en estudios estadísticos reales, algunos todavía seguían negando la certeza. María José, la secretaria judicial (y pija), seguía argumentando que los periódicos mienten y que las estadísticas se manipulan. ¿Se manipulan por quién?, le pregunté. Por gente interesada en manipular las cosas, me respondió. ¿Y a quién le podría interesar manipular esa noticia?, le pregunté, ¿al gobierno?, manipularía la cifra para que fuera menor, ¿no te parece?, le dije, ¿al poder económico?, ¿no crees que a esos no les interesa que noticias como esta puedan generar conflictos sociales? y, por tanto, manipularían la cifra rebajándola. ¿A quién le puede interesar entonces?, ¿no es más lógico pensar que si el periódico se atreve a dar ese número de suicidios , sea porque precisamente no se ha dejado manipular y el número sí sea cierto o, en todo caso, el periódico si se ha dejado manipular y el número de suicidios en España es realmente mayor?



“Eso es mentira”, me dijo, “En España no hay 9 suicidios diarios, te lo digo yo”, espetó, y se quedó tan tranquila y convencida de llevar la razón.

No os diré qué le dije a continuación, prefiero olvidarlo, lo que sí os puedo asegurar es que si algún día me la vuelvo a encontrar en la calle, posiblemente no me saludará.

Hoy he vuelto al suelo. No me gustó demasiado la sensación de vértigo de ayer. No es lo mismo divisar la inmensa extensión que pueden alcanzar nuestros ojos desde un ático acotado por el ladrillo y el cristal, que hacerlo desde la libertad del vuelo. Como no es lo mismo caminar sin abrir los ojos, dejándote llevar por quien ordena tus pasos, que girar de vez en cuando 360 grados sobre ti mismo para poder divisarlo todo, con los ojos bien abiertos. La verdad es tan evidente que si no la logramos ver es porque negamos la evidencia. No podemos seguir manteniendo la voluntad de permanecer ciegos. Nuestro país se derrumba por la negligencia de políticos ineptos y corruptos, por la usura sin medida de los especuladores financieros y de los bancos. No podemos seguir permaneciendo impasibles, sin hacer nada. Porque cada uno, con su granito de arena, puede hacer muchísimo. Y si nos unimos todos y colaboramos, podríamos cambiar el devenir y dejarles un mejor futuro a nuestros hijos.

No lo pienses más. Mañana puede ser tu padre o tu abuelo quien se rebele, nos grite que ya no puede más y ejecute su suicido frente a nuestro sacrosanto parlamento.

¿Qué dirás entonces?..., ¿qué todo ha sido mentira?

EL CUENTO

   En esta empresa el factor humano es primordial, sólo con su esfuerzo y comprensión mejoraremos los beneficios y venceremos en la guerra de la competencia.



LA EDUCACIÓN DE NUESTRO SIGLO
O AULA DE MATEMÁTICAS EN SOMALIA

   Dos niños saltan en el aire. Agitando unos trapos abaten una mosca tras otra.
   Petra, la misionera, con sus afilados dedos color ladrillo, agrupa los insectos sobre la mesa, únicos materiales de enseñanza. 1+1=2, 2+1=3.......
   Mirando al cielo implora a su Dios:
Señor, concédeme tiempo para enseñarles a sumar, antes de que, con un fusil en las manos, aprendan a restar.
   Muy cerca de allí, miles de moscas devoran ojos de cadáveres y se multiplican por doquier.












miércoles, 30 de mayo de 2012


¿NOS DAMOS CUENTA?


Ayer, mi hermano pequeño me decía: “Francis si hace tan sólo dos años alguien me hubiera dicho a mí que con 425 euros se puede llevar una casa adelante le hubiera dicho que me mentía y ahora, ya ves, se puede, yo lo consigo”. Yo le miraba a él y a su bebé y pensaba: “Menos mal que se quedó él con la casa sin hipoteca de nuestros padres”. Mi hermano pequeño es un tío grandullón, de esos de gimnasio. Trabajó durante años de portero de discoteca, aunque también echó alquitrán en las carreteras, pintó barcos, construyó paredes de edificios…, y estos dos últimos años, si le salía alguna chapuza conseguía salir de la depresión abismal en la que le hundió el paro. El siempre fue así, es incapaz de estar sin hacer nada y si necesitas ayuda, él siempre está ahí. Me decía también que, desde primeros de año, no le salían ni chapuzas, que nadie tiene dinero ya para arreglar nada, que todo se deteriora, se viene abajo y nadie hace nada por evitarlo. Ni los que tienen el dinero guardado te contratan ya, Francis, me decía, como si tuviesen miedo de que nos demos cuenta.


 Según el gobierno del PP, mi hermano es un delincuente fiscal, porque aprovecha si le sale alguna chapuza para llevar algo más de dinero a su hogar, aparte de la ayuda de 425 euros, para poder alimentarse y vestirse, él, su mujer y sus 3 hijos, incluido un bebé de seis meses. Mi hermano será perseguido posiblemente por los mismos inspectores fiscales a los que jamás les ordenaron investigar sobre los propietarios de los 80.000 millones de euros que defraudan las grandes empresas en nuestro país cada año. Esos no son delincuentes según el PP, como tampoco lo fueron con el PSOE. Esos, ahora, son benefactores a los que les perdonamos su desliz a cambio de un mísero 10% de su capital y, de la noche a la mañana, por la milagrería de la amnistía fiscal del PP, el tesoro robado al erario público y escondido se vuelve dinero legal en mano de sus propietarios. 


¿Existe realmente la justicia en este país?



Recuerdo que muchos años atrás le dije un día a mi mujer que me sentía un privilegiado por dos razones: La 1ª porque había nacido en un país que tenía cobertura social para sus ciudadanos. Sanidad y educación gratuitas. Un país en el que los derechos fundamentales de sus habitantes eran amparados por una constitución democrática en la que todos éramos iguales. Y la 2ª porque había nacido en un tiempo histórico y en una zona geográfica concreta en la que posiblemente jamás conocería una guerra. Pues bien, ya no estoy seguro ni de una razón, ni de la otra.


Ahora vivo en un país en el que muchos ciudadanos, cada vez más, encuentran más cobijo en un contenedor de basura que en su representante municipal que, encima, le multa con 700 euros si osa acariciar la tapa del contenedor. Un país con medio millón de familias desahuciadas de sus casas, con casi dos millones de hogares en las que ningún miembro tiene ingresos. Un país en el que se permite legalmente que los bancos les roben a los ciudadanos, como ha ocurrido con las preferentes o con las escandalosas indemnizaciones y dividendos de Bankia, por ejemplo. Un país donde se perdona judicialmente a los estafadores y prevaricadores de fortunas, como el señor Botín, a quién se le archivan las causas judiciales casi sin explicación, y si no, se le amnistía por gracia del gobierno, el que esté, da igual. Un país en el que si protestas le ordenan a la policía que te revienten a porrazos, y da igual si eres anciano o niño. Un país en el que los trabajadores no tienen derechos y los pensionistas y jubilados no somos más que una carga molesta. Un país en el que a los ciudadanos no se les concede ni tan siquiera la dignidad. Un país en el que el juez supremo se costea viajecitos, y quién sabe si hasta putas, con el dinero del erario público, el abyecto señor Dívar.


De la segunda razón ya tampoco estoy seguro, porque esa depende de todos nosotros, del 100%, del 99%, pero también del 1%. De que juntos podemos evitarlo y arreglar la situación, estoy seguro. Pero es necesario que cada vez seamos más y que sigamos siendo ejemplares en nuestro comportamiento y honestidad manifiesta. Es de obligatoriedad moral intentarlo, por nuestros hijos y nuestros nietos. Ellos merecen un mejor legado que el de la competitividad, la usura, la ambición y la codicia. Ellos merecen un mundo más justo, más digno, más humano, en el que el amor opaque al odio.


No podemos permitir que nuestros vástagos acaben matándose entre ellos, porque no nos atrevimos a luchar por ellos. Y eso, señores, es lo que ocurrirá si no nos unimos en el objetivo común de salvar la democracia, la justicia y los derechos humanos y ecológicos del planeta.






CIVILIZACIÓN

   Aquél loro notó que algo había caído cerca y se lo guardó inmediatamente debajo del ala. Luego cayó algo más e hizo lo mismo, y así una y otra vez hasta acapararlo todo debajo de su ala. Ningún otro loro se preocupó demasiado por ello entretenidos como estaban volando de rama en rama. El loro miraba al cielo y los veía volar. Él no podía intentarlo, si abatía las alas se le caería lo que guardaba. Entonces decidió entregar un poquito de lo acaparado, solo un poquito, a los pocos loros que amaban tanto la verborrea como la codicia a cambió de promulgar una ley que prohibiera el vuelo. Ahora los loros caminan mirando el suelo, rebuscan en la inmundicia del suelo algún pequeño tesoro inexistente y ya ni recuerdan eso de volar.


martes, 29 de mayo de 2012


ROPA TENDIDA

   Sobre el patio interior de la casa de vecinos oscila al viento la ropa tendida. La frágil cuerda que la agarra se sostiene por escuálidas alcayatas aferradas a la pared de dos balcones enfrentados. De una cuerda cuelgan monos azules con restos de grasa, de la otra, trajes y corbatas. En los extremos de ese vacío abismal, más allá de los balcones, en el interior de ambos pisos, el aroma del puchero es pobre en proteínas y se puede oler con nitidez la misma angustia.



 


RESISTIR

No pasa nada. Otra batalla perdida. Pero esta ha sido muy dolorosa. En fin, ya pasó todo. La tormenta ha amainado y ahora podemos abrir la ventana y respirar el aire húmedo de la tierra mojada. Los pájaros siguen volando en el cielo y, curiosamente, todo parece seguir en calma. Sabemos que la lava del volcán sigue bullendo bajo nuestros pies, que la ola del tsunami va creciendo según avanza, pero aún no divisamos el rostro de la ira y la luz del  amanecer nos ha regalado un nuevo día.  La esposa está a punto de llegar y con ella sentiré palpitar su corazón sobre los labios del beso. Sentiré su abrazo cándido y me rescatará del infierno, abriéndome de par en par las puertas del paraíso. Ya está bien de tantas y tantas batallas políticas. Lo esencial, la honestidad, ha muerto ya, aunque algunos nos neguemos a enterrarla. La esencia competitiva nos devora, desde dentro, como las larvas de las moscas devoran los cadáveres. El Yo, impostado o no, no nos deja ver la triste y dramática cosecha que nos espera. Nada parecen importarnos nuestros vástagos, nos meamos sin conciencia en el manantial que anega su futuro. Y encima queremos quedar bien, ser retratados en el álbum de la historia como los grandes defensores de la nada. Y si algo se nos tuerce, pues nada, traicionamos al más débil, al más invisible a los ojos de los demás. Total, ¿quién va a creer a un desgraciado?

Más como os digo, ¿qué importa? En realidad lo único interesante de la vida es el amor. Y las cápsulas que lo contienen suelen ser pequeñas, humildes, sencillas. El refugio del hogar, de la familia, de los amigos verdaderos, esos 4 o 5, no más, que siempre han estado ahí a lo largo de los años. Los abrazos, las conversaciones, quizás banales, pero llenas de complicidad y emocionalidad positiva. El beso de la compañera o compañero, la ternura, la entrega incondicional sin reclamar nada a cambio. Esa es la verdadera revolución, mantener el amor a pesar de todo. Aferrarse a él como al oxígeno el moribundo. Y cuidarlo. Nunca, jamás, descuidarlo, aunque la ola del tsunami nos golpee, aunque estalle el volcán y se abra el suelo que sostiene firmes nuestros pies, aunque la tormenta definitiva de la ira se alíe con la locura.

Resistir. Resistir. Y cuando todo acabe, nuestro amor será la semilla que hará florecer los huertos del futuro.



OCCIDENTE

   Ansiaba esa libertad de la que hablaban. Pero un día halló un resquicio en la cerca que rodeaba su casa y la reparó inmediatamente.


lunes, 28 de mayo de 2012


UN DÍA DE AUTOBÚS

A muchos os imagino como yo, pertrechados tras los cristales de una casa ajena, mirando la acumulación de negritud en el cielo que divisamos, esperando que la noche definitiva se cierna sobre nuestros cuerpos y ya no vuelva a amanecer. Tenemos miedo, sí, ¿a qué negarlo? Sabemos que en cualquier momento la amenaza de la tormenta entrará por alguna rendija de la puerta o las ventanas y ya nada podremos hacer. Será el vendaval en forma de multa, de una enfermedad inesperada, de alguna metedura de pata del hijo o, simplemente, una llamada telefónica del banco, anunciándote un embargo, la que rompa ese equilibrio tan frágil que, hasta ahora, hemos  logrado mantener. Así de fácil, así de azaroso. A cualquiera nos puede tocar, a ti también, no lo dudes. Ayer yo no pude más y decidí cruzar el umbral del miedo, no el de la desesperación, ese umbral no me gusta nada, ese es el umbral que cruzan los cada vez más suicidas de este país. Yo preferí cruzar el umbral del miedo, porque a mí me encanta la vida, aunque conlleve sufrimiento.

Salí de casa, tras semanas de encierro, y decidí recorrer toda la ciudad en autobús. Quería ver otros barrios, observar el rostro de esos hermanos ausentes, que el sol estallara en mi rostro, que la realidad se pavonease frente a mí.  Partí desde el centro de la ciudad. Allí todo eran prisas y miradas perdidas. Los trajes de los ejecutivos impecables y sus maletines tan sellados como siempre. La clase media estaba ocupada al teléfono, rogando un mayor plazo en los pagos. Y el edificio de servicios sociales de la comunidad, ese al que la gente necesitada de la ciudad se ve obligada a ir para pedir ayuda, estaba aún más abarrotado que el catering que el alcalde del PP celebraba en la Casa Colón, perteneciente a la concejalía de festejos del ayuntamiento de mi ciudad. Un día normal, sí, pero con un sol espléndido que me acariciaba la nuca. Despachos ocultos en los que se ejecutan hipotecas, reuniones políticas en las que deciden cómo repartirse el pastel y contenedores intactos y rodeados de policías. Ya veis, como el centro de cualquier ciudad, la vuestra, por ejemplo.

Parada a parada nos fuimos adentrando en los barrios, con sus bares llenos de personas inactivas, con barba descuidada los hombres de cierta edad y con el peso terrible de la ira, flamante y orgullosa, en las miradas de los más jóvenes. Las madres, de supermercado en supermercado, buscando incansables las mejores ofertas. Mientras, subió al autobús una señora de pelo escaldado en la peluquería y abrigo de piel, a pesar de los 26 grados de temperatura. Se sentó frente a una chica con un piercing en los labios y la miró mal. La piel sintética de su abrigo se erizó al pasar, muy cerca, de un negro. Somos idiotas, con la que se nos viene encima y aún estamos preocupados por la apariencia. Los escasos diálogos del autobús versaban sobre lo mal que estaba el trabajo, a excepción de dos chavales que discutían sobre qué equipo era mejor, si el Real Madrid o el Barcelona.

A través de las ventanas del autobús observaba los barrios más periféricos. Las ropas inmaculadas pendientes de los tendederos, los gitanos, comidos por la mierda, pero luciendo con orgullo el oro de sus alhajas, los niños, ajenos a todo, jugando felices en los patios de los colegios, el verdor de las pequeñas plazas y las trincheras de los edificios, la gente más pobre durmiendo sobre los bancos de metal, la columna interminable de buscadores de alimento en contenedores de basura, los continuos desfiles policiales, tratando de amansar a la fiera, esa sobre la que todo el mundo se pregunta que cómo es posible que todavía permanezca dormida. La bestia no está dormida, está fragmentada, recelando los unos de los otros, como si el vecino fuera el enemigo. Su vista no alcanza hasta la altura de esos despachos en los que se decide su vida y su utilización en el engranaje del sistema, el mismo que les oprime y les tiene condenado a la exclusión y a la pobreza.

El resto del viaje fue a la inversa, pero en este caso, desde la ventana se veía el río. El sol brillaba como la plata sobre la superficie del agua y la belleza de la vida se mostró ante mis ojos como hacía tanto tiempo atrás. Cerré los ojos y estuve volando durante unos minutos sobre el mar, libre, como un albatros que domina el viento y es capaz de esquivar hasta la tormenta más terrible. ¡Que poco cuesta soñar! ¡Y qué intensa puede llegar a ser la vida en esos instantes!  La realidad se impuso nuevamente al regreso al punto de donde partí. Allí los financieros seguían haciendo ingeniería contable, los políticos seguían con sus negocios, los jueces seguían mirando para otro lado, los policías controlaban a los infiltrados y se ocupaban de que los barrenderos cumplieran con su trabajo y el edificio de los servicios sociales seguía igual de abarrotado. Miré al sol, le di las gracias y volví a encerrarme en casa. Y la verdad, ya no estoy muy seguro de dónde está la realidad, si en esta red por la que os transmito este mensaje o en la calle, tan tangible de piedras y de muros. Lo que sí tengo claro es que todos podemos perder el miedo. Señores, ya es necesario que salgamos todos y volvamos a llenar las plazas.




BELLEZA ROBADA (Metáfora en clave ecológica)

   Cuando dejamos atrás la casa de piedra, las encinas frías y las copas amables de los alcornoques y llegamos a la ciudad, quedé absorto al contemplar, desde el penacho de La Joya, cómo la abrazaba un estuario larguísimo, cuyos meandros inequívocos me hacían ver allí un enorme lagarto azul y verde semienterrado en la arena. Aquella fue mi primera visión mágica de una ciudad de frescor de hoguera y atardeceres de membrillo.

   Con el tiempo la alegría se instaló en la cotidianidad de la familia y, a pesar de convivir en una especie de nicho incrustado en una colmena de ladrillos, la faz de mis padres exhalaba luminosidad de albaricoque. Y es que la jornada laboral en las nuevas fábricas no dejaba lugar al ocio, pero sí colmaba la mesa de viandas, cubría los pies de la humedad y nos revestía de una cierta dignidad social.

   Todos los sábados, mi madre y yo, acompañábamos a mi padre en su camino hacia la factoría, paseando por una alameda de eucaliptus, cuyo oráculo de raíces y sombras, devoraba la luz y la sangre verde de las flores. En el trayecto, mi padre nos narraba la historia aquella del cuerno de la abundancia o la del vellocino de oro o la de la multiplicación de panes y pescados. No sé, historias en las que él creía tenazmente y que ampliaban sueños y esperanzas en mi madre. Yo, la verdad, no permanecía muy atento a ellas. Prefería lanzar piedrecillas con el afán de atinar a alguno de los pececillos muertos que flotaban en la orilla de la ría. Y cuando llegábamos a la puerta, él se marchaba al estómago de aquellos hierros y yo pegaba la cara a los barrotes de la reja, hasta perder de vista sus pasos. Luego, a la vuelta, me entretenía jugando con los fonemas de las extrañas palabras que allí se oían (sul-fu-ro-a-zu-fre-sul-fa-to), mientras los ojos del lagarto azul y verde se cerraban temerosos al influjo de la luna.

Y, ahora, ya ves, ahí está mi padre con su rostro incorporado a los barrotes de la reja. Un rostro de surcos inefables, de arrugas complacientes y cuya mirada es un pozo vacío de orgullo, en el que se halla cifrado un “te comprendo”, un “yo también vi las pupilas irisadas de aquella ciudad engalanada de aromas a breva madura, de amaneceres de rocío denso en pieles de tomillo y yerbabuena. Y hoy, al igual que tú –no soy ciego, hijo- sólo veo en sus ojos alma de berruecos, hondura de mica, crepúsculo inmisericorde de humos y ceniza”.

Henchido de serenidad desaparece en mí la desazón. Sí, mi padre comprende que me encadenase a aquella tubería, destrozándola, en protesta por sus vómitos venenosos. Con un guiño cariñoso me despido y me marcho hacia la celda. Y él permanece con el rostro adherido a los barrotes de la reja, mirándome hasta perder de vista mis pasos.


EL GRAN GOLPE

J. I. Goirigolzarri. | Foto: Javier Barbancho. El Mundo
El nuevo presidente de Bankia, José Ignacio Goirigolzarri, es todo un ejemplo a seguir. Es el modelo a copiar, si queremos que mejoren nuestras economías. ¡Qué sabiduría tiene este tío! Pretende venderle al gobierno acciones de un banco muerto por valor de 23.500 millones de euros. Y ante la pregunta de cómo y cuándo se devolvería el dinero, responde: “No estamos hablando de ayudas, estamos hablando de capital, y será responsabilidad de los gestores sacarle valor. No hay que hablar de devolver nada”. O sea, que le damos la pasta a cambio de prácticamente nada y confiamos en los gestores de Bankia para cobrar cuando la cosa vaya mejor. Sí señor, negocio perfecto. Y pensábamos que los grandes chanchullos eran los que hacían los politizados banqueros de las cajas de ahorro españolas en las últimas décadas. Ya saben, condonación de las deudas electorales, renovación continuada de las deudas institucionales, subvenciones tan escandalosas como silenciadas, promoción de constructores locales (cuántos antiguos concejales de urbanismo, ahora son constructores en los pueblos de España, como Florentino Pérez, presidente de ACS & Dragados, por ejemplo), concesiones de tarjetas unipersonales a miembros del consejo de dirección de las cajas, despilfarro en el gasto y en las celebraciones y, así, un largo etcétera. Y el agujero sin fondo iba creciendo imparable, mientras los grandes ejecutivos se abrían cuentas en paraísos fiscales, adquirían propiedades a su nombre o al de otros, aseguraban su futuro con planes de jubilación multimillonarios y conducían y aún conducen Ferraris por la ciudad, como el señor Oliva, presidente de Bancaja hasta hace unos días. Y encima, aunque el valor de la oferta inmobiliaria descendía, ellos seguían manteniendo su stock de viviendas supravalorados, para que el balance anual siempre diese, ficticiamente, mayores beneficios y, así, tener asegurado un mayor reparto de dividendos. Jugada perfecta. Y es que estos banqueros son, verdaderamente, unos linces. Aunque ninguno de ellos había llegado a la habilidad de Goirigolzarri. Él es, sin duda, el maestro, el que ha diseñado el “gran golpe”, de una sola tacada nos va a estafar 23.500 millones de euros en nuestros morros, sin que hagamos nada por evitarlo. Es un verdadero genio, ¿verdad?

Sin embargo,  y ya fuera de ironías, os digo que la deshonestidad y la conducta traidora y abyecta de nuestros políticos y financieros no es, en absoluto, ningún ejemplo a seguir, pero si deberíamos tener muy presentes las palabras pronunciadas por el nuevo y flamante presidente de Bankia: “No estamos hablando de ayudas, estamos hablando de capital, y será responsabilidad de los gestores sacarle valor. No hay que hablar de devolver nada”. Esas son las palabras que deberíamos pronunciar cada vez que tengamos a un representante institucional ante nosotros. No queremos ayudas, estamos hablando de capital. Del capital que no circula en nuestros mercados porque está a buen recaudo en las alforjas de ladrones (España es el país con más billetes de 500 euros de toda la comunidad europea, ¿alguien los ha visto?). Estamos hablando de que el banco europeo permita la devaluación del euro, imprimiendo y poniendo en circulación más cantidad de moneda, para que el crédito funcione y se activen los mercados locales. Y, claro, todo dependerá de la responsabilidad de nuestros gestores, ustedes, los políticos, para eso les votamos y bien que nos cobran por ello y hasta disfrutan de privilegios inmorales. No estamos hablando de ayudas, estamos hablando de eficiencia, señores políticos, y de justicia real, si incumplen con la ley por favoritismos personales o partidistas.  Y, por supuesto, nada tendríamos que devolver quienes nunca tuvimos nada.

¿Por qué seguimos dejando que nos engañen? ¿Qué le pasa al pueblo español? ¿Por qué no reacciona? ¿Sois conscientes de la vergüenza que tendremos que soportar ante la mirada futura de nuestros hijos y nietos? 

domingo, 27 de mayo de 2012


POR UNA DEMOCRACIA DE VERDAD

Hace poco mas de 70 años, en un país sometido a la miseria por las potencias internacionales de la época, un nuevo hombre, de oratoria seductora, llegó y les dio esperanza. Pero el confuso mesianismo de tal líder, le llevó a destruir el débil sistema democrático en su país y, bajo la cruz gamada de su cruzada étnica, provocó la muerte de decenas de millones de personas inocentes en el mundo. Hoy, países europeos como Grecia, Portugal, Italia o España sienten en el cuello la bota alemana, al igual que ellos sintieron entonces la bota norteamericana, francesa e inglesa. Y como entonces ellos, nosotros hoy comenzamos a decir frases como esta democracia es el mal y todos los horrores los provocan los políticos.

Cuidado, señores, que está más que demostrado que no existe mejor sistema social de convivencia entre los humanos que el democrático. Y, todo, aquel que diga lo contrario, y siendo consciente o no, está abogando por el resurgimiento de un Hitler o un Stalin nuevo y asesino.

Miembros europeos del club Bilderberg
Sin embargo, nada aparentemente, indica que esto pueda ocurrir. Ya no está de moda, entre la diplomacia internacional, darle coba a los dictadores. Aquellos tiempos de connivencia con Pinochet, Videla o Idi Amin han pasado a la historia y ahora se derroca a dictadores como Sadam Hussein o Gadafi por cualquier excusa, como por ejemplo, quedarse con su petróleo. Ahora a los dictadores se les juzga en los tribunales de La Haya. ¿Por qué? Porque ahora los dictadores son los mafiosos que se han instalado en los gobiernos occidentales. Y entre mafias se suele eliminar a los rivales. Ahora, esos mafiosos dictan las órdenes desde sus despachos de ejecutivos de la banca, de las grandes corporaciones farmacológicas, de la industria armamentística, de las élites financieras. Y ordenan el sufrimiento de los más débiles, las muertes de los superfluos, de los que no les producimos una mayor acumulación de riqueza.

Este es el dilema del que nos quieren convencer, señores, seguir permitiendo que la bota alemana de la Sra. Merkel, con todo el peso del poder financiero y armamentístico mundial, nos siga pisoteando el cuello o destruir la democracia, ganada con tanto esfuerzo y años, arriesgándonos a que un asesino majara acabe manipulándonos. Este es el único dilema que ellos alcanzan a ver. Pero se equivocan. No cuentan con que la democracia es , en realidad, la soberana voluntad del pueblo, la fe en sí mismo, la convicción de que no existe mejor forma de elegir que votando entre todos por una opción y que, al final, se escoja la opción más votada. La democracia es patrimonio de toda la humanidad, de ricos y pobres, de jóvenes y ancianos, de hombres y mujeres y entre todos sabremos defender nuestra constitución democrática.

Otra cosa es que debamos reformar la constitución, que sea necesario derogar todas las leyes injustas y proclamar leyes nuevas que amparen al individuo digno y humano del poder de los grandes intereses de las corporaciones, que doten de justicia real y de igualdad manifiesta a todos los ciudadanos. Que tengamos que cambiar los paradigmas de la política y de los políticos. Que la participación ciudadana en el ámbito de la política nacional sea una realidad. Que juzguemos a los políticos traidores y corruptos y a los estafadores financieros y los condenemos justamente. Que exijamos, a partir de ya, a políticos honestos y dignos de representarnos. Que, en definitiva, reconstruyamos está democracia cancerosa en la que vivimos por una democracia más pura, sin posibles máculas que la emborronen. 

¡QUÉ CORTA ES LA VIDA!

A veces me da por pensar en lo corta que es la vida y si merecerá la pena preocuparse por los demás, ser solidario, renunciar a tus íntimos deseos y entregar tu tiempo a hacer felices a los otros, en vez de preocuparte de comerte la vida a dentelladas, experimentar nuevas sensaciones, explorar el límite de todas las pasiones. Todos dudamos alguna vez, sobre todo aquellos que descienden por la cuesta final, los que estamos tan cerca de la meta. Es normal, el ser humano es así, capaz de asombrarse de la belleza vital de sus propios sueños, ya sean perversos o no, y matar por ello si es preciso, pero también capaz de sacrificar su propia vida a cambio, únicamente, de la sonrisa de un niño. El ser humano, un universo infinito, lleno de contradicciones.

El jueves pasado, desde mi balcón, observé la procesión mariana de la hermandad del Rocío de Huelva. Más de tres mil caballos, dijeron en la prensa, atravesaban la Gran Vía de la ciudad, camino del ayuntamiento, donde les esperaba la comitiva del alcalde, junto al obispo de la ciudad. La emoción se desbordó en el pueblo cuando oyeron las notas de la Salve. Tras los caballos y sus engalanados jinetes, cientos de carretas y miles de personas a pie, se disponían a iniciar el camino de 70 kilómetros hasta la aldea de la Blanca Paloma. Me entraron ganas de llorar, de pena, claro, al recordar que en la manifestación del 12 de mayo, convocada por el 15M no éramos más de trescientos. Mientras mi perro Bebo se escondía, despavorido, debajo de la mesa por el ruido de los cohetes, las madres fotografiaban a sus hijas vestidas de gitana y a sus pequeños con el traje corto de flamenco. Todo era alegría, cantes por sevillanas y palmas. Sin embargo, yo estaba preocupado, pues esperaba a mi hermano. Tenía que ayudarle en algo y no tenía ni idea de cómo podría llegar, si todo el tráfico de la ciudad estaba cortado. Sí, cortado, durante toda la mañana y, después, si unos cuantos niños se sientan en una carretera durante media hora, los muelen a palos, como ocurrió en Valencia.

El caso es que mi hermano llegó con el tiempo justo, habíamos quedado con un amigo católico, y que colabora con Cáritas, en el economato Resurgir, un economato para pobres, con alimentos básicos a un precio anecdótico (10 céntimos de euro por un litro de aceite de oliva, por ejemplo). Mi hermano sólo cobra ya la ayuda de 425 euros y ha de alimentarse él, su mujer y sus tres hijos, de modo que cuando le hablé de la posibilidad de gestionarle un vale a través de mi amigo casi se echa a llorar. Bien, llegamos al economato y rellenó la solicitud para un vale de 15 euros, le comunicaron que, viendo su situación, tenía derecho al vale, pero que ya era la hora del cierre y tendría que ir a recoger el vale 11 días después, porque en la semana del Rocío el economato permanecería cerrado y sólo abrían los martes y jueves de las 10 hasta las 13 horas. Cuando me despedí de él lo vi perdido, muy agobiado, a pesar de la concesión del vale. Imagino que estaría preguntándose en cómo le daría de comer a sus hijos hasta ese día. Pero qué podía hacer yo, si con la pensión no me llega a final de mes. Le abracé, le di dos besos y le dije que le invitaba a almorzar hoy domingo en mi casa. Y aquí estoy, escribiendo, mientras el cocido se va haciendo, lentamente, al fuego.

Finalmente, aquel jueves, mi mujer llegó a casa, como siempre, sobre las tres y media de la tarde, cansada de limpiar suelos ajenos. Le di un beso de niño enamorado y se sentó a la mesa y antes de comenzar con los macarrones me miró y me dijo: “Confirmado, la mujer de la que te hablé, de mi edad más o menos y con un hijo de la edad de Damián (su hijo), están durmiendo en la calle. Ya tienen las ropas sucias y creo que duermen todas las noches en los bancos de la plaza Quintero Báez. Dicen que le embargaron el piso y que su marido era el que se suicidó tirándose por el balcón el día que fueron a desahuciarlo”  Yo la miré con resignación, le dije que mi hermano vendría con su familia a comer el domingo y que lo sentía mucho por esa mujer y su hijo, pero que mucho me temía que en esta ciudad nadie podría ayudarla hasta que no terminase el Rocío.

La gente duda, es normal, la vida es tan corta que en un chiscar de dedos te has hecho viejo, parado en la estación, viendo pasar los trenes, sin atreverte a subir en ninguno de ellos. Por eso algunos, a la más mínima oportunidad, se empeñan en el banco por pasear a caballo durante unos días y, ya puestos, pues langostinos, buen jamón, rebujito de whisky con seven up, y hasta rayitas de cocaína si se tercia, entre cantes, bailes y jolgorios. Total, si aquí sólo vamos a estar tres días.

Lo malo de todo eso, señores, es que, aunque no las veamos, más de un millón de personas en este país son víctimas de nuestras dudas y nuestros deseos efímeros de grandeza.  Y tantos seres humanos desvalidos e indefensos no merecen tanto olvido, ni el descanso eterno de nuestros cementerios.




sábado, 26 de mayo de 2012


LA SEMILLA

   Prisa, mucha prisa, aceleramos sin freno nuestros pasos sin saber, en realidad, adonde nos dirigimos, porque la aceleración continua nos impele al precipicio de la ceguera más bruna.
  
  Sobre las dunas arenosas del desierto del Sudán camina un hombre que ha perdido sus pasos, el pájaro que vuela sobre su cabeza se apiada de él y abre el pico, soltando la semilla que encontró allá en tierra fértil. El hombre mira hacia el cielo y no ve nada, ni siquiera una nube. Con sus manos siembra la semilla en la árida superficie del desierto, y espera, espera pacientemente. Riega cada día con la única humedad posible (sus lágrimas) la mínima extensión de arena que la cubre. Y sigue esperando con tenacidad absurda hasta que el cuerpo cede y se abandona a ser comido por el sol y los buitres. Entonces, los líquidos de la putrefacción fertilizan la semilla y ésta comienza a germinar pausadamente, arraigada con fuerza a la arena más voluble e hinchándose de frutos poco a poco. 

Ese arbusto verde, hermoso y preñado que es ahora, quiere regalarnos esos frutos y espera pacientemente una mano humana que la alivie, espera con resignación que alguien perciba su milagro. Pero es imposible, la aceleración sin freno de nuestros pasos ha sellado la ceguera permanente en unos ojos inmensos y acechantes que ya nada reconocen. La planta acaba muriendo a nuestro lado, implorándole a los pájaros en su último estertor que recojan sus semillas con el pico y divulguen su mensaje desde el cielo. 



INTOLERANTES


Hace aproximadamente un año, en un Macdonal´s de una ciudad estadounidense, recibió una paliza un travesti adolescente de dieciséis años, mientras los camareros se reían y grababan la agresión con sus móviles. ¿Podría haber ocurrido en España? Creo que sí. Pero si ya es preocupante el hecho de la agresión, mucho más preocupante es que las agresoras fueran niñas de entre catorce y dieciséis años. En aras de una supuesta modernidad hemos aprobado el matrimonio homosexual (que reivindico su derecho a hacerlo) y, dentro de la asignatura de ciudadanía, mostramos los nuevos modelos de familia, pero cuando los más jóvenes llevan a cabo actos de intolerancia y de violencia como estos significa que algo falla en el sistema educativo. No nos preocupamos de los más jóvenes a así nos va, algún día nos comerán vivos por ser viejos, negros, homosexuales o pobres, por cualquier cosa que nos convierta en diferentes ante sus ojos. Mientras la xenofobia crece entre ellos los poderosos se frotan las manos y reparten dividendos, saben que ellos nunca serán carne de cañón, como lo son los estultos adolescentes a los que ellos manipulan.

¿Por qué nadie ha vuelto a hablar de ello? ¿Acaso no creéis posible que algún día vuestros hijos puedan ser tan violentos e intolerantes como esas chicas americanas? Los padres están demasiado ocupados con sus problemas laborales, financieros o, simplemente, de apariencia social, como para vigilar la educación de sus propios hijos. Hemos comprendido la esencia de selva salvaje de una sociedad basada en la competitividad y el éxito y animamos a nuestros hijos a la lucha. Sabemos que nuestros hijos para acceder a un puesto de trabajo digno deben traicionar a otros que aspiren al mismo y nos da igual, mientras ellos sean los elegidos. Estamos educando a depredadores sin que siquiera se nos conmueva la conciencia. Alentamos la confrontación social y, luego, nos dedicamos a guardar la ropa en nuestro armario de diseño.

Esto no puede seguir así. Hemos de hacer algo. No es posible tanta indignación. Podemos dejar morir nuestras ideologías, pero no podemos liquidar los valores humanos y morales de una sociedad que ha de estar basada en la equidad y la justicia.

viernes, 25 de mayo de 2012


EL PESIMISTA

 Hoy me he levantado con la tristeza aprisionada en mi garganta, no sé, como sin ganas de vivir. Pero… contadme, por favor, ¿cómo será el entierro?

YO DENUNCIO

Yo denuncio las brutales acciones de algunos policías y antidisturbios en estos últimos meses. Ha sido desproporcionada, incluso cruel física y verbalmente, Además cometidas contra niños, contra menores indefensos. La imagen de ese policía pateando y tirando de los cabellos a una niña de 14 años debería avergonzar a todo el cuerpo policial, les deshonra, por eso no entiendo su defensa corporativista y su asquerosa doble moral, cuando se supone que ellos debieran estar para velar por los derechos y la dignidad de los ciudadanos, sólo se dedican a exculpar sin argumentos válidos a sus propios compañeros (también hay benditas excepciones, no quiero generalizar). Pero señores policías, ayer leí un foro vuestro, del C.N.P. y sentí frustración y una honda pena. Excusabais vuestras acciones en supuestas leyes que todos debemos cumplir y yo os digo que no todas las leyes son justas, que las leyes las crea el que está en el poder, y hay poderes represores y corruptos que sólo crean leyes injustas que es, para vosotros, amoral y deshonroso hacer cumplir. No sois lacayos, no sois mercenarios, sois o deberíais ser la representación del valor, del héroe pacificador, del honesto y abnegado defensor de la integridad de todos y cada uno de los ciudadanos de bien que pueblan España. Yo os pido que reflexionéis, porque en vuestra mano está la convivencia en paz en el cercano futuro de nuestro país.

Yo denuncio a los radicales, a los instigadores de violencia, a  aquellos que siempre ha vivido de la carroña y por eso necesitan sangre, a los manipuladores felones que allá  adonde van es solo para reventar algo, a los pobres chicos inconscientes que se dejan manipular por ellos, a los traidores que en las asambleas dicen ir de buen rollito y en cuanto empieza la juerga cogen palos, barras de hierro y comienzan a golpear coches, destrozar cabinas y escaparates, abrir cabezas, a esos señores que gritan “Muerte a la democracia, viva la anarquía”. A esos señores les digo que han de entender que son una escasísima minoría y que la minoría jamás tiene la razón, desde luego no la tienen si en la partida que jugamos, nos jugamos la vida. Y con la vida de los otros no se juega, muchachos, con la vuestra haced lo que queráis, pero dejad en paz la vida de los demás.

Yo denuncio a los vendidos, a los infiltrados, a los perros traidores pagados por el poder. Esos ni siquiera merecen mis palabras.

Yo denuncio al gobierno del PP, a los corruptos y a los tan sólo inmorales. En base a su ansia de codicia y de poder están llevando al pueblo a un sufrimiento sin límites. Con adoración a Dios, a la rentabilidad del mercado financiero y al estatus de prestigio está llevando a los ciudadanos a la muerte. El índice de suicidios ha subido de forma exponencial, con casi cinco millones y medio de parados aprueban por decreto una reforma laboral que dejará a más personas en el paro y, por tanto, en la miseria. Dejarán desatendidos a miles de ancianos, enfermos y desvalidos físicos. Matan de hambre a la población mientras se reparten el dinero con los bancos. Son unos delincuentes miserables, abyectos y solo les digo que no les quepa la menor duda de que serán destituidos, juzgados y condenados por el pueblo.

Yo denuncio a los del PSOE por ser unos hipócritas, unos mentirosos, unos traidores y unos corruptos sinvergüenzas que van de señoritos pijas por la vida, cuando no son más que unos patéticos hidalgos, ladrones de migajas. Tanto boato y tanta mierda, tanto guateque cultureta y no sois más que unos ladronzuelos de poca monta. Comisiones por aquí, comidas con los generosos banqueros, venga privilegios para mí, que yo me lo merezco, que tengo mis influencias y mientras tanto al pueblo se le lava de vez en cuando la cara y se deja en la estantería más oscura para que se vaya pudriendo. Sois unos sinvergüenzas hipócritas, seguro que hoy estaréis en la cabecera de la manifestación.

Yo denuncio a la generalidad del resto de partidos con representación parlamentaria por inconscientes y por haber tragado tantos años del pastel de los privilegios sin decir nada. Yo los acuso de hipócritas también y de irresponsables, porque aún no han sido capaces de dar una muestra de responsabilidad de Estado y limar asperezas para formar una candidatura conjunta para derrocar el bipartidismo tóxico de ésta, nuestra España. Pero claro, ellos siguen a su rollo, soñando con un mayor trozo del pastel y para nada quieren renunciar a sus inmorales privilegios.



Yo denuncio a los sindicatos de desleales con los trabajadores, de defender sólo su institución corporativa y dejar vendido al trabajador a cambio de suculentas subvenciones del estado o de las entidades financieras. Y ahora tenéis la desfachatez de convocar huelgas para seguir con vuestra magnífica interpretación teatral. ¡Qué poca vergüenza! Yo iré a todas las manifestaciones porque hay que ir a todas, pero vosotros, vosotros no merecéis más que os escupan en la cara.

Yo denuncio la codicia inhumana de la federación de empresarios en este país, que reciben millonarias subvenciones del gobierno, mientras despiden, de forma despiadada a millones de trabajadores, arruinando a sus familias y sus vidas. Ellos siempre quieren más, más privilegios, más lujos inmorales, más poder, aunque sea sacrificando a otros seres humanos. Y todo en base a un honor y un prestigio social ficticio y argumentado únicamente en la acumulación deshonesta de riqueza. Muchos son asesinos, como los empresarios químicos de Bhopal o los fabricantes de amianto, otros esclavizan a niños, obligándoles a trabajar de sol a sol por un plato de comida. Delincuentes de trajes elegantes que entregan sobres a los políticos para que escriban su guión en toda ley.

Yo denuncio a los buitres carroñeros de la banca. Los grandes estafadores mundiales: los banqueros y financieros. Ellos crearon esta crisis y ellos son los únicos beneficiados de ella, valorando muy por encima de su precio real todos los pisos embargados, para que, al final de año, los balances contables den beneficios ficticios y así seguir repartiéndose en dividendos los ahorros de sus clientes. Ellos tienen guardados en sus paraísos fiscales el dinero de los contribuyentes, mientras se enriquecen con las deudas de los estados y mantienen al erario público al borde de la quiebra. Ellos son inhumanos, mezquinos y crueles. Condenan a niños al hambre, a hombres al suicidio, a mujeres a la desesperación, a familias enteras a la marginación y a la miseria, al frio mortal de los adoquines, al acoso inmoral, a la humillación pública, al escarnio social de la vergüenza, al injusto castigo de los inocentes.

Y, por último, quiero denunciar a todo aquel que aún no ha salido a la calle, porque mientras no lo hagáis le estáis dando veda al gobierno para que nos apriete más y tenemos un presidente monigote cuyos hilos mueven otros. Otros, señores, que lo quieren todo, su ambición es incontenible, y más tarde o más temprano a usted le llegará el momento, una llamada del banco, un despido inesperado, una enfermedad, etc… O le tocará a su hijo, a su tío, a su vecino y comenzará a sentir el frío, un frío insoportable y se dará cuenta de que está solo, o sola, porque los demás, al igual que usted antes, tienen miedo a que les vean, a mancharse, ante los que aún pueden aparentar, de los que ya son capaces de mostrar públicamente su dolor. Yo le digo que no tema al contagio, que es nuestra unidad lo único que logrará cambiar nuestro destino y en nuestras manos enlazadas está lograrlo. No lo piense más, únase a nosotros, defienda sus derechos, los mismos derechos de todos.