martes, 30 de octubre de 2012

FUGITIVOS

   Somos fugitivos. Polen de herida abierta, como una granada en flor, que se yergue ansiando ser polinizado y devorar la vida. O polen ya fecundado pero que está desvalido, al capricho de la brisa o la tormenta. Creemos avanzar, pero en realidad huimos de nuestra propia historia, como una sombra incansable que nos persigue. Tenemos días efímeros y días eternos, aunque algunas veces los días sean años y, otras, volátiles segundos. Sonrisas que perduran muchos años y culpas como látigos que marcan cicatrices invisibles y que procuraremos olvidar. Amaneceres de infierno y soledad entre ladrillos desnudos, pero también ocasos con brazos redentores bajo un cielo acogedor. Desconocemos nuestro destino, si existe una razón, un por qué de tanto dolor, de tanta guerra y hambre, de tanta barbarie social. Pero el asombro… Ay, el asombro ¿quién lo rechazaría? Descubrir lo desconocido, el pálpito de luz que, en su primer latido, vence a la oscuridad, las corrientes subterráneas de todos los océanos, el magma que late en el corazón de la piedra, el pícaro colibrí que habita en la sonrisa de la mujer, el manantial de vida que emana de los ojos de un bebé. ¿Cómo renunciar al milagro de la existencia? Acaso puede existir otra razón, otro destino.

   Y, sin embargo, somos fugitivos. Nos persigue la sombra de nuestro propio mal. Huimos con un esfuerzo descomunal, inhumano. Unos incapaces de caminar por el peso de sus botas de plúmbea codicia; otros dejaron de volar, se arrancaron las alas y las empeñaron en los bancos, ahora los muñones de su espalda son perchas donde los políticos cuelgan sus abrigos; otros perdieron las piernas en choques frontales con la ambición, otros se agarraron a un sueño económico y ahora ya no saben soltarse; otros han preferido comprobar si le pondrían la red cuando lo viesen pendido del vacio y perdieron, claro está; otros vendieron el alma y ahora sus bolsillos pesan más que el mercurio que envenena a los peces; otros ya ni recuerdan qué era aquello de vivir el esplendor, la maravilla; otros dejaron de remar y se tumbaron bajo el sol, otros eligieron emular a Dios y, en sus laboratorios, plagiar el universo; otros… Y el cielo permanece en calma, vacio de alas, de ilusión y de vida, allá en lo alto, con la cara desencajada, al observar tal grado de estupidez.

   Somos fugitivos, huimos en la red desde habitaciones repletas de telarañas virtuales, interiores y exteriores. Somos la presa perfecta. La esencia pegajosa del teclado, del ordenador, de la astillosa silla, nos mantiene atrapados en la trampa. Nuestros sueños circulan ajenos a nuestros cuerpos, despeñándose por cataratas de bits confusos. Ya nada podremos hacer. La araña se acerca. Es negra y azul y la frágil seda que mantiene nuestros cuerpos firmes en el aire tiembla bajo el peso de sus pasos. Y aún así, no nos vence el miedo, sacamos fuerzas del agotamiento, gritamos de rabia y seguimos intentándolo. Textos, reportajes fotográficos, denuncias evidentes, recogidas de firmas en change.org, videos y montajes fotográficos, fanzines, canciones, reflexiones políticas, discusiones políticas, radicalización, fanatismo, vanidad, intereses, compra-venta, partidos políticos, subvenciones, premios inmerecidos. En fin, justas injusticias e injustas justicias. Y así el tiempo pasa, en ráfagas de huida, incapaz de moverse, pero inexorable en su avance. Al igual que la araña inmensa, negra y azul, que ya casi nos roza con sus patas venenosas. Y, plas, en un chasquido infinitesimal dejaremos de ser fugitivos para volver a ser esclavos.

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