miércoles, 25 de julio de 2012


EL DESPERTAR

   Al principio el sueño fue maravilloso. Volaba, volaba como un halcón cayendo en picado, sintiendo el riesgo con un placer maravilloso y desconocido para mí. Mas pronto el sueño trocó en pesadilla. Ya no volaba, caía, caía sin freno hacía la inmensidad del océano, me ahogaría sin remisión. Resignado comprendí la cercana fatalidad de la muerte y cerré los ojos como si no quisiera ser testigo de mi irreparable destino. Ante mi sorpresa me detuve en la caída. Sentí el abrazo frío del mar, el violento vaivén de las olas sobre mi cuerpo, la hiriente caricia de la sal. Pero no me hundía, flotaba liviano sobre las aguas. Abrí los ojos y pude sentir la profunda soledad del náufrago. Me hallaba perdido, sin rumbo, en mitad del desamparo más inhóspito que jamás logré imaginar. Y así estuve durante muchísimo tiempo. Hasta que desperté y supe que, al igual que todos, yo era una gota de agua y, junto a otras, componíamos este océano, a la vez tan lejano y tan próximo a las nubes del cielo.


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