martes, 3 de julio de 2012


INVIERNO RUSO

   “La sangre sobre la nieve es más roja”, ese fue el titulo de mi primera novela publicada aquí, en occidente. Y, desde entonces, la fama y el respeto hacia mí creció en este lado, tanto como aumentó mi sufrimiento en mi país.
   Hoy, tras la conferencia de agradecimiento en la entrega del premio Nobel que me ha entregado la academia sueca, una chica me preguntó: ¿Cómo pudo usted sobrevivir tantos inviernos en los campos de trabajo de Siberia?
   No supe qué contestarle, sólo podía pensar en el invierno de mil novecientos dieciocho. Aquel invierno fue terrible. La intensa nevada acabó con toda la cosecha. Los animales murieron congelados y el gélido viento se colaba entre las rendijas de nuestra desvencijada cabaña. Ya lo habíamos quemado todo y yo arrojaba como un loco las cuadernillas, escritas a lo largo de tantos años (entonces me creía un Dostoievski), al exiguo fuego que mantenía caldeada la habitación. María, tumbada sobre el colchón desnudo, abrazaba a nuestra hija, tratando de entregarle el calor de su propio cuerpo, para evitar que pudiera congelarse. Ambas se durmieron, esquivando por unas horas el abismo terrible del hambre. Yo seguí quemando mis escritos, hasta que no hubo ya nada que quemar y la lumbre fue apagándose lentamente.
   Despertó y desde el rincón de la habitación la vi llamar, exhausta, a nuestra hija. La vi llorar desconsolada al comprender que Anita yacía sin vida entre sus brazos. La vi mirarme como si ella, en realidad, también estuviera muerta. Vi el beso inundado de ternura que dio a la niña en la mejilla derecha. La vi lamer su piel y cómo acercó sus labios hasta la oreja, antes de dar la primera dentellada. Ya está muerta, pensé, comprensivo y roto de dolor.
   Luego llegó la revolución, la euforia, la decepción, la criba stalinista que acabó con la vida de mi mujer tras cinco inviernos de frío manicomio, los años de gulag siberiano y, finalmente, poder cruzar la frontera hasta este país, sin temor a ser ejecutado.
   ¿Qué cómo sobreviví? Sobreviví, le contesté, como a cualquier invierno, que no es poco.
   Me gustaría darle un beso, me dijo efusiva, mostrando sus ojos la admiración que por mí sentía.
   Se lo permitiré sólo si es paciente y espera hasta el verano, le dije interesado. Que los inviernos son crueles con el amor.


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