domingo, 24 de junio de 2012


ATAÚD

   Cuando le dieron la noticia de la muerte de Monedero se sintió desvalido, como si le hubiesen arrancado el corazón. La orfandad inundó sus ojos de lágrimas. Unos pasos absortos y silenciosos le llevaron sin darse cuenta a la casa de quién fue un segundo padre para él. Recordaba sus palabras dos años atrás, cuando le indujo a subir al doblado de la casa y le mostró el pobre ataúd de tablones de pino que allí guardaba el pintor. Recordó sus palabras tiernas y llenas de sabiduría cuando, ante su pregunta, él respondió: - lo guardo para tener presente que la muerte nos espera tras cualquier esquina y, por ello, hay que vivir cada instante que nos quede intensamente.
   Entró en la casa callado, como un fantasma. La familia ya lo conocía y le dejaron hacer. Lavó el cuerpo del difunto, lo vistió con sus mejores galas, fue a buscar el ataúd de tablones de pino y lo acomodó en él, junto con la paleta más gastada del difunto y sus pinceles, aún húmedos y perfumados de aguarrás. Luego lo condujo, junto con sus hijos verdaderos, al cementerio donde el enterrador hizo su trabajo cotidiano, mientras él, por fin, rompía su silencio: - gracias por haber llevado la vida que viviste y habérnosla mostrado sin pudor.
   Tres días más tarde seguía encerrado en casa, pensativo, cuando vinieron a avisarle. El notario había leído el testamento de Monedero ante la familia, y a él, a su hijo más querido, le dejaba el ataúd.

1 comentario:

  1. Precioso relato.
    Un legado que no se olvida ni se consume... siempre que se comprenda.

    Un abrazo.

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