sábado, 16 de junio de 2012


CRUCES NEGRAS

Ayer, cuando los vencejos aún no habían conquistado el cielo, vinieron a buscarme dos colegas para que les acompañara a la asamblea del 15M que se realiza en mi ciudad. Antes de llegar a ella hicimos una parada en la subdelegación del gobierno. Junto a su puerta, una chica de Isla Cristina y su hija de aproximadamente un año, llevan acampadas casi un mes. Un cartel sobre la pared anunciaba que la chica llevaba 24 días en huelga de hambre. Ya había oído hablar del caso. Reclama la repatriación de su marido y padre de su hija, deportado a su natal Marruecos. Según todos los folletos que anuncian la desgracia, el padre de familia fue arrancado de su familia y expulsado de España por no tener los papeles en regla. Luego supe que, en realidad, los cónyugues se casaron por poderes, tras su detención, y la razón de la deportación era por la gran cantidad de antecedentes penales, algunos de ellos de preocupante gravedad. Bien, no pretendo juzgar el caso, más teniendo en cuenta que la gran mayoría de delitos de los que se le acusa fueron cometidos en la minoría de edad. Lo que sí me preocupa es que nada de ello se exponga en los folletos, porque la ocultación sistemática de este país nos está lacerando sin alerta y cuando estalle el volcán nos cogerá desprevenidos. En este país nadie dice la verdad sobre nada, siempre con la intención de manipular a los demás, ni el presidente, ni el activista minoritario ¿Y después pedimos transparencia y democracia? Todos tenemos derecho a tener convicciones y, éstas, deberían ser siempre respetadas, y por tanto es imprescindible comunicar sin faltar a la verdad, ni omitirla, porque sólo de esa manera la capacidad de elección a la hora de defender una acción será libre. En fin, que pasados unos minutos con  aquella señora que tan enérgicamente nos explicó su caso, mientras balanceaba a su hija en sus brazos y le hacía monerías, nos encaminamos a la asamblea, dejándola allí de pie, dando saltos de euforia por la complicidad con su reclamación y rodeada por otros compañeros. En el trayecto, mi amigo Joaquín, me explicó cómo a partir de los 21 días en huelga de hambre, la carencia de calcio produce la caída de los dientes y el cerebro comienza a dejar de carburar.

La asamblea ya había comenzado, un profesor de derecho daba una conferencia sobre derechos constitucionales. Ejercía una dura crítica a la Constitución, que según él no aseguraba prácticamente nada. Y él, desde su posición anarco-comunista, reclamaba un efectivo derecho a la vivienda, sin discernir si hablaba de derecho de uso o de propiedad. Paradójico, ¿verdad? Exigía la reclamación lícita al Estado del pleno empleo para sus ciudadanos. Y digo yo, si esos trabajadores pagan de IRPF el 18% de sus sueldos, ¿quién mantendría la seguridad social?, ¿un hada madrina? ¿quizás el mago Merlín? ¿El rey Dimas? (No, ese no, que los antimonárquicos se mosquearían. Y con esto no apoyo a la monarquía, quede claro, que luego cada uno entiende lo que quiere). Total que, tras pronunciar más de 50 veces la palabra derechos, terminó su conferencia, entre vítores y aplausos.

Fran, el más lúcido
Luego vinieron las múltiples intervenciones, algunas más lúcidas, otras realmente indescifrables, como el chaval que no paraba de repetir “quiero decir, quiero decir”, pero nada decía, al menos comprensible. Eso sí, se seguían cometiendo los mismos errores de siempre, pensar que las cuarenta y tantas personas que allí estábamos congregados, representaban a los 170.000 habitantes de la ciudad. Y la atomización, la dispersión. Unos que lo primero que hay que cambiar es la Constitución porqué fue un fraude orquestado por el franquismo y el Rey, otros que no, que lo más urgente es el derrocamiento del Rey, otros que la culpa es del PP, que no nos dice  la verdad y están conchabados con los banqueros, otros que todos los políticos son culpables y que es necesario anular esta democracia de castas políticas e instaurar un sistema de colectivización social (¿quizás al estilo stalinista?), otros que lo más urgente es prender fuego a los bancos, otros que no, que nada es más imperativo que hacerse con el control de los medios de expresión, otros… qué sé yo. Sólo Fran, uno de los más jóvenes, dijo que lo más importante es luchar contra la ignorancia y que nuestro principal objetivo debería ser fomentar el ejercicio democrático en el pueblo, en las plazas y calles de nuestra ciudad. No sé por qué, pero se levantó una brisa fresca y agradable que nos consoló del abrasador calor de la tarde. Horas duró el debate, mientras espectadores efímeros hacían brevísimas paradas.

Al final, cuando me disponía a marchar, Javier pidió el turno de palabra y dijo que yo quería intervenir. Me cogió por sorpresa, pero accedí a hablar. Confesé que, tras un año colaborando con el movimiento, la decepción comenzaba a invadirme, dije que ya estaba harto de escuchar a todos hablar sobre sus derechos y que nadie en este país estaba dispuesto a hablar de las propias obligaciones, desde el presidente al ciudadano de a pie, y que a mí, por ejemplo, me gustaría que en la constitución quedase reflejada la obligación de todo ciudadano para luchar a favor de una justicia ética y digna. Expuse mi malestar con todos aquellos que  tratan de manipular a los jóvenes, contándoles hechos parciales sin explicar el contexto histórico en el que fueron realizados, mi contrariedad con aquellos sectores más colectivistas cuando apoyan el concepto de propiedad al exigir vivienda gratis, por ejemplo. Hablé de cómo la ilusión y confianza iniciales del movimiento se han ido diluyendo poco a poco, al ver cómo las individualidades se han impuesto a la colaboración altruista del principio y ahora cada adora a su bandera particular y a su ideología particular. De cómo, ahora, para aparentar ser muchos formamos distintos grupúsculos (Plataforma… Acampada… Asamblea… Marea… Asociación… Partido nuevo de… Partido de siempre de… y un etcétera infinito) y así llenar los carteles de las convocatorias. Sí, ahora somos muchos, pero ya jamás volvimos a ser el UNO que fuimos al principio. Jamás volvimos a centrarnos en aquellos 8 puntos iniciales en los que todos estábamos de acuerdo, y ahora tropecientas mil propuestas nos separan, nos diferencian y marginan a los unos de los otros. ¿Cómo vamos a arreglar esto entonces?, les pregunté, ¿cómo?, si la vanidad egocéntrica de muchos hace imposible la unidad, desde el muchacho que piensa tener todas las claves para solucionar la crisis del país y ni tan siquiera sabe expresarse, hasta el abuelete que grita que si derrocamos al Rey y expulsamos a Rajoy, él podría crear un millón de puestos de trabajo en diez minutos. ¡Ole sus cojones! (No os miento, ayer por la tarde un abuelete escribió eso en el facebook). En fin, señores, que esto cada vez está más complicado y cada vez nos asomamos más al abismo. Terminé diciendo que nadie había pronunciado la palabra honestidad y que eso es, según mi criterio, lo esencial. Cuando todos seamos honestos con todos podremos cambiar el mundo, les dije, mientras tanto, todo es puñetera demagogia con la que ocultar los intereses particulares. Eso es sinceramente lo que pienso, les dije, y me marché con mis compañeros. 


Durante la caminata les expresé mi preocupación y temor sobre el advenimiento del fascismo en Europa y, cuando llegué a casa, las cruces negras de los vencejos ya habían invadido el cielo y me miraban desde arriba como se mira a un enemigo. 


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