¿Y TÚ, POR QUÉ APUESTAS?
En Grecia el tiempo de espera en las urgencias de los
hospitales media de 24 horas a cuatro días. Allí comenzaron con reformas
parecidas a las nuestras por las presiones de la deuda externa y las condiciones del poder
financiero europeo con la subcomandante Merkel al frente. Aquí, de forma tímida
aún, los ciudadanos comienzan a despejar las múltiples cortinas de humo y ya
divisan en el horizonte las orejas del lobo depredador. Cuanto más se ha
ayudado a los países PIGS, más se han empobrecido sus ciudadanos. En los no tan
jóvenes españoles se ha instaurado un mullido conformismo y una hundida
resignación. No deseo generalizar, hay excepciones, pero la responsabilidad
familiar, el cobijo de los hijos, la preocupación conyugal, nos llevan al
camino de la prudencia y a huir de la senda de los mártires. Quisiéramos ser
héroes todos en nuestro fuero interno, no nos falta valor, pero nos atenaza un
miedo concreto y terrible, el miedo a perder el amor. Sólo los desesperados
están dispuestos a todo, pues ya nada pueden conservar, pero el sistema se
encarga de que no sean numerosos y los mantienen aislados en varias islas de
marginación. Seguimos pagando sumisamente, mientras los bancos mercantiles, y
gracias al artículo 104 del tratado de Maastricht, siguen desfalcando las arcas
de nuestro Estado. En Barcelona, los médicos ya han anunciado que están
muriendo los primeros enfermos por falta de atención en los hospitales. La
deuda fraudulenta que hemos de pagar los miserables ciudadanos genera recortes
en los servicios fundamentales. Un amigo mío, votante del PP y médico de
urgencias del hospital de Huelva, reconoce que el sistema sanitario español
comienza a ser caótico, que muchos pacientes están muriendo porque no hay
médicos suficientes ni medios para atenderlos. ¿Qué hacemos? ¿Nos apuntamos a
la lista cuando la hora nos llegue y esperamos pacientemente a la muerte?
Claro que nos quedan los jóvenes, esos sí que están
desesperados, con una tasa de paro superior al 50%, una generación engañada
durante años por el espejismo de la burbuja inmobiliaria, que hasta hace poco
conducían BMWs, mientras sonaba “regetón” a todo volumen y ahora se les pide
que trabajen gratis o a cambio de una limosna. Una juventud también que
estudiaba en universidades, a los que se les prometió que si eran los mejores
tendrían trabajo y ahora solo ven la negritud y el abismo del ostracismo. Una
juventud en definitiva que sí tiene el valor de decir basta, que no se acojona,
y que presenta resistencia, arrojo y osadía.
En la última semana de febrero ocurrieron dos sucesos
ocasionados por esta juventud que han llamado mi atención. Sobre uno de ellos
se han recogido miles de imágenes, portadas en periódicos nacionales e
internacionales, minutos en televisión y millones de comentarios en las redes
sociales y en internet. Sobre el otro apenas nada, como si nunca hubiera
ocurrido. El primero fue la huelga estudiantil de Valencia, miles de jóvenes
reclamando sus derechos constitucionales y una policía rabiosa que golpeaba a
menores sin discriminación. Para unos medios, la policía y la gobernadora de
Valencia incumplieron con la Normativa del alto comisionado para los derechos
humanos de la ONU, para otros, de sospechosa calaña y clarísima anuencia con el
poder vigente del PP, los policías fueron agredidos por terroristas
perfectamente organizados y los jóvenes valencianos, muchos de ellos menores de
edad, son delincuentes peligrosísimos que hay que apartar de la sociedad. ¡Qué
curioso! De la otra noticia apenas han hablado estos medios. Quizás es que crean
que es esa la verdadera juventud ejemplar. Me refiero a los chicos que quemaron
vivo a un vagabundo en la misma ciudad valenciana, a pesar de que este pobre
ser humano denunció a la policía que una semana antes sufrió un intento,
aparentemente por los mismos jóvenes, de quemarle vivo. Nada
hizo la policía entonces y, parece ser, que ninguna preocupación ha generado
este hecho en las mentes de nuestros gobernantes. Total, se dirán, esos
ejemplares jóvenes no han hecho más que lo que deben, limpiar la escoria de las
calles, de todas maneras ese vago y maleante moriría algún día en la sala de
espera de un hospital. ¿Y los medios? ¿Por qué no hablan de ello? ¿Y las redes
sociales? ¿Y nosotros?
Esta sociedad está enferma. Es necesario sanearla. Y
todos, todos sin exclusión, tenemos el deber moral de ayudar a su recuperación
ética. Esto es una cuestión de supervivencia. Ante nosotros tenemos el dilema
de escoger por la vida o por la muerte. Y no existe la posibilidad del
conformismo y la resignación, porque eso sería aún peor que escoger la muerte,
estaríamos apostando, sin darnos cuenta, por el suicidio complaciente. Yo no
tengo ninguna duda, apuesto por la vida. ¿Y tú, por qué apuestas?
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