SIENTO VERGÜENZA
Ya se oyen los gritos desde mi ventana. Un chico del 15M, megáfono en mano, grita consignas contra
la banca. Lleva frac negro y una máscara de Botín, el presidente del Santander.
Tras él un par de chicas portan una pancarta con el lema “Esto no es una crisis,
es una estafa” y, tras ellas, un grupo de no más de quince personas, casi todas
disfrazadas de banqueros. Tendré que pedirles perdón mañana, hoy no he podido
ir con ellos, cosas de mi frágil salud.
En fin, que aquí ando pensando en lo acontecido este fin de
semana, la evidente caída del apoyo popular al 15M, el grito mudo de Sol, brillando
desde el corazón de la desesperación y la rabia silenciosa, los desalojos de
madrugada, la ausencia de vándalos en todas las ciudades, excepto en Valencia,
donde unos retrasados intentaron provocar violencia, el respeto y tolerancia de
la gran mayoría, a pesar de las chulescas amenazas de alguna subdelegada del
gobierno, la (individualmente) desproporcionada actuación policial, sobre todo,
el hijo de puta que mantuvo, durante cuatro minutos, empotrada contra la pared
a una joven, a la vez que le sobaba el cuerpo (ese cabrón sí que merece cárcel
de por vida y no los detenidos en el desalojo de Sol). Total, qué os voy a
contar que ya no sepáis. Y todo ello nos
lleva inevitablemente a discutir sobre lo
que menos nos debiera importar: la represión policial, el derecho a
manifestarse ocupando un espacio público y el derecho de otros ciudadanos a
poder transitar libremente por unas calles que son de todos, la violencia de
unos pocos, las amenazas del gobierno, etc…
Sólo hablamos de conflictos, conflictos que crean más conflictos,
conflictos que pudieran iniciar una guerra.
Ya está bien, señores, de tanto héroe mesiánico y de tanto
mártir redentor. Dejemos ese discurso de una vez. Qué más da si nos dejan manifestarnos o no,
manifestémonos y punto, pero eso sí, de forma absolutamente pacífica. Y si nos
dicen que tenemos que dispersarnos e irnos, pues lo hacemos, pero volvemos
después, una y otra vez, y otra y otra hasta que seamos muchos, porque al paso
que va esto, seremos muchos por constancia, ya que cada día aumentan los
desesperados en este país. Así se hizo en Islandia y así se logró el cambio.
Como ellos, nosotros, deberíamos hablar de nuestros verdaderos enemigos: la
deshonestidad y la codicia. Son los valores democráticos y humanos los que nos
deben importar. Debemos hablar continuamente sobre los privilegios inmorales de
la casta política en nuestro país, hace meses que no se habla de estos temas en
los medios de comunicación. Debemos hablar de la corrupción instalada en
nuestro país como modus vivendi institucional,
comercial e, incluso, familiar. Debemos hablar de la colaboración de todos para
un fin común, esa lista de 8 puntos fundamentales que a tantos nos unió en mayo
y junio pasado. Dejemos de hablar tanto de izquierdas y derechas y hablemos más
de las necesidades de los muchísimos que están abajo y de los abyectos
privilegios de los poquísimos que están arriba. Volvamos a nuestros inicios,
por favor. Quitémonos de encima todo el lastre malsano que hemos ido acumulando
estos últimos meses y volvamos a empezar. Estamos obligados a intentarlo, por
nuestros hijos y nietos, por nuestra propia dignidad.
Ya no veo desde mi ventana al pequeño grupo que se está
manifestando hoy, lunes 15 de mayo, por las calles de mi ciudad, pero aún oigo
el megáfono desde aquí. Somos el 99%, gritan, y ellos el 1% y siento vergüenza
por no estar junto a ellos. Hoy la cosa trataba de intentar entrar en los
bancos, con educación, en silencio y mostrar nuestras pancartas en contra del
sistema financiero y los banqueros, aunque también tienen paradas en el
trayecto, frente al ayuntamiento (PP) y diputación (PSOE-IU). Y no son más de
15. ¿No sentís vergüenza?
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