¡QUÉ CORTA ES LA
VIDA!
A
veces me da por pensar en lo corta que es la vida y si merecerá la pena
preocuparse por los demás, ser solidario, renunciar a tus íntimos deseos y entregar
tu tiempo a hacer felices a los otros, en vez de preocuparte de comerte la vida
a dentelladas, experimentar nuevas sensaciones, explorar el límite de todas las
pasiones. Todos dudamos alguna vez, sobre todo aquellos que descienden por la
cuesta final, los que estamos tan cerca de la meta. Es normal, el ser humano es
así, capaz de asombrarse de la belleza vital de sus propios sueños, ya sean
perversos o no, y matar por ello si es preciso, pero también capaz de
sacrificar su propia vida a cambio, únicamente, de la sonrisa de un niño. El
ser humano, un universo infinito, lleno de contradicciones.
El
jueves pasado, desde mi balcón, observé la procesión mariana de la hermandad
del Rocío de Huelva. Más de tres mil caballos, dijeron en la prensa, atravesaban
la Gran Vía de la ciudad, camino del ayuntamiento, donde les esperaba la
comitiva del alcalde, junto al obispo de la ciudad. La emoción se desbordó en
el pueblo cuando oyeron las notas de la Salve. Tras los caballos y sus engalanados
jinetes, cientos de carretas y miles de personas a pie, se disponían a iniciar
el camino de 70 kilómetros hasta la aldea de la Blanca Paloma. Me entraron
ganas de llorar, de pena, claro, al recordar que en la manifestación del 12 de
mayo, convocada por el 15M no éramos más de trescientos. Mientras mi perro Bebo
se escondía, despavorido, debajo de la mesa por el ruido de los cohetes, las
madres fotografiaban a sus hijas vestidas de gitana y a sus pequeños con el
traje corto de flamenco. Todo era alegría, cantes por sevillanas y palmas. Sin
embargo, yo estaba preocupado, pues esperaba a mi hermano. Tenía que ayudarle en
algo y no tenía ni idea de cómo podría llegar, si todo el tráfico de la ciudad
estaba cortado. Sí, cortado, durante toda la mañana y, después, si unos cuantos
niños se sientan en una carretera durante media hora, los muelen a palos, como
ocurrió en Valencia.
El
caso es que mi hermano llegó con el tiempo justo, habíamos quedado con un amigo
católico, y que colabora con Cáritas, en el economato Resurgir, un economato
para pobres, con alimentos básicos a un precio anecdótico (10 céntimos de euro
por un litro de aceite de oliva, por ejemplo). Mi hermano sólo cobra ya la
ayuda de 425 euros y ha de alimentarse él, su mujer y sus tres hijos, de modo
que cuando le hablé de la posibilidad de gestionarle un vale a través de mi
amigo casi se echa a llorar. Bien, llegamos al economato y rellenó la solicitud
para un vale de 15 euros, le comunicaron que, viendo su situación, tenía derecho
al vale, pero que ya era la hora del cierre y tendría que ir a recoger el vale
11 días después, porque en la semana del Rocío el economato permanecería
cerrado y sólo abrían los martes y jueves de las 10 hasta las 13 horas. Cuando
me despedí de él lo vi perdido, muy agobiado, a pesar de la concesión del vale.
Imagino que estaría preguntándose en cómo le daría de comer a sus hijos hasta
ese día. Pero qué podía hacer yo, si con la pensión no me llega a final de mes.
Le abracé, le di dos besos y le dije que le invitaba a almorzar hoy domingo en
mi casa. Y aquí estoy, escribiendo, mientras el cocido se va haciendo,
lentamente, al fuego.
Finalmente,
aquel jueves, mi mujer llegó a casa, como siempre, sobre las tres y media de la
tarde, cansada de limpiar suelos ajenos. Le di un beso de niño enamorado y se
sentó a la mesa y antes de comenzar con los macarrones me miró y me dijo: “Confirmado,
la mujer de la que te hablé, de mi edad más o menos y con un hijo de la edad de
Damián (su hijo), están durmiendo en la calle. Ya tienen las ropas sucias y
creo que duermen todas las noches en los bancos de la plaza Quintero Báez.
Dicen que le embargaron el piso y que su marido era el que se suicidó tirándose
por el balcón el día que fueron a desahuciarlo”
Yo la miré con resignación, le dije que mi hermano vendría con su
familia a comer el domingo y que lo sentía mucho por esa mujer y su hijo, pero
que mucho me temía que en esta ciudad nadie podría ayudarla hasta que no
terminase el Rocío.
La
gente duda, es normal, la vida es tan corta que en un chiscar de dedos te has
hecho viejo, parado en la estación, viendo pasar los trenes, sin atreverte a
subir en ninguno de ellos. Por eso algunos, a la más mínima oportunidad, se
empeñan en el banco por pasear a caballo durante unos días y, ya puestos, pues
langostinos, buen jamón, rebujito de whisky con seven up, y hasta rayitas de
cocaína si se tercia, entre cantes, bailes y jolgorios. Total, si aquí sólo
vamos a estar tres días.
Gracias por ponerme los pie en la tierra.Si pudiera ya tendria a la familia de tu hermano y a esa madre con Su hija , a mi cargo. Un abrazo.
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