EL VUELO DE UN NIÑO
Ayer, un niño de dos años,
saltó desde el balcón de un noveno piso y echó a volar. No sé si vería desde el
cielo esas colas de educadores y alumnos que ayer se manifestaron por los
recortes en la enseñanza pública, en toda España. Colas, por cierto, que
debieron ser como el Guadiana, un 80% de seguimiento en la huelga según los
convocantes y un exiguo 20% según el ministro Wert. Claro, diciendo que en las
universidades ya hace semanas que terminaron las clases, les salen las cuentas.
Y es que la cuestión en este país es manipularlo todo en función de nuestros
intereses particulares. En mi ciudad, mi mujer tuvo que llevar al colegio a los
niños que cuida y vivo en una zona por la que pasan todas las manifestaciones
y, la verdad, es que ni vi, ni oí demasiado jaleo. De modo que imagino que el seguimiento real
de la huelga debió estar en un punto intermedio y si es así, ¿por qué ambos
mienten? ¿No nos damos cuenta de que la cuestión no es tener más razón, sino
que todos seamos más felices?
No aceptamos la realidad y
así nos va. Ayer las banderas volvieron a ondear al viento. Seguramente el niño las vería, desde el
cielo, aletear como mariposas multicolores. Aparentemente todas zigzagueaban en
concordia, con lemas en contra de la política del gobierno. Banderas del PSOE,
con sus líderes al frente, de IU y sus camisetas verdes, de tantos partidos
minoritarios, de los sindicatos e, incluso, las banderas inexistentes del 15M. Banderas que nos
vuelven a separar, aún más, a pesar de lo perdidos que estamos ya. Mientras,
Rubalcaba y Rajoy se reúnen unificando posturas frente a Europa. Valderas, para
celebrar la coalición de gobierno en Andalucía, anuncia recortes en el sueldo
de los funcionarios. En Europa, la Merkel busca apoyos para neutralizar al
gallo francés. Y este a su vez cacarea su rebelión en otros gallineros, pero
sigue sin recibir al líder de Szyriza, la coalición de partidos de izquierdas
griego que exige la condonación de la deuda de su país, a pesar de llevar dos
días esperándole en Paris. Y aquí, en España se rebaja la fianza a los del caso
Gurtel, se archiva la causa contra la familia Botín por blanqueo de dinero a
través de unas cuentas suizas y se archiva también la investigación sobre los
viajes a Marbella del señor Divar, presidente del CGPJ. ¿Pero es que estamos
ciegos?
Esto no es una batallita de
demagogia, no es una cuestión política en el sentido sectorial actual, ni de
banderas cegadas por el fanatismo. Esto es la devastación de los más pobres por
las élites económicas y de poder. El que tiene más quiere más y se apodera de
la ley y de lo que haga falta para conseguirlo y el que tiene menos, tiene
menos cada día. Estamos fraguando la felicidad de unos pocos sobre el
sufrimiento de muchos y eso es amoral e indigno con nuestra naturaleza humana y
racional. Durante los años de bonanza hemos concedido a nuestros hijos,
caprichos superfluos sin merecerlo y ahora no saben vivir sin ellos. El
defensor del pueblo nos dice que ha aparecido un nuevo perfil de niño, el de
maltratador de sus padres, porque es incapaz de comprender que la situación
económica no puede ser ya la misma, con ambos padres en paro. Hemos fabricado
monstruos y no queremos reconocerlo. Paradójico, ¿verdad?, reclamamos una mejor
educación en las escuelas y desatendemos la familiar. La competitividad, el
éxito social a cualquier precio, la posesión desaforada, el dinero fácil y una
vida de lujo han sido los valores más promocionados, aunque públicamente
aboguemos falsamente por la solidaridad. Esa es la verdad, dejemos ya de ser
hipócritas.
Es necesario cambiar los
paradigmas de esta sociedad occidental en la que vivimos. Esta senda devoradora
únicamente nos puede conducir a la extinción. Hemos de comprender que todos tenemos el mismo
valor, porque todos somos uno y en cada uno estamos todos. Debemos reflexionar
menos sobre qué deseamos y más en qué nunca querríamos para nosotros, porque
eso precisamente es lo que no debemos desear para nadie. Es necesario que
entendamos esa premisa como algo fundamental. Así todos podremos ser más
felices y esa felicidad estará fundamentada sobre el amor de los otros, no
sobre su sufrimiento como hasta ahora.
Quizás por esa razón echó a
volar el niño de dos años, quiso ver esa unidad, quiso emular ese sueño
acompañando a las miles de personas que ayer se manifestaban por un mejor
futuro para él, tan pequeño y ya tan lleno de esperanza. Se encaramó a la
barandilla del balcón y echó a volar. Todos sabréis ya a estas alturas que el
niño no voló, que eso sólo es ficción, la realidad es que cayó sobre un níspero
que amortiguó el golpe y salvó milagrosamente su vida. Sus padres nigerianos no
podían creerlo, el niño que intentó volar, a pesar de las heridas sufridas en
el intento, no quería perderse un futuro que él veía esperanzador. Son tan
distintas y tan maravillosas las historias de este país en comparación con las tragedias que cuenta su madre sobre Nigeria.
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