¿UN ETERNO FINAL FELIZ?*
Para muchos la fiesta
terminó. Llegó el momento de refugiarnos, de pasar desapercibidos entre tanto
malaje y tanto interesado soñador. La cosa se pondrá cada vez más fea y, visto
lo visto, aquí cada uno intentará encontrar su vericueto. Algunos, más
reflexivos, intentan hacer algo. Ahí tenemos ahora a Julio Anguita, con el
manifiesto del colectivo Prometeo, como antes tuvimos ese brote de sol eterno
que fue el 15M. Pero se volverán a cometer los mismos errores, la desintegración
de las izquierdas y la compartimentación de los saberes ante problemas que
exigen un conocimiento interdisciplinar y el occidentalcentrismo, que nos
coloca en el trono de la racionalidad y nos otorga la ilusión de poseer lo
universal, tal y como expone Edgar Morin en “La vía”. Carencias cognitivas de
las que apenas somos conscientes. Ese es nuestro mayor drama. El ave de Minerva
(la razón) sólo levanta el vuelo al crepúsculo (Hegel). Nuestro conocimiento se
ve desbordado por la rapidez de los cambios contemporáneos y por la complejidad
propia de la globalización. Son tan efímeras como innumerables las
interrelaciones entre procesos extremadamente diversos (económicos, sociales,
demográficos, políticos, ecológicos, ideológicos, religiosos, nacionales, universales,
etc.) El presente sólo es perceptible en su superficie. Sólo vemos una pequeña
parte del iceberg dirigido por fuerzas subterráneas e invisibles, bajo un suelo
aparentemente sólido, fuerte. Ya lo dijo Ortega y Gasset: "No sabemos lo que pasa y eso es lo que pasa”.
El 15M está muerto, ya no lo
podemos negar. Las izquierdas se han apoderado de él y han sectorizado el
movimiento, tratando de agrupar mayor masa social a sus proyectos particulares.
Teníamos miedo a las provocaciones de estilo fascista del Ministro de interior
y sus subdelegados de gobierno y, mira por donde, la pólvora destructora nos ha
venido como siempre por la codicia de los intereses partidistas. Dejemos de
mentir ya, por favor, Dejemos de decir que somos solidarios. Eso es mentira. Lo
queremos todo, pero no estamos dispuestos a sacrificar nada. Mucho palique,
pero a la hora de la verdad ni chicha ni limoná. Lo mismo, desgraciadamente,
ocurrirá con el proyecto Prometeo. Estamos ciegos y no sólo por nuestra
ignorancia, también nos ciega el caudal incesante de conocimiento.
La fiesta terminó, pero
muchos aún siguen esperando que vuelva a sonar la música, mientras corean
desesperadamente su deseo: “Quiero un final feliz, queremos un final feliz”.
Unos leen libros de autoengaño, otros son domados a través del
entretenimiento, otros son mesiánicos y pueden acabar asesinando a alguien para
salvar a la humanidad, otros leyeron un solo libro y siguen sus palabras
ciegamente, otros prefieren cultivar la ignorancia y el único papel que quieren
es el que se canjea por el lujo de los comercios, etc... Todos quieren un
eterno final feliz. Su particular y eterno final feliz. ¿Cómo vamos a lograr
construirlo?
Llegó el momento de
refugiarnos y reflexionar, alejados de tanto malaje y tanto interesado soñador.
De discernir la realidad desde la posición de observador objetivo. De
prepararnos y adquirir conocimiento. De acumular experiencias con la múltiples
capas de la realidad y desechar las manipuladas o nocivas para un proyecto
común de justicia universal. Pensar sobre nosotros mismos, sobre nuestra
actitud, dominar la posible soberbia, comprender que la humildad es una exigencia moral entre iguales, erradicar de
nuestras mentes la codicia y la competitividad. Necesitamos convertirnos en
crisálida si queremos tener alguna oportunidad. Hemos de regenerar nuestra
conciencia y nuestro espíritu. No basta con querer ser felices, hemos de serlo
sin la amargura de los inútiles deseos insatisfechos, hemos de aprender a ser felices
compartiendo nuestro amor. Tenemos por delante un sombrío panorama y la
tormenta será terrible y muchos se quedarán en el camino. Pero cuando eso
ocurra la realidad se impondrá y despertará a miles de conciencias dormidas.
Entonces será el momento en el que tendremos la obligación ética de abandonar
la madriguera y hacerles ver que la fiesta terminó, pero que tenemos ante
nosotros una aventura loca y grandiosa, dramática y poética, tanto en lo local
como en lo universal. No sólo la esperanza debe ser una apuesta, también lo
debe ser el conocimiento. Y nunca debemos ignorar nuestra ignorancia.
*Este artículo contiene
extractos del 1º capítulo de “La vía” de Edgar Morin.
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