EL DESPERTAR
Al principio el sueño fue maravilloso.
Volaba, volaba como un halcón cayendo en picado, sintiendo el riesgo con un
placer maravilloso y desconocido para mí. Mas pronto el sueño trocó en
pesadilla. Ya no volaba, caía, caía sin freno hacía la inmensidad del océano,
me ahogaría sin remisión. Resignado comprendí la cercana fatalidad de la muerte
y cerré los ojos como si no quisiera ser testigo de mi irreparable destino.
Ante mi sorpresa me detuve en la caída. Sentí el abrazo frío del mar, el
violento vaivén de las olas sobre mi cuerpo, la hiriente caricia de la sal. Pero
no me hundía, flotaba liviano sobre las aguas. Abrí los ojos y pude sentir la
profunda soledad del náufrago. Me hallaba perdido, sin rumbo, en mitad del
desamparo más inhóspito que jamás logré imaginar. Y así estuve durante
muchísimo tiempo. Hasta que desperté y supe que, al igual que todos, yo era una
gota de agua y, junto a otras, componíamos este océano, a la vez tan lejano y
tan próximo a las nubes del cielo.
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