LA ISLA PERDIDA
No pudo resistir más la vida insulsa que
arrastraba y decidió buscar nuevas aventuras. Zarpó hace tres años desde el
puerto de Valencia y ya ha recorrido todos los mares posibles. La travesía
marchó viento en popa al principio. Sin embargo, desde hace semanas no sopla la
más mínima ráfaga y la vela del mástil cuelga arrugada, sin aire que le insufle
vida. Los instrumentos de navegación están inservibles desde la última tormenta
y no sabe con exactitud sus coordenadas. Ahora se halla varado en algún océano,
en mitad de ninguna parte, sin saber cuándo podrá tomar rumbo a esa isla que
divisa en el horizonte. La incertidumbre le devora por minutos y ya duda si
remar a ciegas con sus propias manos o lanzarse al agua y que sea lo que dios
quiera. Lo malo es que hay días en los que la isla se despide de él desde el Norte
y, al siguiente, le saluda desde el Sur o desde el Este o… Ni tan siquiera sabe
si él, en realidad, es esa isla misteriosa y esquiva y, acaso ésta, sea el
navegante que rodea sus costas desde la lejanía, desconfiado y tratando de
atisbar con sus prismáticos si algún caníbal deshumanizado lo observa desde el
corazón de la inhóspita selva.
Sólo le pide al cielo que si alguien
encontrase la botella que acaba de lanzar al mar y leyera su mensaje, le diga a
su familia que esa isla solitaria que se mueve, no sabe cómo, pero desea volver
a casa.
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