LOS MONOS NOCTURNOS DE
PATARROYO
Hoy todo aconsejaría hablar
de los mineros, esos rudos hombres y mujeres que ya, todos juntos, gritan en
Madrid su indignación. También podría escribir sobre los ingentes comentarios,
tanto mostrándome su anuencia como poniéndome a parir, que provocó mi artículo
de ayer, en el que afirmaba la defunción del 15M. Pero no hablaré de lo primero
ni de lo segundo, porque ayer la noticia que más me hizo pensar fue la de los
monos nocturnos de Patarroyo.
El Doctor Manuel Elkin Patarroyo es fundador y actual director de la
FIDIC (Fundación Instituto de Inmunología de Colombia), asociada a la Universidad Nacional de
Colombia en Bogotá; director de la línea de
investigación en Relación Estructura-Función en la Búsqueda de Vacunas
Sintéticas en el doctorado en Ciencias
Biomédicas de la Universidad del Rosario (Colombia)
y colaborador de la Organización Mundial de la Salud,
para el desarrollo de vacunas sintéticas contra la malaria, la tuberculosis y la lepra. Su vacuna sintética contra la malaria ha
sido probada en Colombia y Brasil con un nivel de eficacia del 28% y en África
con un 31%. La posibilidad de producir
la vacuna sintética despertó inicialmente el interés y la curiosidad de los
grandes laboratorios farmacéuticos. A este respecto, Patarroyo, en un acto de
generosidad, rechazó ofertas de una empresa farmaceútica para vender la patente
por 74 millones de dólares. En su lugar, Patarroyo la donó en mayo de
1993, a la OMS (Organización
Mundial de la Salud), con la condición de que su producción y comercialización
fueran hechas en Colombia. En sus mismas
palabras:
<La malaria es un negocio
espectacular, sólo el DDT mueve ya 1.200 millones de dólares anuales. Y los
laboratorios que ofrecen preventivos de quinina contra la malaria juegan con la
misma cantidad. Cualquier recién llegado al "negocio" como yo, es
puesto inmediatamente en vigilancia… El 66% del dinero que se destina a la
investigación y al desarrollo de la farmacología en el mundo viene del Banco
Mundial, el resto lo cubre las donaciones privadas y las multinacionales
farmacéuticas. Así que hay casi dos terceras partes del dinero que son
públicas, y yo pienso que no puedo quedarme con lo que no es mío… Por eso han
estado a punto de acabar conmigo (ya ha sufrido varios atentados). Cualquier
investigador o científico que entra en una multinacional, o en una universidad,
tiene que firmar un contrato de patentes en el que la multinacional, o las
instituciones pertinentes, se hacen dueña de la patente mientras que al
investigador le quedan unos pequeños royalties, además de su sueldo; pero yo
les jodí. Hice lo que a muchos científicos e investigadores les hubiese gustado
hacer y no hicieron, fui por libre, creé mi propia institución, y en el año en
que logré mi propia vacuna, doné la patente a la OMS. Y es lo mismo que haré
con mi próxima vacuna. Eso significó la guerra a muerte de las multinacionales
contra mí… La libertad tiene un precio… Mi vacuna administrada por la OMS no
costará más de un dólar, las multinacionales quieren ponerla en el mercado a un
coste de 25 dólares la unidad. Imagínese el negocio, hay que vacunar a 2.500
millones de personas, que son enfermos potenciales de la malaria, podríamos
salvar de la muerte segura a millones de personas cada año>.
Estamos hablando de
joderles el negocio a los usureros y carroñeros de las grandes corporaciones
farmacológicas del mundo, joderles decenas de millones de dólares anuales, a
cambio de salvar millones de vidas. ¿Creen ustedes que esos carroñeros
inhumanos se van a quedar quietos? Pues no, ahora, esos mismos que tanto
desprecian la vida humana se han convertido en firmes defensores del Aotus trivirgatus, un
pequeño primate nocturno del amazonas, precisamente la misma especie en la que
el doctor Patarroyo investiga el desarrollo de su vacuna, animal fundamental
para dicha investigación por sus características genéticas. Ahora aplauden sin
cesar la brava lucha de Ángela Maldonado, esa estrella de la
conservación de primates que inspiró la demanda que impuso a Patarroyo el “quieto
y parao” firmado por el tribunal. Según ella, su lucha, como la de muchos
ambientalistas, representa una piedra en el zapato para esta investigación.
Pero es una lucha por la que vale la pena posponer los avances: los monos
nocturnos están en peligro y los ecosistemas en los que viven también. Los
reparos no son menores. No pueden verse como un intento por retrasar la
investigación, sino más bien por ponerle unos límites legales claros. Lo
mínimo.
Aunque estos monos no
están en la lista de animales en extinción, el juez falló y ha decretado la
paralización de la investigación del doctor Patarroyo sobre la vacuna de la
malaria, hasta que se determine un protocolo de actuación en la caza de los
primates, luego podrá seguir investigando, pero con vigilancia continuada en la
caza y trato animal. Yo no sé, realmente, la intención de la líder ecologista y
del Tribunal administrativo de Cundinamarca, ni tampoco puedo asegurar que algo
de las decenas de millones de dólares de beneficios que proveerá esta decisión a los laboratorios farmacológicos se dejará
caer por la comarca colombiana. En ningún caso podría afirmar que la defensa de
los monos sea un millonario negocio para algunos ecologistas, nada de eso,
todos sabemos que los pobrecitos subsisten con melifluas subvenciones estatales
y generosas donaciones privadas. Pero, tras esta decisión, lo que sí se puede
asegurar con absoluta rotundidad es que, posiblemente, el próximo año morirán decenas de millones de personas más de las que debieran en el mundo. Eso sí, casi
todos serán pobres y prescindibles, gente del tercer mundo y con una cara no
tan simpática como la de los amorosos Aotus trivirgatus ¿verdad?
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