jueves, 6 de diciembre de 2012

LA NUEVA CONSTITUCIÓN DE LA REPÚBLICA INDEPENDIENTE DE MI CASA

   ¡Vaya título rimbombante! Cualquiera diría que voy por el mundo en plan mesiánico. Al menos lo pensarán aquellos que intuyan cierta imposición o jactancia en la frase. Cómo si me hubiera creído alguna vez mejor que otro; peor tampoco. Otros pensarán: otro anarco de esos que creen que la ley es él (y lo mismo el que lo piensa es el mismo antidisturbios que abrazó tal concepto). O ya está, otro grupito de majaras que se creen capaces de redactar una nueva constitución, para acabar jodiéndonos la nuestra. Pero no, la cosa no va por ahí, es mucho más sencillo. Simplemente me apetece contaros la cena que un grupo de amigos improvisamos en mi casa, precisamente cuando las agujas del reloj iniciaban su andadura, segundo a segundo, en la 34º efeméride de nuestra flamante constitución. Por supuesto que fue casual. Ya casi nadie cae en tal fecha. Se le da más importancia al día festivo, sobre todo los pocos que aún poseen nómina y un jefe que les pague, que a aquel consenso ya perdido en la memoria de un país en blanco y negro. Normal, teniendo en cuenta que los momentos de buen rollo y risas compartidas merman en nuestras vidas al mismo ritmo que nos clavan los recortes.
   El caso es que el día 5 de Diciembre me levanté con ganas de volver a ver a los amigos y les llamé, proponiéndoles la cena, con el requisito de que cada uno aportaba algo de bebida y un plato cocinado por él. Tampoco era la primera cena y ya todos conocían la dinámica. Dos pensionados y tres en paro, una diseñadora gráfica, pareja de una de las paradas, a la que comienza a enturbiársele sus preciosos ojos negros, de tantas horas como pasa frente a la pantalla del ordenador, una chica que trabaja sin contrato en la limpieza doméstica (ya lleva diez años así), un psicólogo clínico (mi mejor amigo y sin haber pasado aún por su consulta, a pesar de tantos levantes y ponientes) y una empresaria de la pastelería, antaño exitosa y hoy haciendo filigranas para poder seguir pagando a sus empleados. Una muestra ejemplar de la evolución de la especie hispana, donde cada uno camina descalzo y como puede sobre los puntiagudos guijarros del destino de la piel de toro. Sin embargo, en esa noche no cabía la tristeza ya que comenzamos la reunión prohibiéndola por decreto. Éramos nueve y sobraba la comida, los buenos caldos de nuestras cepas y los licores. Diez euros por barba más o menos, lo que te vale un par de copas en cualquier bar, y la música y el alcohol embaucador (también algún porrito, lo reconozco), prometían una velada perfecta.
   Enseguida nos pusimos a arreglar España, aunque hubo momentos también para el conflicto palestino-israelí. Hablamos de la política neomaltusiana del gobierno español, del genocidio que comienza gestarse entre la capas sociales más vulnerables, víctimas principales de los recortes, de la artera eficiencia eufemística en el lenguaje de los políticos, de la codicia desmedida de los corruptos y de la cuasi prevaricadora justicia estatal, de la amnistía a los ladrones y el castigo a los hambrientos, del avance exponencial de los suicidios y de la bomba de relojería terrible en la que se está convirtiendo la idealizada cohesión social de nuestra nación. Sombras funestas, horizontes que se adentran en la negritud más asfixiante, la decadencia y la agonía frente al espejo, restos de un paraíso derruido y del que huyeron ya todas las ilusiones y un tic-tac que podría avanzar con pasos tartamudos y, sin  embargo, según conversábamos, la risas reivindicaron su espíritu de paloma pacifista, los gestos de complicidad desbordaban empatía, el valor altruista de la igualdad se corporeizaba sobre la mesa y hasta las caricias y los besos se abrazaban en el aire con las miradas. En pocas horas habíamos olvidado nuestros problemas individuales y devorábamos la vital existencia con un ímpetu inaudito. Ya las paredes no podían contener la felicidad y las nuevas ilusiones, desbordadas por ventanas y balcón. Y así, en consenso y desde la convicción más profunda en una humanidad más justa y más equitativa, fuimos reformando algunos capítulos de la Carta Magna. Ya veis, ¡qué ingenuos!, ¿verdad?
   Imagino que os gustaría conocer alguno de los capítulos reformados, pero qué importancia podrían tener en este texto, si como ya os dije ni pretendo ser mesiánico, ni tengo la intención de embaucar a nadie. Lo verdaderamente importante de la cena no fue la reforma llevada a cabo, sino la decisión de un grupo socialmente heterogéneo de reunirse con buen rollito, compartir con todos lo que cada uno cocinó o aportó con su esfuerzo individual, tener la mente abierta, igual que los oídos para escuchar y la lengua para opinar. Las conclusiones a las que llegamos nosotros en la república independiente de mi casa es lo de menos. ¡Qué pueden hacer 9 granos de arena frente a tan inmensa montaña con más de 47 millones de habitantes! Pero si alguna vez en este puñetero país todas las repúblicas independientes de cada casa se unieran con la intención de consensuar un nuevo modelo económico y social, otro gallo nada peleón nos cantaría ante un alba quizás más deslumbrante y soleado de amor humano.

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