jueves, 13 de diciembre de 2012

HERMOSA LUNA DE INVIERNO

   Luna acaba de cumplir 22 años y su vida debiera ser un arcoíris festivo, un paraíso desbocado por los aromas y el fuego de la carne sinuosa, un horizonte ahíto de elecciones y erotismo, un abanico abierto de posibilidades milagrosas, un porvenir instigador de sueños e ilusiones, pero el telón destructor de la muerte ha ensombrecido sus ojos tiernos. Su hermosura de cristal fino llora por dentro, cuando la soledad la circunda y cuando los mozos, esculpidos de alabastro, la cortejan, rendidos a la sutil sensualidad de algún esbozo de sonrisa. No puede evitarlo, la Venus de Mazagón nada entre olas de tristeza. Su madre ingresó en el psiquiátrico cuando ella cumplió 12 años y su padre no ingresó pero casi, ante la pérdida de su compañera. Con los años mamá regresó a casa, ya separados sus padres, y tuvo que comerse a solas sus múltiples crisis depresivas. Luna creció como un lirio, estabilizando sus raíces en la profunda oscuridad de su lago personal y esplendorosa y brillante bajo los focos del sol, pero frágil, quebradiza, ante el temor de encontrarse cualquier día, de repente, un presente inevitable. Ese día llegó hace unos meses. Mamá no pudo más con el dolor de su existencia y fue a tender la ropa a la terraza, un noveno piso, desde el que le fue imposible volar. Luna estaba de fiesta cuando la avisaron, en una discoteca de Punta Umbría. Era la policía y la reclamaban en Huelva, ciudad en la que madre e hija vivían. Era necesario su reconocimiento del cadáver.
   Ayer la volví a ver, su perra y el mío andan en romance, y la vi más seria, más responsable, pero tan perfecta y bella como siempre. La luz que irradiaba era mágica, pero el fuego acogedor de sus ojos mostraba sólo brasas que pugnaban por volver a convertirse en llama. Ya no  miraba a los ojos con esa especial y maravillosa viveza, ya su sonrisa enloquecedora parecía filosa, a la defensiva, con trozos rotos de cristal amenazante. Me contó que tras la muerte de su madre comenzó a recibir llamadas del banco de su madre. Al parecer ella había heredado todas sus deudas y la obligaban a pagar 36.000 euros de la hipoteca de la casa y otro préstamo concedido por el mismo banco. Me dijo que lo había pasado realmente mal, que llegó a pensar en todo, producto de la desesperación. Con su padre le es difícil convivir por temas que aquí no vienen a cuento y estaba claro que el banco le iba a quitar la casa. Tendría que dejar sus estudios universitarios (que ya es de admiración con la vida que ha llevado la chiquilla) y ponerse a trabajar, pero a trabajar en qué, tal y como está la cosa. Menos mal que le ocurrió un milagro, me dijo, limpiando de papeles de su madre los cajones de su casa, encontró por casualidad un seguro de vida que su madre tenía concertado en secreto con la aseguradora y, gracias a la comprensión de la policía, que certificó la muerte como accidental (el parte policial exponía que su madre había tropezado y caído accidentalmente por la barandilla), ahora iba a cobrar un dinerillo suficiente para cancelar las deudas. Me alegro mucho por ti, le dije, pero me despedí pensando en qué hubiera ocurrido de no encontrar la póliza. ¿La habría cancelado la aseguradora sin avisar ante el primer impago de un recibo? ¿Tendría dicha aseguradora ya conocimiento de la muerte de su madre y estaría esperando con ansiedad dicho impago? ¿Por qué la aseguradora no comunicó a Luna la existencia de dicha póliza?
   En estos meses ha ido muriendo a zancadas la inocencia magnética de Luna y, seguramente, se habrá endurecido su corazón, tanto como el asfalto sobre el que aterrizó su madre. Sin embargo, el azar la ha salvado, por ahora, de un futuro miserable, injusto e inmerecido. Aún me han quedado unos 12.000 euros, me dijo al despedirse, con los que pienso terminar mi carrera en Noruega. ¿A Noruega?, rubita de fuego invernal, le dije bromeando, ten en cuenta que allí no resultarás nada exótica. Ella sonrió coqueta y me dió recuerdos para Ana, mi mujer, suegra y madre de sus dos mejores amigos.
   Luna ha tenido suerte, nuestra hermosa luna de invierno ahora forma parte de ese escasísimo porcentaje de jóvenes que aún tiene una posible elección, a pesar de haber nadado durante su corta existencia entre las aguas de las ilusiones perdidas y la crudeza del invierno. Pero ¿cuántos jóvenes siguen enclaustrados en el frio abandono, sin posibilidades, sin esperanza y con poquísimos sueños que se van muriendo con el tiempo? Yo, como adulto, no puedo evitar sentirme culpable. Y tú, ¿no te sientes avergonzado de este inhóspito y deshumanizado mundo, producto de nuestra maldita generación?  


  

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