jueves, 20 de septiembre de 2012

¿POR QUÉ NEGAMOS LA CODICIA?

   Ayer, tras la publicación de mi artículo ¿Sirve para algo protestar?, mi amigo Ismael se puso en contacto conmigo. También habréis notado, como él, que llevaba casi una semana ausente de las redes sociales y sin publicar nada nuevo en el blog. No me pasaba nada, le respondí. Es que, a veces, uno acaba hastiado por tanta hiperinformación, desinformación, y manipulaciones mediáticas de la realidad y decide que es mejor fundirse en la cotidianidad de la ficción. Ya sé que eso es un error, que de ese modo pierdes la noción de cuanto ocurre a tu alrededor y te olvidas de la defensa de tus derechos como ser humano digno, que te conviertes en carnaza para los buitres carroñeros del poder económico mundial. Pero también es verdad que, en momentos puntuales, es necesaria la evasión. Porque si no lo haces, corres el riesgo de perderte en la deriva de una tormenta confusa, entre las olas encabritadas del peligroso mar de la obsesión. Y cuando eso ocurre, se pierde la objetividad y los análisis de la realidad dejan de ser fiables, siendo siempre tamizados con el cedazo de una misma tendencia tan obsesiva como alejada de la lógica y la razón.

   Cuando eso me ocurre me inmerso en la lectura compulsiva de novelas. Me sumerjo en la ficción para tratar de hallar en ella las claves (los porqués) de esa terrible realidad que, obcecadamente, nos negamos a ver. Y creedme, si la buscas, la encuentras. Hace justo un momento, por ejemplo, he leído una frase que me ha dejado perplejo. No es una gran frase literaria, a pesar de haber sido escrita por una escritora inconmensurable, la norteamericana Joyce Carol Oates, una de esas poquísimas escritoras capaz de escribir con la crudeza de un mercenario y, sin embargo, su lectura produzca que un colibrí aletee en el pecho de quién la lee. Pero es una frase lapidaria que resume en once palabras la atroz realidad en que vivimos. “En una economía capitalista y consumista, nadie, absolutamente nadie, es incorruptible”.

   Es verdad. Es terrible, pero es verdad. ¿De qué sirve protestar, plantar batalla, incluso vencer y derrocar gobiernos injustos, si seguimos aspirando a lo mismo, la acumulación de capital y patrimonio, el coche guapo para fardar, la tía buena, la victoria y el reconocimiento social, la fama, la adoración de los demás? ¿De qué sirve cambiar la constitución, crear leyes justas y equitativas, imponer las mayores medidas de control institucional, la apariencia de una justicia basada en la dignidad humana, si seguimos falsificando nuestros valores éticos con justificaciones injustificables que enmascaran nuestra autodenigración moral? “La codicia acabará con la raza humana”, ya lo dijo Freud. Si seguimos así caminamos hacia la autoextinción, nos quedaremos sin agua potable en el planeta, cada vez seremos más y los recursos serán cada vez más escasos.

   Tenemos que cambiar de sistema, eso está claro. Y no sé qué otro será el adecuado, imagino que será el que entre todos los seres del mundo escojamos libremente algún día, si nos llega esa oportunidad, claro está. Pero para que demos con el adecuado sería interesante un índice de cultura superior, el justo y necesario como para llegar a comprender que el conocimiento de las nuevas tecnologías y el desarrollo de las investigaciones científicas y filosóficas han de estar siempre en las manos del pueblo y nunca en la manos de gobernantes que las usan para someternos. El justo y necesario como para entender que el perfil de nuestros gobernantes debiera ser otro muy distinto, algo parecido a personajes como Vicente Ferrer o José Luis Sampedro. El justo y necesario para comprender que más vale ser gobernados por sabios honestos, que por el tipejo que algún día nos mintió al prometernos alguna suculenta prebenda. Porque así es como suelen ganar sus elecciones siempre los estafadores, diciéndonos una y otra vez te daré a ti lo que le quitaré a otro y con nuestra propia codicia nos engañan. Ellos también saben que en esta economía capitalista y consumista, nadie, absolutamente nadie, es incorruptible. Y nosotros, ¿por qué somos incapaces de admitirlo?





No hay comentarios:

Publicar un comentario