viernes, 23 de agosto de 2013

ESPAÑA: EL JARDÍN DEL ODIO


 Que la gran mayoría de defensores de la derecha de este país son seres, en cierta medida, inhumanos es indiscutible. Basta comprobar la frialdad con que legislan en temas tan sensibles como la sanidad o la dependencia para afirmarlo sin temor a errar. Porque es evidente que ni se inmutan ante la muerte de un emigrante por falta de atención médica, ni por el cruel olvido y abandono de los más vulnerables. A ellos sólo parece emocionarles el lujo y el poder. Y, en algunas, ver a los antidisturbios repartiendo leña sobre los yayoflautas. Pero… porque ellos actúan así ¿hemos de imitarlos? La catadura moral de este país está en precipitada decadencia. El todo vale se ha convertido en premisa fundamental para las distintas ideologías que compiten por el poder. Y nos olvidamos de la armonía necesaria en toda civilización democrática, para convertirnos salvajes teorizadores e instigadores del odio. Sí, compañeros de la izquierda, me siento absolutamente defraudado. No logro entender todos esos comentarios de acritud contra la accidentada Cristina Cifuentes. Una menos, llegué a leer en algún muro, ya nos queda una menos a la que colgar. ¿En qué se está convirtiendo este país? En algo vomitivo y demasiado preocupante. Ya no es el hambre y la necesidad vital lo que mueve las entrañas de los contrincantes, es el seco y gélido odio.


  Creo que necesitamos, todos, los de derechas y los de izquierdas, unas vacaciones en Siria o Egipto. Un viajecito turístico por sus calles sembradas de cadáveres, para concebir la experiencia del futuro que estamos generando. Si pudiéramos ser testigos, en pleno bombardeo químico,… si pudiéramos sentir la asfixia sin que nos afectase mortalmente y nos convirtiéramos en expectantes observadores de la muerte… si pudiéramos ver en vivo la muerte de tantos niños, sus últimos y frágiles estertores… la convulsa muerte por doquier… los aullidos dolientes de tu hermano… la temprana expiración final de tus propios hijos… otro gallo nos cantaría. Comprenderíamos el irrefrenable desenlace del odio exacerbado, ese que nosotros, aquí, sembramos ya con plena adoración, nulo raciocinio e infinita ligereza.

Esto ya es de locos, todos enfrascados en esta guerra sin reglas y sin que nadie perciba a las víctimas que van muriendo en el olvido. Y, total, ¿para qué?, si la rueda siempre a rodado igual:

Izquierda, izquierda
Derecha, derecha
Delante, detrás
Un, dos, tres...
                                  La trenca, 1976

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