miércoles, 21 de agosto de 2013

¡QUÉ ALEGRÍA! BAJÓ, POR FIN, EL IPC

   ¡Qué alegría! Por fin, tras años de sacrificio de todos los españoles, hemos logrado reducir el IPC. Los sacrificios en pos de la competitividad y la bajada de salarios en los curritos lo han hecho posible, es más, se ha conseguido a pesar del mantenimiento o aumento de los emolumentos de las élites. ¡Qué gran proeza! Ahora exportamos más que antes, para regocijo de multinacionales y grandes empresarios, e importamos más barato, gracias a la reducción de la prima hispanoalemana. Es cierto que el pescado no se puede oler en las casas más humildes y que el pollo y las patatas se han convertido en alimentos prohibitivos. Pero qué importancia tiene eso cuando el rico puede comprarse un Ferrari o un chalet a precios más ventajosos. Y si a usted por casualidad le tocase la lotería mañana, tendría acceso a una barrita de oro o a cualquier artículo de lujo a un precio mucho más bajo de lo que nunca pudo comprarlo ayer. Si, ahora, hasta los restaurantes de lujo, de esos que antes venían cobrando 300 euros por comensal, preparan menús a poco más de 100 euros.

   ¡Qué alegría! ¿Verdad? Porque  los grandes expertos económicos de nuestro gobierno afirman que todo esto se traducirá en poco tiempo en más puestos de trabajo. Y es lógico pensar que si al que tiene muchísimo dinero le damos más, éste lo invertirá, ¿no?, muy a pesar del hinchamiento de las cuentas suizas. ¿Para qué nos vamos a preocupar de lo que no es más que pecata minuta? Lo importante es que se mueva el negocio de las empresas, que se consuman más Lamborghinis y Rolex y Gucci y Rayban y…, sin olvidarnos de la “New Cousin”.


Colas en un comedor público español
   ¡Qué país de tontos y de pícaros! ¡Qué país de idiotas adoradores de la apariencia y el vacío mental! Y, encima, nos quieren convencer a los despiertos que ya esto comienza a remontar, que ya estamos superando la maldita crisis. Perdónenme, pero yo no les creo, a pesar de las cifras que nos ponen por delante. Yo estoy con mi suegra cuando me dice: “Yo, con la mierda de pensión que me dan (325 euros al mes) no sé qué es eso de la crisis, porque siempre viví en la pobreza y en ella viviré hasta que consiga matarme”.

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