viernes, 3 de mayo de 2013

EL PRECIO DE LA DIGNIDAD

 
 
Ayer, en la presentación de una nueva antología de autores, esta vez unidos por el concepto de la Tierra, volví a ver al autor más laureado de la provincia. Sí, ya saben, ese que se lleva la mayoría de los premios (pre)otorgados (como ocurrió con aquel de novela, cuyo montante era de 30.000 euros y al que él ni tan siquiera se presentó). Han pasado los años y él ya se ha alzado en el escalafón y, al parecer, ahora le toca devolver los favores. En los últimos años verás que constituye parte de todos los jurados y cómo son ahora sus amigos y compañeros de viaje pucheril los que suelen llevarse los galardones. Pero no, no seáis tan poco imaginativos. Sigue sin llevar chaqueta, sin cortarse su barba y su melena de aspecto revolucionario y, además, sigue levantando el puño izquierdo y manteniendo su falso discurso progresista. ¡Qué asco me dan estos tipos! Son aún más vomitivos que los fachas hipócritas que nos gobiernan.


   Parece ser que está en la ciudad porque forma parte del jurado del premio de la crítica andaluza. Llegó anoche, pues tiene hotel pagado por la Junta de Andalucía, a pesar de vivir a escasos kilómetros de la ciudad, en un pueblo que no merece tan barato ciudadano. Y ayer, ya confabulaba a solas, apartado en un rincón aislado del bar, con otra compañera de poesías y lamidas de culo a los señores políticos de la cultura, los que manejan la pasta. Porque, aunque nos parezca inconcebible, en este país no hay dinero para los viejos y discapacitados que mueren solos en el abandono, ni para los enfermos crónicos (en el hospital de mi ciudad en el que se atiende a los ciudadanos de los pueblos adyacentes han cerrado el departamento de cardiología), pero si lo hay aún para los canapés elitistas de la cultura, los cachés inflados de los faranduleros de las letras, y los montantes económicos de los premios que se reparten entre ellos y sus colegas más fieles, los que callan y tragan pollas o lo que haga falta por tal de estar en el cartel.
  
 
Algunos pensaréis que esta vez me estoy pasando un huevo, que ya está mal esto de la cultura como para que yo encima ande metiendo mis narices en tan escasa sopa. Pero, señores lectores, créanme cuando les digo que sé muy bien de lo que hablo, a pesar del dolor que me produce, personalmente, esta verdad tan incómoda. Al muchacho en cuestión, en realidad ya bastante madurito, lo conocí muy bien, pues fuimos íntimos amigos durante un tiempo en el que, sin yo saberlo, ya ejercía de Maquiavelo, mientras yo lo admiraba como escritor, pues nunca estuvo falto de calidad literaria, lo que aún me produce mayor desazón en la actualidad. Fue él mismo quien me confesó en su día que había ganado el U. de novela sin haberse presentado y, a partir de ahí, se rompió nuestra relación. Él y sus otros amigos de interés monetario me excluyeron cuando decidí hacer público lo que sabía. Miren, yo puedo entender la necesidad, los muchos años trabajando en solitario frente al ordenador sin que nadie te reconozca nada, durante años hurgando en la manera de salir a la superficie, mientras tus hijos se hacen mayores y los gastos aumentan: la universidad de los hijos, la conveniencia de un vehículo para desplazarte aquí o allá en tus lecturas públicas y remuneradas, las facturas que se han de pagar, etc. Pero es que siempre ocurre igual, cuando ya tienes eso no te basta y ahora, de repente, aspiras a poder viajar para documentarte, a estar en la élite burguesa de las letras provincianas, a vender millones de novelas, aunque para ello tengas que escribir al dictado de tu editorial, a llenar tu cuenta corriente y la de tu agente sin tener que preguntar dónde y cómo se cocinó el negocio. Yo admiraba al escritor puro de antes, al que aún tenía dignidad, y no al mercader de ignominias silenciadas que veo ahora cuando le miro. ¿Cuánto vale la dignidad de un ser humano? La de ciertos intelectuales muy poco al parecer. ¿Y así vamos a salvar el mundo? Porque con eso soñaba en sus principios el muchacho, cuando ambos éramos unos jóvenes ilusos. Y ahora ya ven cómo cambia la historia. Él, un paje de la mercadería literaria y yo el príncipe del escepticismo. No sé, llámenme tonto si quieren, pero yo prefiero mantener intacta mi dignidad frente a los ojos de la mujer que amo. Mi blog y su mirada de amor me bastan.

2 comentarios:

  1. Toda la razón, Francis, el caso de tu "amigo" al menos cuenta con su propia capacidad literaria, cuando la mayoría de escritores "mediáticos" son sólo una marca de márketing y ni tan siquiera escriben los textos, o sólo una parte...está que da asco el temita en cuestión...
    saludos y a seguir hurgando, que somos muchos y muchas...

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  2. Gracias, Equlibrios Cotidianos. Le he estado echando un vistazo a tu blog y me han gustado los textos. Envíame la correcta dirección del mismo y lo enlazo con el mio.

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