miércoles, 15 de mayo de 2013

¡VIVA LA BLANCA PALOMA!

 
 
Mi perro acojonado y tembloroso entre mis piernas. Para él, el sonido de los cohetes que estallan en el exterior ha de significar el comienzo de una guerra. Él no entiende las extrañas festividades de los humanos. Abajo, en la calle, cagan los caballos, hartos de soportar el peso de tanto señorito andaluz. El “Sinpecado” baila al ritmo de la flauta y el tamboril. La hermandad de emigrantes de Huelva ya camina hacia la aldea. ¿Qué le pedirán este año a La Pastora? ¿Le reprochará alguno que no atendiese el ruego de nuestra flamante ministra de empleo? ¿Acaso irá ella también a visitarla, de tapadillo, para que nadie la moleste cuando baile sevillanas o deguste el jamón y el rebujito? Mi perro tiembla y, a veces, creo que es más consciente que los humanos. Él imagina el inicio de una guerra y se esconde entre mis piernas. Afuera, la gente canta, sí, y suenan palmas por doquier. Pero faltan muchos, demasiados, faltan todos los que hacen cola en los comedores públicos, los del extrarradio que ya apenas pueden pagarse el autobús, los que buscan alimentos en contenedores de basura, los que perdieron su trabajo y están tristes y tan asustados como Bebo, mi perro, los que en estos momentos soportan el dolor de la enfermedad sin que los puedan atender o procurarse el medicamento que les calme. Faltan tantos, son ya tantos los apartados del “sistema”. ¿Dirá acaso nuestra ministra onubense del PP que todos esos romeros, rodeados de flores coloridas y otras innaturales parafernalias, no son la mayoría, que la mayoría silenciosa que hoy no ha salido a la calle es la que verdaderamente cuenta? ¿O es que todo depende de quién comande la manifestación?, ¿la sotana o un pantalón zurcido y desgastado? Sí, creo que hoy Bebo es más lúcido que la mayoría de los humanos que gritan en mi calle.


   Pero lo que más me entristece es la sonrisa inocente de los niños. Algunos ven un caballo por primera vez y saltan de excitación cuando una yegua se acerca. Muchos van vestidos con trajes de flamenco o de gitana y siente que son, en realidad, el centro de una fiesta de disfraces. Quizá lleven razón y todo esto en el fondo no sea más que eso. El banquero estafador volverá a serlo en cuanto la fiesta se acabe y negará mañana la dación en pago al padre de la niña que lo saluda ahora desde el suelo. Y el padre de la niña, cuando vuelva a casa, llorará impotente y a solas en el dormitorio, recordando cómo el caballo sobre el que montaba el banquero que le va a destrozar la vida logró sacarle una sonrisa a su hija. Un rayo de luz esa sonrisa dentro del drama hipócrita que es la sociedad, pensarán algunos. Pero ¿es qué no hay formas más humanas de conseguir la sonrisa de un niño?, porque, tras el equino, se muestra toda la simbología y la ostentación del poder que nos somete, ese “es más el que más tiene”.  ¿Por qué, entonces, adoctrinamos a los niños en este folclórico y litúrgico esperpento?, ¿por qué les obligamos a participar en este circo de falsedades y apariencias?, ¿por qué les incitamos a la inconsciencia?
   Ya ha pasado toda esa absurda fanfarria y los cohetes han dejado de sonar. Bebo está algo más tranquilo y con su pata me agradece la nula protección que he podido darle. Para él la guerra se ha alejado y vuelve a tener ganas de salir al balcón. La comitiva ya camina hacia la aldea sin poder levantar esta vez el polvo del camino, debido a la fugaz lluvia con la que hoy ha amanecido el día. Allí, en la aldea de El Rocío, si todo va como el año pasado, se congregarán hasta seis millones de personas, tanto o más como parados tenemos en nuestro país. ¿Se acordará alguno de las exóticas palabras de la ministra Fátima Bañez cuando dijo en Almonte: “Yo confío en la inmensa generosidad de nuestra Virgen, la Blanca Paloma, y sé que ella procurará trabajo a todos y cada uno de los españoles”? Quizá se refería a aquellos que este año han tenido la suerte de guardarles sus caballos o de cocinarles el famoso caldo de puchero con el que los señoritos andaluces se recuperarán de la diaria resaca. Igual hasta resulta que la ministra le piensa otorgar a la Virgen la medalla del Estado como premio a su labor emprendedora. Ya nada me extrañaría en este circo.  Mañana le tocará el turno a la hermandad de Huelva y yo seguiré encerrado en casa, disfrutando de la pavorosa lucidez de Bebo, tiritando entre mis piernas. Y no será otra guerra la que anuncien los cohetes, tan sólo será una batalla más, y también perdida, como todas.

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