sábado, 6 de abril de 2013

SI TUVIÉRAMOS...

   Ayer, viendo “La sexta columna” de La Sexta, pensé en por qué yo no ayudaba más. Todo esto mientras sentía leves dolores en el pecho y algo acojonado, la verdad, temeroso del advenimiento repentino de un nuevo infarto. En la pantalla mostraban a personas que habían decidido transformar su indignación en la acción altruista de ayudar a quienes lo necesitan. Uno, un currito sin trabajo, había montado un banco de alimentos en el barrio, avergonzado de ver a sus vecinos pidiendo. Se levantaba a las 7 de la mañana y se recorría los mercados recaudando sobrantes alimentarios para, luego, repartirlo entre los necesitados. Otro había montado un supermercado por puntos. Otra fue la que, venciendo su humillación, al mostrarse como estafada en público, montó el lío de las preferentes. Fue la primera y decía, Tenemos ancianos de 70 años que ya han recuperado su dinero y siguen viniendo aquí, a defender a los que aún no han cobrado. Otro era el abogado que comenzó a luchar contra los desahucios, también el primer juez que se opuso, tras consultar la ley con los tribunales europeos. Otros dos eran los ancianos que, tras una cena en un restaurante chino, decidieron crear los iaioflautas. Otros eran muchos pensionistas que habían decidido volver conscientemente a las crudas épocas de la posguerra, al hambre fiero y las pulgas rabiosas de la pobreza extrema, alimentando con su exigua paga, la ristra de nietos, hijos, y nueras o yernos. Fue una muestra asombrosa de solidaridad. Un abanico que comienza a abrirse en este país y que exhala la maravillosa fragancia de la esperanza.
   Ya hoy, pudiendo reflexionar serenamente, creo, sin embargo, que la realidad cotidiana de la gran mayoría de ciudadanos de este país no quedó reflejada en la pantalla. Y no es que quiera joder tan magnífico mensaje, pero lo cierto, es que caminamos por el mundo enajenados, ajenos a la realidad que nos rodea, y enfrascados en peleas absurdas, de puñetera ideología, de intereses contrapuestos, de simple odio visceral, de codicia y egoísmos desmedidos, de apariencias falsas y falsedad argumental, de fanatismos y cegueras…, mientras la angustia crece y la necesidad es un pozo que se está hundiendo hacía el abismo. (Hoy he leído en facebook: Leed esto, alegraos: Un grupo de antifascistas arrojan al mar al líder de Amanecer Dorado). Sólo nos importa la pelea, sólo nos interesa la bronca, el morbo, la excitante posibilidad de una victoria, aunque sea efímera y de inútiles consecuencias… ¡Vencer!... ¡Vencer!... ¡Ser un volátil campeón!... Mientras nuestros hermanos se nos mueren, sólos, excluídos, en la penumbra de sus habitaciones o en la fría calzada de la calle a la que fue arrojado sin compasión.
   Sí, esa la verdad. La mayoría somos unos cobardes, que ya tenemos bastante con sobrevivir el mes con nuestros recursos, como para tener que ayudar a los demás. Que vivimos temerosos del correo, del recibo de la luz, del imprevisto que pueda surgir, del qué sé yo… Y nos encerramos, porque la cosa está muy mala y no es plan gastar, y pasamos todo el día, frente al televisor, tragándonos todos los cuentos, ya sean chinos o de princesas o de héroes salvadores, ahora algo más humanos que aquellos de la Marvel. Y no nos creemos todo porque tenemos que creernos lo que nos dicen aquellos que están de nuestro lado, rechazando todo lo demás. Por eso nos inducen al partidismo, a la pertenencia de un grupo, de una clase, a un sector atomizado del conjunto de la sociedad… ¡Diferenciaos!... ¡Diferenciaos!... ¡Que mientras os peléis jamás seréis un temible enemigo!..., dirán los poderosos, los bancos y corporaciones empresariales, los que amamantan a nuestros políticos, periodistas y demás.
 
 
Como veis, he usado todo el tiempo el plural de la primera persona, el nosotros, y lo he hecho porque yo también soy un cobarde. Me justifico diciéndome a mí mismo que mi problema de salud me impide hacer más y que, por eso, trato de aportar mi granito de arena desde este blog, con mis palabras, ya que yo sí tuve la suerte de tener el don de la expresión. Pero lo cierto es que mi intelecto sabe muy bien que esto apenas sirve para nada y que, desde luego, con palabras nunca lograré mitigar la terrible necesidad de un hambriento. Y lo de mi enfermedad, en realidad, no es más que una puñetera excusa, que para morir en mi casa, mejor en la calle, rodeado de amigos. Si tuviera dignidad y cojones para mostrarla estaría en la calle intentando ayudar a los demás, a los que ya no pueden salir adelante sin nuestra ayuda, evitando desahucios, recaudando y repartiendo alimentos, ayudando anímicamente a los hundidos, malogrando suicidios…, como los héroes de barro que salieron en el programa de ayer. Si tuviéramos dignidad y cojones para mostrarla ya hubiéramos acabado con tanta injusticia… Si tuviéramos…

No hay comentarios:

Publicar un comentario