RECUERDOS DE
MOGADISCIO
“Hoy me he levantado algo empapado en
sudor, el ungüento del Vicks Vaporub hizo efecto durante la noche y el día se
adivinaba mejor. Sin embargo, al desayunar encendí la televisión, algo inusual
a esas horas, y la realidad insoportable anegó con su caudal creciente el mar
brumoso de mis ojos. Un héroe o quizás un loco, no sé, micrófono en mano
recorría las calles de Mogadiscio, mostrándonos las imágenes del 95% de
edificios derribados en la capital, las personas viviendo como ratas entre
escombros, sin luz eléctrica, sin agua corriente, sin techo, sin dignidad. Se
movían entre las sombras y sus propios excrementos, atemorizados como conejos y
sin nada que llevarse a la boca. Mientras, un padre narraba cómo la comunidad
internacional los había abandonado a la codicia del corrupto gobierno
acorralado y a la sed de venganza de los señores de la guerra (facciones de
revolucionarios opositores, legiones de degolladores de Al Quaeda, piratas,
mercenarios, niños asesinos, etc...). Su hijo, un bebé famélico, exhalaba sus últimos estertores y moría entre sus brazos y las moscas, víctima de la hambruna de su país. Ningún
blanco osa poner sus pies en esa ciudad, capital de Somalia, el cuerno fértil
de Africa. Ni siquiera las ONGs internacionales pueden llegar allí. La anarquía
es tal que ni los periodistas se atreven a mandar postales desde aquel
infierno. Y el silencio sobre lo que ocurre allí se cierne sobre el mundo como
una ola invisible y muda. Mientras veía el documental de ese periodista
anónimo, ese valiente ser humano que ya ha hecho por la justicia social más de
lo que han hecho todos nuestros políticos juntos, recordé el programa de
Documentos TV de la semana pasada. Trataba de cómo las coorporaciones mundiales
que especulan con los alimentos se están haciendo con el control y la propiedad
de todas las tierras fértiles del mundo y de cómo uno de los lugares donde
comenzaron hace ya décadas es el cuerno de Africa. Más del 40% de las tierras
de Somalia han sido vendidas o cedidas en alquiler irrisorio por décadas a
multinacionales de la alimentación, que explotan sus cosechas para enviarlas a
los mercados de los paises desarrollados donde los precios alcanzados les
producen mayores beneficios. ¡Qué paradoja!, pensé, el gran huerto africano se
muere de hambre. Mientras, en la pantalla, el director del hospital de
Mogadiscio imploraba, sin lograr contener sus lágrimas y rodeado de moribundos,
ayuda internacional al periodista. No pude más, lo confieso. Cojí el mando de
la televisión y cambié de canal y, de repente, Kevin Stoner pulverizaba el record
de velocidad sobre el asfalto de Cheste”.
Esto lo escribí en noviembre del año pasado y, desde
entonces, en Somalia y otras partes del mundo siguen los gobiernos malvendiendo las
tierras a las grandes corporaciones agrícolas y de la alimentación; la rentabilidad
especulativa de los alimentos aumenta; desde los organismos internacionales se
legisla la patente genética de los vegetales para que se beneficien únicamente
empresas como Monsanto, dueña ya del 80% de la producción mundial de semillas: y
se desmontan las empresas productivas del lugar en que nacieron, para montarlas de nuevo en países en los que le sea
al empresario más asequible la explotación del trabajador Y, mientras, aquí
cada vez corremos más, sobre barcos de guerra antipiratas o con nuestros
estúpidos sueños a toda velocidad sobre el asfalto y sin saber que igual nos
dirigimos hacia el terror, esa neblina de muerte que aún flota en el aliento de
Mogadiscio
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