DOCTRINAS DE LA MUERTE
Creo que deberíamos indagar más en la teoría humana y anular de una vez
las doctrinas ideológicas, económicas, religiosas o de cualquier índole. Porque
las doctrinas sectorizan, parcelan y reducen el maravilloso universo del
pensamiento humano, mientras que la teoría humana abre el pensamiento, dotándolo de alas que
surcarán sin temor el cielo de las múltiples posibilidades, dando como
respuestas a las preguntas filosóficas del ser humano la complejidad social en
el que vive y la comprensión empática de los que te rodean. La teoría nos
amplía la visión con distintas realidades interrelacionadas e interdependientes
entre sí, lo cual nos otorga una percepción más objetiva de la realidad que nos
circunda, mientras que la doctrina concentra nuestro pensamiento en ideas fijas que nos
pueden llevar a una percepción ilusoria de la realidad. Hitler estaba
convencido de salvar al mundo acabando con la “plaga” de judíos y Stalin veía
enemigos ilusorios hasta en sus más fieles capitanes, asesinando a muchos de
ellos o condenándolos a los gulags siberianos de por vida. Ahora sabemos que
muchas creencias o doctrinas del pasado no fueron más que meras ilusiones.
Hemos sabido que las certidumbres bucólicas de los comunistas sobre la Unión
Soviética de Stalin o la China de Mao no fueron más que burdas ilusiones y que la
aseveración rotunda de la supremacía aria no fue más que absurda superchería.
Hoy comenzamos a saber que las verdades publicitarias del neoliberalismo
económico también eran engañosas e ilusorias.
Sin embargo, ¿por qué nos es tan difícil acabar con los dogmas adquiridos?,
¿por qué nos es más cómodo permanecer en la fe irracional de nuestras doctrinas
adquiridas, en vez de buscar la libertad intelectual que impone el riesgo de
abrir las alas al pensamiento complejo y universal? Creo que es porque adoramos
en exceso nuestro limitado espacio y nuestra privacidad y adolecemos en demasía
de una soberbia tóxica que envenena nuestra capacidad de reflexión ante las
incertidumbres. Sí, he dicho nuestro espacio, porque el concepto de propiedad individual
ha pervertido la capacidad reflexiva del hombre. Y cuando hablo de propiedad no
sólo me refiero a lo tangible, también consideramos sólo nuestros los dogmas
matizados; la concepción histórica de nuestra visión del mundo, narrando los hechos desde nuestra única
perspectiva ilusoria; los mitos a los que adoramos como los únicos dioses del
saber y por eso nos apoyamos en ellos para dar veracidad certificada a nuestras
palabras. Lo malo de todo ello es que... (y aquí va un ejemplo de lo dicho
anteriormente) …como decía Lenin: “Los hechos son tozudos”, pero la ideas lo
son más y saben ocultar los hechos. Es decir, que al igual que allá donde
impera un Dios se puede morir o matar por él, también se puede matar por una
idea sin darnos cuenta de su básica irracionalidad. Y el culto a nuestra
privacidad nos anula la capacidad de comprensión del otro y hace imposible la
empatía social verdadera, sin aditivos hipócritas, ni falsos sentimentalismos.
Imaginemos, por un momento, un aula de un colegio en el que los chicos y
chicas hablaran durante las dos primeras horas sobre las experiencias vividas
en su entorno social, familiar, etc, durante el día anterior y comentasen sus
sentimientos ante las situaciones experimentadas. Que compartiesen sin pudor con
educadores y los demás compañeros lo que sienten ante el divorcio de sus
padres, la injusta humillación sufrida por el hermano mayor, la emoción del
primer beso, la concepción que cada uno tiene sobre el amor, la justicia, el
bien y el mal, etc... Sin tapujos ni paños calientes que alivien la realidad.
Sólo dos horas cada día en el sistema educativo dedicadas a la comprensión del
otro, a la apertura de realidades, ya sean dulces o amargas, ajenas a la
realidad mutilada de uno mismo. El resto del día lo dedicarían a las ciencias
educativas imperantes hasta ahora, pero con la salvedad de poner mayor hincapié
en la construcción de redes colaborativas conjuntas, en la erradicación de la
malsana competitividad y en la complejidad del universo humano y social.
Enseñarles, por ejemplo, todas las religiones y, luego, dejarles optar libremente
por aquella que desea o rechazarlas todas si así lo deciden. ¿Qué resultados
pensáis que tendríamos al cabo de los años, cuando ya fueran adultos?
Entonces, ¿por qué seguimos adoctrinando a nuestros niños, tanto los
unos como los otros, si ya sabemos que es lo mismo que ir sembrando el fanatismo
irracional entre los hombres y mujeres de la sociedad en la que
obligatoriamente debemos convivir? ¿Es que acaso idolatramos, sin saberlo, a las
guerras y a la muerte?
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