LOS ANALFABETOS DEL SIGLO
XXI
Sé que no está bien decir
esto, pero es que no soporto a aquellos que lo único que saben hacer en un debate
político es atacar con comparaciones absurdas al contrario. Siempre
están con las estupideces de que si los
del partido con el que simpatizan han robado es porque los de los otros
partidos han robado más, que si estos contratan a amiguetes a dedo es porque
los otros contratan a más. Para ellos no existe la reflexión sobre los
problemas de la sociedad, sólo piensan en la humillante derrota del contrario,
ya que su victoria -se autoconvencen- les otorga la razón. Para ellos sólo existen los
extremos, el baño frío del fanatismo, la razón parcelada y sectorial. Y de esta
manera, si todos actuáramos igual, nuestro abismo final se acercaría, anegándose irremisiblemente de sangre. Sé que muestro cierta intolerancia al decir que no
los soporto y que eso está socialmente mal visto, pero ¿es que es posible
dialogar con los muros? No. Y ya va siendo hora de que abandonemos la falsa
hipocresía de lo políticamente correcto y digamos la verdad, digamos que no es
todo blanco o negro, derecha o izquierda, PP o PSOE (vale aquí cualquier otro
partido político), F. C. Barcelona o Real Madrid. Ya es hora de decirles que
existen otras vías que deberíamos experimentar, si fuésemos capaces de liberar
nuestras mentes de la tiranía de los fanatismos.
Desde que las grandes
corporaciones empresariales y financieras, con su concepto mercantil y
neoliberal en general, han entrado en
las universidades e, incluso, en el diseño de los sistemas educativos
nacionales, las sociedades modernas y desarrolladas como la de nuestro país, ha
renegado de la inquietud filosófica de la existencia y devenir humanos. Ahora la
búsqueda de la felicidad no es primordial, es más imperativo el éxito competitivo,
aferrándonos a la falsa creencia de éste nos proveerá de capital, lo que nos
hará ser más queridos y admirados. Ahora todo se basa en cálculos y rentabilidad (por
eso los descubrimientos de la investigación se patentan en empresas privadas, a
pesar de ser financiados en dos tercios por los estados, casi siempre a través
de las universidades y por eso los mejores científicos acaban con nóminas en
grandes multinacionales) y ya no tiene interés ni cabida el altruismo humanitario
(como el caso del doctor Patarroyo que donó su vacuna contra la malaria a la
OMS, a pesar de que una multinacional farmacológica le ofreció por la misma 74
millones de dólares). Ahora la educación se ha sectorizado a través de los
eufemismos “profesionalización” o “especialización”, lo cual dota a la empresas
de trabajadores robots, no reflexivos, cuya única aspiración es completar o,
incluso, aumentar la productividad exigida por los jefes.
Esta huída suicida de las
ciencias filosóficas del alma humana ha dado como consecuencia que las mentes
de la inmensa mayoría estén dominadas por una manera mutilada y abstracta del
conocimiento, por la incapacidad de captar realidades en su complejidad y
universalidad. Y si el mundo se aparta del conocimiento filosófico en lugar de
enfrentarse a él para comprenderlo, entonces, paradójicamente, nuestro
conocimiento mutilado nos ciega. El conocimiento debe saber contextualizar,
globalizar, multidimensionar, es decir, debe ser complejo. Porque sólo un
pensamiento complejo puede dotarnos de las armas necesarias para preparar la
metamorfosis social, individual y antropológica a la que aspiramos, establecer
un diagnóstico del curso actual de nuestro devenir y definir las reformas vitalmente
necesarias para, juntos y en colaboración humilde, construir un mundo más justo
para la dignidad de todos y cada uno de los ciudadanos.
Los analfabetos del siglo XXI
no serán los que no sepan leer ni escribir, sino los que no puedan aprender,
desaprender y reaprender. Ampliemos nuestros horizontes. Tenemos la obligación
moral de intentarlo por el bien, el futuro y la convivencia en paz de nuestros
hijos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario