MEJOR
ESPERANZA QUE CORDERO
Ayer, mientras preparaba el cocido de garbanzos del mediodía, me dio por
pensar en si reconocería todavía el sabor del cordero. Hace ya tanto tiempo que
no me puedo permitir comerlo, que no sé si se me habrá olvidado el gustillo de
esa carne. Pero enseguida me dije que en nada le desmerecía el cocido, con su
chorizo y sus judías verdes exquisitas. Antes del infarto, cuando iba de pija
por la vida, corriendo a toda hostia, como un descerebrado, para ganarme la
vida, y resulta que la estaba perdiendo poco a poco en cada carrera
competitiva, en cada lucha denodada, también en cada disgusto y en cada
victoria incontrolada. Ahora, abrazo y beso a mi mujer cuando llega de su
precario trabajo cuidando niños y le sirvo la comida y me siento junto a ella y
paladeo cada judía verde y cada garbanzo como si fueran el manjar más
maravilloso del mundo. Y lo es, no necesito más, soy feliz así. Tal como
abandoné el cordero, abandoné el coche, Algo que siempre me pareció tan
imprescindible, tan necesario para vivir, se convirtió en un engorro tras el
infarto. Con la exigua pensión de 600 euros que me quedó, gastar dinero en
gasolina era una locura y de pronto se abrió ante mis ojos la maravilla de la
luz del sol jugando entre las ramas de los árboles, cada tarde cuando paseo. Ahora
el autobús me lleva a todas partes, llego a los sitios igual que antes, no me
siento aislado y mis actividades, ahora más sanas, eso sí, siguen siendo las
mismas de antes, sin prisas, pausadas, al ritmo que yo me imponga.
Ahora me doy cuenta de todo lo que me estaba perdiendo, de todo el amor que me rodeaba sin que yo tuviera tiempo para él. Ahora disfruto de cada mirada cómplice de mi mujer de la misma manera que cuando la conocí hace ya diez años. Ahora he vuelto a tener tiempo para enamorarme y, ahora que nada tengo, es cuando he decidido casarme con ella, hace dos meses, cuando siempre pensé que era mejor tener una seguridad antes de hacerlo. ¡Qué equivocado estaba! Vivir es volar, no construir castillos ni fortalezas. Vivir es amar, no dejarte la piel para que te admiren. Vivir es respirar, no acaparar todo el aire.
Ahora me doy cuenta de todo lo que me estaba perdiendo, de todo el amor que me rodeaba sin que yo tuviera tiempo para él. Ahora disfruto de cada mirada cómplice de mi mujer de la misma manera que cuando la conocí hace ya diez años. Ahora he vuelto a tener tiempo para enamorarme y, ahora que nada tengo, es cuando he decidido casarme con ella, hace dos meses, cuando siempre pensé que era mejor tener una seguridad antes de hacerlo. ¡Qué equivocado estaba! Vivir es volar, no construir castillos ni fortalezas. Vivir es amar, no dejarte la piel para que te admiren. Vivir es respirar, no acaparar todo el aire.
¿Por qué os cuento esto?, preguntaréis. Pos dos razones:
La primera, porque no necesitamos más que lo que necesitamos: tener nuestras necesidades básicas cubiertas y tener la posibilidad de ser felices. Lo demás son zarandajas, tonterías que únicamente sirven para crear desigualdades sociales, otorgar valor a las apariencias por encima de las emociones y equiparar el “Ser” con el “Tener”
La segunda, porque ya ha llegado el momento de ser sinceros y mostrar, sin pudor, nuestro sufrimiento, nuestro dolor, nuestras ilusiones, nuestras derrotas. ¡Dejemos de seguir el juego estúpido de las apariencias sociales! Tengamos el valor de mostrar nuestra situación, expongámosla sin miedo al conocimiento público, sólo así conseguiremos crear conciencia y lograremos que los que aún están ciegos comiencen a ver. No temamos al desprecio de quienes no tienen alma, ellos son los causantes de tanta sinrazón. Pero todos los demás tienen que saber que la aparición de tantos y tantos manantiales de dolor, acabará inundando la geografía española con el agua pura de la esperanza.
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