LA GENERACIÓN ENGAÑADA
Llegaron
a la vida pendidos de la cuerda inefable del asombro. Cada rayo de tenue luz
era un esplendoroso amanecer ante sus ojos y estupefactos ante el
descubrimiento continuo del milagro de la vida, se aferraban al sueño de la realidad
existencial. Si ya comenzaba todo con esta fuente inagotable de sorpresas, ¿qué
no manaría de la posibilidad maravillosa del futuro? Por su parte, el ansia de
experiencias y conocimientos será incuestionable y todo dependerá de los
modelos a imitar que les mostremos. De modo que su curso será reflejo de lo que
padres, profesores y sociedad en general le inoculemos. Salvo excepciones de
enfermedades mentales de carácter biológico, todos los niños vienen inocentes y
son la palpación evidente de la alegría ante la esperanza eterna en una
existencia mágica. Así lo imagino y así lo creo, pero pasadas unas décadas, o
incluso años, ya será imposible retornar a aquel estado inicial.
¿Qué
ha pasado para que aquellos niños se hayan convertido en nuestros jóvenes de
hoy, sin posibilidad de futuro, tan pesimistas algunos, absolutos incrédulos
del sistema social en el que les ha tocado vivir? Porque si algo tengo claro es
que, en este juego atroz, ellos no han sido más que víctimas, la pelota con la
que hemos jugado todo este tiempo (las últimas décadas) y que nos pateábamos
los unos a los otros, como si ardiese nuestra piel a su contacto. Los padres
siempre corriendo, huyendo de las responsabilidades familiares, para acelerar
nuestra ansiedad por la consecución del éxito profesional y del absurdo prestigio
social. Ya se encargarían los profesores, pesábamos convencidos, que para eso
les pagan, para enseñarles y encauzarles en el divino destino que impone el
modelo social capitalista. Es decir, convertirles en la copia perfecta de
nosotros mismos, cargada de los mismos autoengaños y de la misma estupidez que
destilamos al pensar que es más quien más tiene y que nuestros valores fundamentales
se circunscriben a la acumulación de propiedades. El problema se planteó cuando
a esos profesores les fue imposible competir con el culto a las apariencias de
los padres que, sin ningún esfuerzo requerido, les otorgaban complacientes
regalos inmerecidos a sus hijos, como reflejo visual de la importancia social
de la familia. Si el hijo del vecino tenía un buen coche, uno le compraba al
suyo el mejor; si el hijo de mi hermano no era más que un miserable carpintero,
el mío sería al menos universitario, aunque en realidad no sea más que un
gilipollas que está todo el día ciego de porros de maría y no aspira a nada más
en la vida que ha devorar todo aquello que se le ponga a tiro. Esa lucha
competitiva, sin tener en cuenta los valores de la humanidad, ni la moral más
dignificadora, es lo que ha ido pervirtiendo y erosionando la mentalidad
inocente de nuestros jóvenes actuales y los está convirtiendo en hombres y
mujeres totalmente perdidos en el entramado de esta crisis, en la que las
vacas ya escuálidas han dejado de dar leche. Y no olvidemos la importancia que han
tenido en el diseño social de la nueva juventud otros ámbitos perversamente
nocivos como la publicidad, la moda, el culto a los mitos futbolítiscos, el
ocio cada vez más virtualizado frente a la opacidad de la realidad, o los
concursos televisivos como los dedicados, supuestamente, al descubrimiento de
talentos, cuando la verdad es que sólo se buscaba el rentable negocio de la
explotación de un modelo prediseñado y repetido hasta la saciedad. Cambian al
chico o chica, pero el modelo siempre es igual. Desde ese mensaje inicial en el
que le dicen al joven: “no estudies, para qué te vas a esforzar, ven a la tele
con nosotros y hazte famoso y rico de la noche a la mañana”, hemos ido grabando
en sus cerebros la evidencia de la mentira en la que todos hemos estado
viviendo tanto tiempo. Esa es la educación que, entre unos y otros, hemos estando dando a
nuestros hijos en los últimos treinta años. Y han estado viendo durante mucho
tiempo en las pantallas, cómo les vendían a inútiles semianalfabetos que por el
simple hecho de tener una cualidad física, atlética o farandulera, merecían
toda la atención de unos medios que los presentaban como el mejor de los
ejemplos a seguir.
Aunque
para ser veraz, también he de decir que a pesar de todo muchos de nuestros
jóvenes han logrado aislarse de tan aplastantes campañas de manipulación mental
y, hoy en día, deberían ser reconocidos como lo que son: jóvenes muy preparados
en sus distintos ámbitos profesionales, aunque desgraciadamente no divisen
dicho futuro laboral en España y tengan que emigrar obligadamente a otros
países con ansias de acogerlos. Pero aún así me atrevo a afirmar que la
parcelación y sectorización de sus conocimientos les restringe muchas veces
para la ejercitación del pensamiento complejo que se hace necesario hoy en día
para comprender el concepto universal de este mundo tan globalizado, porque les
hemos insistido tanto en la necesaria especialización para la consecución del
futuro éxito laboral que nos hemos olvidado de la transmisión de los valores
democráticos, tan esenciales para su convivencia social.
Estos
son los jóvenes que hemos construido, desde nuestro imperante modelo social y
de convivencia: jóvenes que adoran el dinero y las posesiones por encima del
amor y del maravilloso goce de compartir la alegría existencial con otros seres
humanos; jóvenes con buenos sentimientos en el fondo, pero enfrentados a la
continua exigencia de tener que competir con los modelos que les inducimos a
seguir; jóvenes que fueron felices con el asombro maravilloso al descubrir un
simple amanecer, pero a los que hemos convencido de que eso del amanecer no es
más que una estúpida tontería y que lo que realmente hace feliz al hombre es
imponerse a otros hombres en la competitiva lucha en la que más tarde o más
temprano habrá de verse envuelto. ¿Y ahora qué? ¿Será posible enmendar nuestro
error? Porque ya no crecen los edificios donde nuestros jóvenes colocaban
ladrillos a cambio de una nómina con la que adquirir a plazos el coche guapo
para fardar; ahora ya, cuando terminan la carrera universitaria tienen como único
futuro patearse las calles diariamente para jamás encontrar un puñetero curro;
ahora si no tienen un padre con influencias que consiga colocarlos no tienen
posibilidad alguna de incorporarse al mercado de trabajo, estén o no magníficamente
preparados; ahora España tiene a más del 50% de jóvenes en paro y la única
salida es imitar la emigración que ya sufrieron los abuelos; ahora ya no existe
la esperanza, ni el sueño, ni acaso nada más que la cruel desesperación, la
angustia de la espera bajo la muerte de toda fe. Ahora, ¿qué podemos hacer? Y
más importante, ¿qué está tratando de hacer nuestro gobierno?
Para
mí la prueba más palpable de la ceguera deshumanizada de este gobierno se
evidencia en cómo está enfocando el terrible drama que están sufriendo nuestros
jóvenes, que han sido engañados y ahora son olvidados y tirados a la basura
como si fuesen prescindibles. El error que ha cometido nuestro gobierno al
querer restringir la ayuda de 425 euros a los jóvenes que viven, obligados por
la situación económica, en el hogar paterno, materno o de los abuelos, es
imperdonable. Porque les está cerrando toda fuente de esperanza a quienes más
razones tenemos para dárselas, ya que ellos y no los miserables políticos que
nos gobiernan, serán los que logren finalmente sacarnos del profundo pozo de
esta farsa y estafa montada por especuladores y que ellos llaman crisis.
Nuestro gobierno está tan ciego de soberbia que no alcazarán nunca la capacidad
de ver las dimensiones del tsunami social que están generando con sus
decisiones peligrosamente suicidas. Nuestros parlamentarios tienen una media de
edad de 53 años y cierran la puerta a una posible renovación de las ideas,
denostan a la juventud, condenándola al ostracismo, silenciando sus voces y
humillándolos sin compasión Si la
política económica que el gobierno de este país defiende ya es letal y le
añadimos encima la constatación del abandono de los jóvenes y el desprecio que
parecen sentir por las ideas regeneradoras que pudieran venir de la frescura de
la juventud, ¿qué esperanza le va a quedar a nuestros jóvenes? ¿Alguien en su
sano juicio piensa que la juventud se va a resignar a ver pasar los años, encerrados en una habitación de la casa de sus padres, condenados a la exclusión
social de la miseria económica, hasta que descubran a los 40 años que jamás
hallarán una salida para su dramática situación? ¿Alguien en su sano juicio
puede llegar a creer que se convertirán en seres sumisos sin capacidad
organizativa en sus postulados de rebeldía ante la injusticia impuesta por
decreto? ¿Alguien en su sano juicio se atrevería a afirmar que no entenderá
como legítimo un movimiento social conjunto de la toda la juventud española
reclamando su existencia como colectivo vital y necesario para nuestro país?
¿Alguien sería capaz de culparles cuando, llevados por la desesperación más
angustiosa, sean capaces de llevar a cabo actos de rabia y violencia
incontrolable? ¿Acaso, después de todo esto, si llega a ocurrir el joven
tsunami de violencia que se nos adviene, tenga todavía el gobierno del PP la
osadía y la desvergüenza de presentarnos como culpables y condenables a
nuestros hijos?
Este gobierno esta cultivando en todos los
campos de España la semilla del odio y de la violencia y lo saben, son
conscientes de ello, lo están haciendo con soberbia y sin pudor alguno y, algún
día, tendrán que pagar por ello, porque han de saber que la fuerza natural de
la juventud es irrefrenable y que sus políticas desiguales e injustas están
encendiendo demasiadas mechas. La soberbia, el cinismo de sus mentiras y la
deshumanización de sus políticas es un cóctel altamente incendiario que muy
pronto estallará y lo arrasará todo. Veremos expandirse los extremismos, la
sinrazón, el reguero del odio goteando sangre en nuestros ojos. Será terrible.
Ojalá tomemos conciencia del problema a tiempo. Ojalá nuestros gobernantes
recapaciten y logren darse cuenta de su error y consigan pararlo a tiempo y no
lleguemos a ver jamás cómo las víctimas,
hartas ya de serlo tan injustamente, decidan convertirse en verdugos asesinos.