viernes, 15 de noviembre de 2013

"CÁSATE Y SÉ SUMISA"


   “Cásate y sé sumisa” es un libro que no pienso leer.  Y no es porque crea que es un atentado contra la dignidad de las mujeres, ni porque haga apología (según algun@s) del mal trato a la mujer. No. La opinión de feministas radicales me la trae al fresco. Es, simplemente, porque ya sé lo que está escrito en él. Aún flipo por el hecho de que en ningún medio de comunicación se hayan planteado la pregunta de si Constanza Miriano, nombre de la autora, pertenece al Opus Dei. Porque vamos, yo no necesito ni preguntarlo, es algo tan evidente que lo huelo desde este pequeño rincón de España. Será por mi nariz de oso polar. El hecho es que pienso que la sumisa esposa Constanza es, como mínimo, supernumeraria del Opus Dei. Y, entonces, ¿qué chorradas no va a escribir?

   Una vez leí un texto de una periodista española que abandonó el Opus Dei. En él narraba el transcurrir de una mañana en la residencia estudiantil. Dos alas del edificio y, en medio, la infranqueable frontera de la disgregación. La sala central era el comedor. Éllas, tras los rezos matutinos (sobre las cinco de la madrugada), eran conducidas a la cocina para preparar el desayuno de los muchachos. A otras, llevadas a una sala contigua al comedor, les abrían la puerta que daba paso al mismo e iban colocando la cubertería de las mesas y dejando cada rincón más limpio que una patena. Finalmente terminaba el proceso, el humo del café y el aroma de las tostadas se volatilizaban en un comedor vacio y, tras el sonido de la llave en la puerta del salón, sonó otra llave en la pared del fondo que abrió la sala a un enjambre de sórdidos muchachos. Una vez devoradas las viandas, ellos volvían a salir, sonaban de nuevo los llaveros y ellas volvían a entrar con el trapo de sus almas en las manos, dispuestas a limpiar babas y migajas. Lo que venía después era aún peor. Era la hora del cilicio.

   ¿Qué va escribir una tía que está orgullosa de fomentar eso? Pues fanatismo, puro y cruel fanatismo y un ojo de lince para los negocios, que de eso el Opus va sobrado, y lo de la moral es relativo cuando se hace necesario un título que provoque y haga sonar caja. Y la principal característica de una supernumeraría fiel ha de ser la obediencia ciega.

   Con el afán de ser aún más sagaz en lo que trato de sugerir aquí os dejo una reciente carta que la señora Miriano envió al Papa Francisco, tras su nombramiento. No tiene desperdicio.

 Querido Papa Francisco,

      Las verdaderas revolucionarias son las mujeres que quieren, como María, servir, y no aquellas que piden mayor poder en la Iglesia. Nosotras sabemos que el ministerio mariano precede al petrino, y sabemos que sólo el amor es creíble y que sólo la cruz hace verdadero al amor; el resto no nos interesa. Nosotras sabemos que el único privilegio digno de anhelo es el del Espíritu, y el sacerdocio que queremos para las mujeres es sólo el del corazón. Nosotras, mujeres al servicio de la vida, no queremos ser más importantes y mucho menos queremos ser cardenales: no tenemos tiempo para eso, ¡tenemos que criar a nuestros hijos!
      Le escribo en nombre de tantas mujeres que quieren servir a la vida y son felices por ello. No queremos volver a modelos del pasado sino ir contracorriente y someternos valientemente a un esposo. Mujeres que tienen a María por modelo y la certeza de que sólo Dios, ningún hombre, podrá colmar todos los anhelos de sus corazones. Le escribo en nombre, creo, de las setenta mil mujeres que han leído mis libros, a muchas de las cuales me he encontrado a lo largo de Italia e incluso en el extranjero. Todas me dicen que desde que alguien les ha recordado qué bello es ser dóciles y acogedoras aman más a sus maridos y se dejan guiar. Son tantas las que me escriben que han decidido casarse o abrirse de nuevo a la vida, y han tenido su tercer, cuarto, quinto hijo. Son tantas las que me escriben que desde que tratan de someterse a sus maridos, como la Iglesia a Cristo, ellos han empezado poco a poco a morir por ellas, un poco cada día, buscando imitar a Cristo.
      Tantas mujeres, sin embargo, sufren. Pero, al menos en esta parte rica del mundo, no sufren porque estén discriminadas. Sufren, por el contrario, justamente porque no dependen ya de nadie. Deciden ellas solas sobre sí mismas, sobre su propio cuerpo, sobre su propia vida, sobre cómo vivir el sexo. Deciden si tener o no ese niño que ha empezado a vivir dentro de ellas. Sufren porque están solas. Porque han malgastado su tiempo mendigando amor y ahora con cuarenta años son devoradas por el terrible remordimiento de haber rechazado a sus hijos, como tierra desierta, árida, sin agua. Sufren porque están desilusionadas de los hombres egoístas a quienes ellas, no obstante, no han sabido hacer de espejo positivo, que es la función de la mujer, no les han sabido mostrar lo bueno y lo bello posible. Si las mujeres se pierden, los hombres se pierden.
      Perdone si me he atrevido a escribirle; le aseguro la oración de mi marido Guido, de nuestros cuatro hijos, Tommaso, Bernardo, Livia y Lavinia y mi rosario cotidiano, y le pido que rece por nosotros.

     Con afecto y devoción,
Costanza Miriano


   El hecho es que a mí todo este discurso me parece tan abyecto como a usted, si usted es un ser normalito y del montón, como yo. Pero tantas voces escandalizadas y condenatorias me abruman. Y decir que chorradas sectarias como éstas generan el mal trato a mujeres masoquistas (¿qué mujer va seguir esos consejos, si no es por puro masoquismo?) ya es pasarse. Olvidamos con demasiada facilidad que escogimos vivir en un régimen democrático, en el que cualquier persona tiene pleno derecho a expresar sus ideas, por muy peregrinas o extrañas que nos parezcan. La libertad de expresión es un derecho que nuestros ancestros se ganaron con sangre. La base democrática es el consenso, sin embargo, incidimos denodadamente en el conflicto y el deseo de imposición. ¿Prohibir el libro? Sí, señores de la izquierda, inteligentes feministas. Y ya puestos los apilamos en una pira y les prendemos fuego, como hizo Hitler en los tiempos de la Weimar. Este libro, por llamar de alguna manera a tal porquería, no es más que un texto fanático escrito por una religiosa del Opus Dei para sus correligionarias, y que las editoriales, expertas en carnaza, han sabido rentabilizar a través de sugerentes escándalos. Sí, señor@s progresistas, gracias a nosotros, a nuestro bombo y platillo corralero, el libro ha sido un éxito y los bolsillos ahítos del Opus se llenaran un poco más. Mal camino llevamos nosotros si nos olvidamos de la esencia democrática y del derecho de todos a la libre expresión y, en su lugar, nos obcecamos en imponer nuestros propios criterios, a través de la prohibición y la censura sobre los otros. ¿Recuerdan el cuadro de Ana botella sacando la lengua, el que el alcalde del PP ordenó retirar del museo? Si todos nos dedicamos a hacer lo mismo, sobre un cuadro, sobre un libro, sobre el impúdico pensamiento del otro, acabaremos sacándonos los ojos y volviendo a vivir en la tenebrosa oscuridad de las cavernas. La línea está muy cerca y algún día un majara incontenible la cruzará y comenzará a correr la sangre. Procuremos evitarlo, señores, que en chorradas como éstas nos jugamos día a día la convivencia democrática, aunque no lo percibamos.  


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