viernes, 8 de marzo de 2013

UNA NUEVA TERTULIA CULTURAL

   Tantos años fomentando la participación cultural del pueblo, organizando tertulias literarias y artísticas en mi ciudad y, ahora, cuando ya me he retirado de todo por cuestiones de salud, me doy cuenta de la absoluta quimera que me gobernaba. Ayer, después de semanas sin contacto exterior, me apeteció visitar una nueva tertulia que comenzaba en una tetería y era organizada por un profesor universitario y antiguo compañero en eventos de índole similar. La estrella invitada era una chica joven que dirige el departamento de filología húngara en la universidad. Me dijo que era novelista, que ya había escrito tres novelas, pero me confesó que no entendía a Kafka y que la literatura francesa le resultaba aburrida. Eso sí, le encantaba Stephen King y la ciencia ficción. ¿A qué aspiras, a aprender a escribir una novela o a publicar un Bestsellers?, le pregunté. Los poemas elegidos para la lectura eran buenos, muy buenos, de poetas húngaros del siglo XX. Qué tristes todos, dijo alguna señorita y yo me pregunté ¿por qué la mayoría de la gente carece de la capacidad de la contemporaneidad? Aquellos poetas vivieron la terrible posguerra de una Europa devastada por las bombas y la violencia, buscaban el amor entre huecos inmensos de hambre y dolor. ¿A qué iban a cantar, a la contemplación de las estrellas? Siempre cometemos el mismo ciego error, percibimos únicamente las cosas desde nuestra propia perspectiva, dentro de nuestro contexto histórico, social, económico y moral. Ya hemos perdido la capacidad de ponernos en el lugar del otro. La feroz individualidad del sistema competitivo en el que vivimos nos ha anulado cualquier posibilidad empática.
   La húngara leía los poemas en su idioma y todos aplaudían la harmonía del canto, con sonrisas bobas en el rostro. La traducción al castellano la destrozaba en su trabada lectura el organizador de la nueva tertulia. Viendo la programación de la misma, de cuatro actos que se habían organizado, tres se habían desarrollado con él como eje central y rutilante del escenario. Pero yo no le veía brillar, muy al contrario. Vi a un hombre consumido por una obsesión, la de convertirse en escritor famoso a costa de lo que sea. Vi a un señor mayor, solo, muy solo, rodeado de fantasmas, tan patéticos y tan solos como él. Este año la tertulia sacará un libro coral con poemas de todos y si no conseguimos la subvención lo pago yo, dijo con rotundidad al final de la tertulia y todos, a excepción de mi, es decir, ocho personas, aplaudían babeantes. Él suele escribir poesías sociales y otras intimidades filtradas por su particular visión de la vida y lo publica todo, varios libros al año. Alguno a través de premios locales o regionales, otros a través de alguna subvención local, otros en la editorial a la que paga y la mayoría editados por él mismo. Y así lleva toda la vida, estrella fulgurante de microtertulias locales. Hubo un momento en el que no me pude reprimir y le expresé públicamente: Deberías tener presente, compañero, que ni el amor ni el cariño se compran. Y, de repente, me asalto la duda: ¿Acaso yo también fui cómo él? Exactamente igual no creo, porque mi economía siempre me limitó bastante y nunca me gustó lamerle el culo a los editores, pero seguro que tuve momentos en mi vida en los que también abracé absurdas quimeras.
   ¿Por qué nos dejamos llevar por la irreal grandeza de un sueño de gloria, a pesar de que esa elección nos puede llevar a la más absurda senda de nuestra existencia? Y, total, ¿para qué? si ya no existe la comunicación, si ya el soliloquio desquiciado de cada uno nos impide escuchar a los demás. La cultura ha dejado de ser un acto participativo, ahora aspira al pedestal más esplendoroso del firmamento sin tener en cuenta que eso la aleja cada vez más de los que más la necesitan, ahora las estrellas prefieren estar en los carteles publicitarios y ya ni recuerdan que fue aquello de pender del cielo, ni siquiera el sol recuerda que su función esencial es darnos vida, facilitándonos la visión de los enigmas que nos rodean. No obstante, espero que la nueva tertulia de mi ciudad vaya viento en popa y crezca. Lo veo complicado, pero espero que así sea. Les deseo lo mejor. Al despedirme de Rita, la chica húngara, tan sólo le dije una cosa: Creo que escribir consiste en leer diez veces más de lo que escribes. Se despidió con un beso, estaba nerviosa, era la primera vez que leía en público. A mi compañero no le dije nada, no quise molestarle más. Lo dejé con dos tertulianos, fumadores de maría, con los que hablaba de un futuro viaje a Marruecos para asistir a no sé qué encuentro de escritores al que sólo él estaba invitado. Pero si reservar dos habitaciones te va a salir prácticamente por lo mismo que reservar una, le decían.

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