domingo, 30 de marzo de 2014

POESÍA CONTEMPORÁNEA de Eugenio de Nora




Medito a veces
en la triste materia de mi canto.

Bien sé que hay muchos, soñadores,
(como yo rodeados de desgracia y caminos)
pero entre nubes blancas, con sus ángeles
abanicando tímidas
alas prerrafaelistas, lejos;
que quizá en el estío
cultivan la nostalgia de la lira imposible,
decoran las palabras, sumisas como rombos
de plaza pobre en farolillos
de verbena y papel colorado.

Oh Dios, cómo desamo,
cómo escupo y desprecio
a esos cobardes, envenenadores,
vendedores de sueños, mientras ponen
sedas sobre la lepra, ilusión sobre engaño, iris
donde no hay más que secas piedras.
Esclavos, menos
aún, bufones de esclavos.

Malditos una y siete veces,
en nombre de la vida, aunque juren que aumentan
la belleza del mundo; en verdad,
la belleza del mundo no precisa
ser aumentada ni disminuida
con sus telas. Lo que necesitamos
es una luz, es un desnudo brazo
que señale las cosas. La poesía es eso:
gesto, mirada, abrazo
de amor a la verdad profunda.
Ay, ay, lo que yo canto
miradlo en torno y despertad: alerta.

Ahí están, reunidos
en sociedad devoratoria y número.
(Llamar bestia asesina
al que, como el pesado
elefante del sátrapa,
hunde la pata hasta estrujar el rostro
que niega; ladrón vil
al emplumado grajo de cadáveres;
canalla al miserable…
acaso sepa a música
derrotada, a lamento
débil. A lo que no queremos.)
Pero nombrar no es sueño.

No sigáis las palabras. Contra ellos
yo canto hombres que tienen las tiránicas caras
como rostros con látigo: sonríen
al dolor, pero miran
al sol, y aprietan
los firmes dientes.
Y ya acabo.
(Esto no es un poema; son palabras
apretadas también, con saña.) Adiós. Es tiempo
de no plantar rosales. ¡Acordaos!

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