lunes, 1 de julio de 2013

CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA


Suburbio de Potârnichea, Constanza.

   Nicoleta llegó a Huelva con un contrato de unos meses para trabajar en la campaña de la fresa. Ya le habían contado las amigas, allá en Rumanía, que era un infierno la faena bajo el sol implacable del sur de España. Pero ella temía más a la miseria en la que vivía y a los continuos malos tratos de los varones de su familia. Allá la alquilaban desde jovencita a extranjeros solventes y pervertidos. Y si a ella se le ocurría decir que no la molían a ostias. Escapó gracias al contrato que llegó desde España y una vez aquí descubrió que además de faenar en las fresas podría hacer, en sus horas libres, lo mismo que allí, pero sin que nadie la abofeteara ni le quitase el dinero. Pasaron los meses y la campaña de fresas terminó y, en lugar de volver, decidió quedarse, buscándose la vida con incautos y malqueridos hombres. Meses después la conoció Julio, empresario de hostelería y recién salido de la cárcel en la que estuvo 4 meses. Sus negocios, legales e ilegales, seguían funcionando, de modo que la pasta seguía fluyendo, pero en cuestión de amores se sentía aún más solo que en presidio. Total, que en la noche se encontraron ambos y decidieron unirse. Nicoleta entró a trabajar en uno de los bares de Julio y en su casa, en cuya cama de matrimonio concibieron a Julito. Un par de meses de felicidad hasta que la panza de la tía buena se convirtió en un obstáculo. Sé que ésta última expresión molestará a algunas, pero qué queréis que os diga, así es como piensa don Julio. Y enseguida Julio la relevó en el bar por otra rumana de buen ver. Y con el tiempo, mientras Nicoleta daba de mamar a Julito en el salón, don Julio se follaba a Nina en el dormitorio. Nicoleta aguantó casi dos años así, en los que también le puso alguna vez los cuernos a don Julio. Éste ya ni la miraba y los continuos reproches aduciendo que él no era el padre de aquel niño se convirtieron en el pan de cada día. Tres años después de su llegada a Huelva, Nicoleta y su hijo sin apellido paterno subieron a un autobús con destino a Rumanía.
 
 
Suburbio de Potârnichea, Constanza

Ya hace un año que Nicoleta se marchó. Y ahora Julio tiene problemas de conciencia y quiere recuperar a su hijo. Acaba de llegar de Potârnichea, una pequeña aldea del distrito de Constanza, la ciudad de los prodigiosos balnearios del Mar Negro. Allí, entre chabolas rodeadas de basuras y excrementos, volvió a vivir Nicoleta con su hijo. Ella ya se ha adaptado a las nuevas circunstancias, según cuenta Julio. Ahora tiene un chulo exboxeador y policía que la alquila cada noche al mejor postor entre los turistas de Constanza. Ya Julito apenas ve a su madre, siempre en la ciudad y sobrevive malnutrido entre boñigas de vacas y caballos. En la fotografía que me muestra Julio no parece el mismo, está desnudo, a pesar de los 11ºC, me confiesa Julio, y sus pies descalzos están sobre un pequeño arroyuelo que bien puede ser de orines. Su cuerpo está lleno de pústulas y le auguro un trágico futuro. Y Julio llora mientras me dice que tiene que conseguir como sea traerse al niño. Ya es la segunda vez que ha ido hasta allí –Nicoleta llamó requiriéndole la partida de nacimiento del niño- y las dos veces el chulo de Nicoleta le ha tangado 7.000 euros sin haber podido traerse al niño y habiendo sido extorsionado para que dejase allí los papeles españoles del niño. Y ahora lloro como una maricona, cuando pude darle a mi hijo aquí la vida que merece, seré cabrón, me dice Julio arrepentido. Quizás aún no sea tarde, le dije yo mientras palmeaba su hombro, pero la verdad es que me temo que ya sea tarde. El  niño probablemente morirá muy pronto en el país de Europa con mayor tasa de mortalidad infantil. Sus papeles serán entregados a cualquier matrimonio español que vaya hasta allí con la intención de adoptar a un niño, a cambio de pasta gansa, claro está. Nicoleta también morirá posiblemente debido a alguna paliza más fuerte de la cuenta y don Julio volverá a la cárcel o quizá desaparezca en alguna carretera perdida entre su tierra y Constanza, la ciudad milagrosa, la de los balnearios sanadores de tanta y tanta enfermedad.

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