jueves, 3 de enero de 2013

LOS HOMBRES DE FUEGO

   Quiso probar el sabor de las llamas. No, no pensó en el bonzo griego, ni en el tunecino que logró enervar la indignación de todo el Magreb, iniciando la revolución primaveral árabe. Tampoco pensó en las imágenes en blanco y negro de aquella revolución de Ghandi, ni en las bombas de nafta que cayeron sobre Vietnam. No, él no podía pensar. El profundo pozo, sólo lleno de hambre, de su estómago, se lo impedía. Y no tenía más a mano que una botella de gasolina y un mechero. ¿Acaso las llamas se podrían comer? ¿Qué podría perder por intentarlo? ¿Su vida? Su vida ya no valía nada, pensó. Y presionó la rueda del mechero y estalló la chispa y las llamas comenzaron a devorar su piel.

Bonzo de Ribarroja (Valencia)

   Ya tenemos nuestro bonzo. Bueno, la verdad es que, en realidad, es nuestro segundo bonzo. Si no recuerdo mal tuvimos el primero en los primeros meses de 2012, en un pueblo de Valencia. ¿Las causas? Pues las mismas, ¿cuáles van a ser? La miseria económica y, por consiguiente, la moral. En fin, de aquel bonzo ya nos olvidamos, como se olvida todo en esta vorágine continua de nueva actualidad (ya saben, el “se jodan” de la Fabra y tonterías por el estilo). Pero ahora viene este malagueño, parado, casado y con hijos, a recordarnos que, entre los excluidos, la cosa ya está que arde, mientras se quiebran los cimientos de nuestra civilizada sociedad. Y ayer, pasadas las seis de la tarde, y en el centro de la capital malagueña, se roció el cuerpo de gasolina y prendió fuego al mechero. “No puedo más, no me queda ni para comer”, dicen los testigos que gritaba segundos antes de arder como una pira casi funeraria. Como un loco, ciego y sin atisbo de razón, le imagino yo. ¿Cómo sino se puede llegar a tal nivel de desesperación? ¿Cómo un hombre puede llegar a creer que las llamas se comen?

Bonzo griego

   Sin embargo, no deberá angustiarse el gobierno por ello, no fue consumado el asesinato. Los taxistas de una parada cercana se lanzaron, extintor en mano, al hombre de fuego, logrando salvar su vida. Descanse pues tranquilo el señor Rajoy y que sus asesores le informen del estado del suicida, con quemaduras de tercer grado en el 80% de su cuerpo. Después, cuando las heridas no sean tan agresivas a la vista, podrá visitarlo en su habitación del hospital, con la ristra de periodistas chupapollas y los mejores fotógrafos en cola.

Si contáramos a este rumano que se quemó en
Castellón, el bonzo malagueño sería el 3º en España

   Y por la reacción del pueblo que tampoco se preocupe. El pueblo está muy ocupado en sobrevivir y en la dinámica convulsa de esta preocupante actualidad todo se acaba olvidando pronto, muy pronto, demasiado pronto. Ya verán como cuando los periódicos nos hablen del tercer hombre antorcha, nadie se acordará del hombre de fuego de Málaga, como hoy ya nadie se acuerda de aquel bonzo primero, de Ribarroja (Valencia). Pero aún aceptando está realidad como algo ineludible, hoy me atreveré a pedirle un favor, amigo lector. Imagínese que usted pasaba ayer por la céntrica calle en la tuvo lugar el suceso, que usted estaba allí a esa misma hora, que pudo ver a ese hombre desesperado levantar el brazo sobre su cabeza y verter la gasolina sobre su cuerpo, que oyó el chispazo del mechero y le deslumbró el destelló metálico del liquido inflamable justo en el instante en el que se incendiaba, que pudo oír los terribles gritos de dolor, los gritos inhumanos de la desesperación más absoluta que puede llegar a soportar un Ser humano y que, poco después, cuando la espuma de los extintores logró apagarlo todo, pudo oler, con nitidez, el cercano aroma de la carne quemada de aquel hombre y, ahora, cierre los ojos y respóndame: ¿cuántos más necesitaremos para reaccionar?

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