martes, 5 de febrero de 2013

ESPERANDO EL MILAGRO

      Llevo tiempo sin escribir artículos, sin hablar, sin decir nada. Y con la que nos está cayendo. Pero es que a veces la mierda es tanta que te acaba ahogando y ya es bastante si consigues respirar. ¿En qué país vivimos? Cómo no va a obligarnos Wert a dar clases de religión, si para ellos, los que nos gobiernan, la ética constituye una herejía. Cómo no van a querer dejarnos sin negros, si lo quieren todos para ellos, bien juntitos, en sobres inmaculados. Lo de ayer fue una vergüenza, ver al presidente español titubeando, dubitativo, ante las preguntas formuladas delante de la Merkel fue patético. Ya no tenemos presidente. Se ha convertido en un hombre aferrado a su soberbia que inventa conspiraciones paranoicas y las culpa de sus males y errores. No sabe ni dónde está. Está acojonado y ni es capaz de disimularlo. Es un paquete zarandeado por los padrinos de su partido, a pesar de que le llamen “el capo”. La mejor defensa es un buen ataque, Nada podrán demostrar, lo tenemos todo bien atado, Querellas contra todos, gritarán. Y, si pudieran, detendrían hasta aquellos que pensaran en los papeles del traidor, el Bárcenas, maldito ahora y tan bendito antes. Y además, se puso chulo con la esperanza y ahora le llueven cañonazos. Es lo malo de ganarse tantos enemigos, señor Rajoy. Mire usted la que le ha liado el Albertito Garzón, le dio por apretar los testículos a los jueces y ahora le llueven litigios e investigaciones nada convenientes a ese círculo popular y cada vez más estrecho.
   Mientras tanto, el pueblo ruge en su silencio y la decepción da paso a la rabia. Indignadísimo ya comienza a congregarse en serio alrededor del paraíso perdido, reclamando el infierno para sus habitantes. Está expectante y enervado, mirando la pelea en el ring de la política. Los rojos contra los azules, los malvas contra los azules y los rojos, los amarillos contra todos, incluso con algún que otro amarillo de tonalidad más anaranjada. Pero sobre todo los azules, chulescos y soberbios, dándose navajazos entre ellos y sin mirar siquiera a los demás. Y encima, el rey ya no es quién fue. Hoy es la metáfora palpable de nuestra decadencia. ¿Quién va a poner orden? ¿Qué institución nacional estará moralmente capacitada para arreglar el caos que, como un negro amanecer, ya despunta en la alborada? ¡Qué levante la mano la institución que esté libre de culpa! Aquí el más honrado quizás sea algún rumano carterista. Visto lo visto, la real academia de la lengua tendrá trabajo de ahora en adelante con la definición de la palabra delincuente.
   El dilema es ¿qué vamos a hacer nosotros? Está claro que los valores que hemos abanderado hasta ahora son parte del veneno que nos corroe. En su día, entre muertos provocados por la intolerancia, nuestros políticos hicieron votos de vocación honesta de servicio público, posiblemente de forma sincera, pero comenzaron a aparecer grietas pequeñas a las no se les dio importancia y así llegamos a esté ignominioso barrizal de ponzoña. Los periodistas dejaron de serlo para convertirse en esclavos ideológicos o del capital. Los jueces evitaban complicarse la vida y miraban hacia otro lado, alguno con las manos llenas y otros, más honestos, simplemente se hacían el sueco. Algunos roban sí, pero dan trabajo, comenzó a admitir el pueblo, ignorante de la deuda acumulada. Todo se toleraba mientras las monedas compusieran sinfonías en nuestros bolsillos. ¡Qué barato nos vendimos todos! Ahora estamos al borde del abismo y las grietas están a punto de derribar el edificio, pero seguimos hablando de competitividad, en vez de hablar de colaboración; de rentabilidad, en vez de hablar de equidad; de legalidad, en vez de hablar de justicia; del estado del bienestar, en vez de hablar del bienestar del Estado, que somos todos y cada uno de los ciudadanos españoles. El dilema es ¿qué vamos a hacer nosotros? No sé qué haréis vosotros, pero yo trataré de levantarme otra vez y alzaré una vez más el cuello sobre la mierda. Sé que ya no me queda otra posible forma de colaborar y que, a veces, mi grito pudiera resultaros estridente, pero volveré gritar pues aún menos se consigue desde el silencio. Gritaré desde la pantalla del ordenador, tecleando en mi habitación, junto a la ventana por la que cada día os observo, esperando la eclosión del milagro.

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