lunes, 6 de enero de 2014

UNA HISTORIA DE NAVIDAD Y BUITRES


   Fue hace cosa de un mes cuando nos citaron en el comedor social del “Barrio de los Curritos”, conocido de ese modo por haber sido construido para trabajadores de los polígonos industriales adyacentes a mediados del siglo pasado. El comedor estaba gestionado por vecinos jubilados y voluntarios que trataban de mitigar el hambre creciente, con más voluntad que recursos. Pero no fueron ellos quienes nos citaron allí, fue el gabinete del alcalde, su jefe de prensa,  quién nos llamó, comunicándonos la visita solidaria del alcalde, interesado en calmar las aguas de una sociedad que, a veces, estallaba en su desesperación y sufrimiento, provocando altercados tan dispersos como preocupantes. La economía estaba hundida, gran parte de los habitantes del barrio se eternizaban en el paro y el hambre y los desahucios eran hechos cotidianos en muchísimas familias. Los polígonos, antaño industriales, se habían convertido en sombras de ceniza, amasijos de hierro que se oxidaban en la noche, como esqueletos semiderruidos de fantasmas del pasado. Sin embargo, la intención del alcalde, -nos dijo su asesor-, era transmitir esperanza e ilusión en el futuro.

   La llegada del alcalde fue como todos esperábamos. De tres Audis oficiales se apearon el alcalde, el teniente alcalde, sus escoltas y un par de señores, corbata en ristre, con pinta de ejecutivos y que parecían obsesionados con el estudio de la fachada de aquel edificio VPO. Uno de ellos portaba una ipod bajo su brazo. María, la jubilada que gestiona el comedor los recibió con amabilidad. Cedió el paso al excelentísimo alcalde y comitiva y personal de prensa entramos tras él. El alcalde se dirigió inmediatamente a una de las mesas, mientras uno de los ejecutivos medía las paredes del local con la mirada y el otro anotaba números en el ipod, como si éste fuera una calculadora. En la mesa, una mujer con la mirada perdida mojaba pan en la sopa y un señor de unos cincuenta años, con barba enmarañada y melena gris, soltaba los cubiertos sobre la mesa ante la llegada del alcalde. “¿Os tratan bien aquí?” les preguntó éste. “Antes no había buitres, pero pronto vendrán muchos para sacarnos los ojos y dejarnos ciegos”, respondió la mujer. El edil se quedó perplejo, sin saber cómo reaccionar. “A perdido la cabeza, señor alcalde, ya ni los locos tienen manicomios que los acojan. Y sí, aquí nos tratan muy bien. Son muy buenas personas. Como nosotros”, contestó el barbudo. El alcalde le miró agradecido, le sonrió y le preguntó afable: “Y dígame, ¿cómo le va a usted?”. “Jodido, señor alcalde, después de haber conseguido salir de las drogas hace doce años y reordenar mi vida y la de mi familia, ahora, la crisis y el paro, me han enviado a un infierno aún peor. Pero, para qué le voy a aburrir con mi vida, señor alcalde,  si lo único que lograré será que se me enfríe la sopa”. El alcalde tragó saliva y deó caer su mano sobre el hombro de aquel hombre. “No te aflijas. Las cosas mejorarán. Ten fe. Estamos haciendo todo lo posible”, le dijo y se apartó de él. Luego, desde en centro del local, nos comunicó las buenas noticias: Los inversores internacionales volvían a interesarse por nuestro país, lo cual, traería afluencia de capital y, por consiguiente, la apertura de los créditos bancarios y el relanzamiento del mercado laboral. En concreto, en aquel barrio, estaban interesados en transformar los polígonos en el mayor emplazamiento de ocio y juego de toda Europa, generándose decenas de miles de puestos de trabajo, no sólo en su construcción, sino en los servicios posteriores. “Todos tendremos que resistir un poco más, pero ya podemos ver la luz  al final del túnel”, fue la frase final de su discurso. Y se marchó hacia el Audi de nuevo, limpiándose, con un pañuelo, la mano que posó sobre el hombro del melenudo.

   Ya hace un mes de aquello y hoy, 24 de diciembre, dos noticias, aparentemente inconexas, se enlazan en mi mente con el recuerdo de aquel día. Los fondos buitres de los inversores internacionales han llegado por fin al ayuntamiento y la alegría se desborda en la luminosidad de la ciudad, en los focos de los comercios exclusivos, en el corazón encendido del centro de la urbe, en los deslumbrantes espejos de los deseos insatisfechos. Todo ha de tener un puño de ilusión reconcentrada. Todo ha de tener la estética de la esperanza. Y el árbol de Navidad se alza, reluciente, hasta el mismo cielo.

  La otra noticia afecta a la periferia, al “Barrio de los Curritos”. La Policía municipal ha clausurado el comedor social, aduciendo problemas de salubridad. La merluza con patatas se quedará hoy sin servir. Y los vecinos del edificio en el que se encuentra el comedor han recibido una oferta de compra obligada de la vivienda que habitan, si no quieren verse desalojados por los nuevos propietarios: un holding empresarial e internacional tan opaco y oscuro como las negras e impenetrables alas de los buitres.


Del libro "Historias de la puta crisis"

   

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