Primero nos llegó La República de Platón, y supimos que después floreció El Jardín de Gilgamesh, La Isla de la Inscripción Sagrada de
Evémero y Los Mitos de Hesiodo. Y,
más tarde, en el oscurantismo de la Edad Media, refulgieron La Ciudad del Sol de Campanella y La Utopía de Tomás Moro. Desde entonces,
un amago sórdido en Aldous Huxley y su Mundo
Feliz y el tétrico esperpento de Orwell. Y nada más, sólo un tímido
silencio hasta nuestros días. ¿Qué le ha ocurrido a la humanidad? ¿Por qué ha
olvidado el descubrimiento de la inocencia, el vuelo sublime de los ideales y
el amor? ¿Por qué ya nadie cree en la Utopía?
El Ser humano, a lo largo de su milenaria
existencia, ha logrado hitos inimaginables, a través de la cooperación. Ha
domeñado el ritmo de la naturaleza en su cosechas y valles como el del Nilo se
convirtieron en paraísos de la abundancia. Ha derivado el curso de los ríos y
levantado montañas de piedra en el desierto. Ha conseguido volar, física y
virtualmente, y ha sido capaz de diseñar y legislar sus propias democracias. ¿Por
qué, entonces, la utopía nos parece inalcanzable? ¿Acaso en la Edad Media imaginaron
la teoría cuántica? Hemos adquirido conocimientos que sólo imaginábamos en
Dioses inasibles. Y, sin embargo, aún creemos imposible una convivencia en paz
y en justa armonía. El animal que aún llevamos dentro sigue enarbolando su
dominio. La propiedad territorial y la imposición de sumisión al otro siguen
vigentes desde nuestro inicio como especie.
No tendremos remedio si es que nada hacemos
por tenerlo. Nuestro intelecto nos ha facilitado la vida. Las tuberías nos
traen el agua de los ríos y las células fotovoltaicas nos traen paisajes
estelares. Pero seguimos empeñados en encorsetarnos en fanatismos ideológicos
que nos quiebran la convivencia. Desdeñamos al gran grupo de la humanidad para
sectorizarnos en subgrupos, como manadas de bestias, que estarían dispuestos a matar
por su equipo de fútbol, su partido político, su religión, etc… Sabemos de la
grandeza inconmensurable del amor, porque lo hemos vivido (unos más y otros menos,
pero todos lo hemos vivido), pero no logramos desprendernos de la envidia y la
codicia que nos ciega y nos impele al odio. ¿Por qué? ¿Acaso no somos
conscientes del camino de autodestrucción por el que transitamos? No es posible.
La incapacidad de discernimiento quedó ya muy atrás, cuándo éramos casi simios.
Claro que la Utopía sería posible, si
creyésemos en ella. El hombre ha demostrado que le es posible conseguir todo aquello
que se proponga, aunque nos parezca inviable. Entonces, ¿por qué no estamos manos a la obra? ¿A qué esperamos?
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