Vivimos en una sociedad que está perdida.
Sin valores, ni rumbo. Mientras arrastramos, como un peso insoportable, toneladas de odio hacia los demás. De todo
tiene la culpa el otro y es necesario castigarle. Sin compasión. Con el máximo rigor y la mayor dureza. Y en
el proceso, olvidamos causas y consecuencias. No advertimos ni la mayor
afluencia de dolor, ni el caudal de venganza que se nos adviene. Ya no
perdonamos nada porque sólo a nosotros nos perdonamos todo. Y el manantial del
egoísmo irreflexivo ahoga al ser humano y germina a la bestia, ansiosa de más
río de la sangre de los otros. Podríamos hablar de muchos casos en la política,
muchísimos en el planeta económico, o de esos nazis descerebrados que hoy la
liaron en la Complutense de Madrid. Pero yo prefiero algo más cotidiano: un
muchacho de 18 años, el alcohol al volante, la niebla y los controles
policiales, un chico de dieciséis años muerto en el arcén y una madre rota,
esperando en la ventana a quien ya no llegará.
Ocurrió ayer, en un pueblo de Galícia. La
juventud de cuatro amigos, de entre 16 y 18 años y hermanos dos de ellos, les
impelió a la fiesta. Tal y como a todos cuando teníamos su edad. Bebieron algo,
claro está, y hasta fumarían porros, seguramente. ¿Quién no a su edad? Si no se
cometen errores en la adolescencia es que estás muerto y hasta puede que
beatificado. A la vuelta, decidieron hacerlo por la peor vía posible, con el
ánimo de evitar los controles, y la niebla hizo el resto. Un árbol traicionero se
empotró en el vehículo, segando la vida del hermano del conductor, el pequeño
de dieciséis años, al que su madre ya no volverá a ver.
Del suceso dieron cuenta los telediarios. Al
verlo recordé a las víctimas de los accidentes de tráfico, exigiendo mayores y
más duras penas para los asesinos (así los llaman) de sus familiares. Su dolor
es inmenso y ese impudor televisivo las ensalza ante nuestros ojos, las dota de
un aire de congoja y desolación, nos conmina a la comprensión de sus demandas.
Pero olvidamos una cosa, no es lo mismo poner una bomba y, desde la lejanía,
apretar un botón que despistarte en la niebla y arrollar a un viandante. Para
asesinar es necesario tener la intención de hacerlo. Y no podemos convertir un
desgraciado accidente en un asesinato con premeditación.
¿Qué condena pedirán ahora para este chico? ¿Dirán
que mató a su hermano y que merece todo el castigo de nuestras rígidas leyes? Y los jueces no pueden más que aplicar la ley.¿Cuánto?
¿30 años? ¿Y por qué no le aplicamos la Doctrina Parod, pasando de esa estupidez de los derechos humanos? Total, no es más
que un asesino…. ¿o no? Todas preguntas irónicas y con enjundia.
La seriedad se la quedó toda la madre. Y la
única pregunta en serio también. ¿De verdad que ella se merece tal castigo?
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