Lo llevó diciendo desde hace tiempo. Este
país no está como está por la ineptitud, corrupción moral y económica y los
delirios mesiánicos de nuestros dirigentes. Este país está en la ruina de todo
tipo de valor, moral, económico, social, etc, por el gran excedente de retrasado
mental que sostiene. Somos el inmenso corazón del esperpento, cuyas sístoles y
diástoles no nos insuflan vida, muy al contrario: nos empozarán aún más en la
miseria. El ganado borreguil, con sus votos, ha mantenido en sus cargos a
muchos políticos imputados en juicios por corrupción. Imputados que ahora se
valen de su aforamiento para chulearnos en la cara. Gansters como Fabra aún son
vitoreados en sus pueblos, yonkis del servilismo. El nivel de populismo social
está por las nubes y acaso ya no falte demasiado para cánticos mayores, los “Viva la patria” sobre ríos de sangre.
La voz del Elegido y al que, a ciegas, sigue el rebaño. Los políticos ya sólo
pueden serlo si salen en la televisión, dotados del aura del famoseo, y en
cuanto se convierten en estrellas les otorgamos la impunidad. Nuestra libertad
ha quedado reducida a la elección a través del mando televisivo, tú eliges,
pero entre los programas basura que ellos te proponen.
Lo de la televisión valenciana ya me
escandalizó. Ver a todo un pueblo manipulado de esa forma, en plena calle,
repitiendo al dictado lo que los trabajadores de Canal 9 le decían. Ese mismo
pueblo que nunca mostró interés por el accidente de metro y su casi medio
centenar de muertos. Ese mismo pueblo que se corría de gusto al oír el ruido
insoportable de los Fórmula 1 por sus
calles, a sabiendas de que los organizadores se llevaban el pastel. Esos
currantes sin dignidad, ni vergüenza, vendidos durante tanto tiempo al mejor
postor, que durante años han estado engañando al pueblo de forma consciente y
que, ahora, cuando les cierran el kiosco y los ponen en la calle, se convierten
en los grandes defensores de la libertad de expresión y de la lengua. Y ese
pueblo que lo sabe, que todos, los unos y los otros, lo único que quieren es
llevárselo calentito y a ellos que los jodan. Ese pueblo es el que sale a la
calle para reivindicar el trabajo de los unos, periodistas mercenarios, y los
otros, los gansters metidos en política. Ese pueblo, creedme, les volverían a
votar en las próximas elecciones, aunque muchos fueran condenados por los
tribunales de justicia.
Pero el colmo fue lo de ayer. Ver a Del
Nido, ya expresidente del Sevilla, anunciando su dimisión y pidiendo perdón por
haber sido condenado mientras ostentaba el cargo de la entidad futbolística, y
no por haber choriceado 4 millones de euros a los ciudadanos marbellíes,
anunciando, con impresionante desfachatez, que él se sigue viendo inocente y
que confía en no ir a la cárcel porque espera el indulto del gobierno, y
mostrando su soberbia de poder cuando dice: “no estaré a vuestro lado, pero
sentiréis mi aliento en el cogote”, así, chulo y prepotente, para terminar
vitoreado por los fieles sevillistas, entre lágrimas y “Vivas” al Sevilla, fue asqueroso, vomitivo y absolutamente
irracional. Este país es una puta vergüenza, el más terrible de los
esperpentos, el gran corral de los descerebados, de los cobardes y los serviles.
España tiene un terrible excedente de retraso mental. Y sí, los que nos
gobiernan sí nos representan, porque son el fiel espejo de lo que, en realidad,
somos. Un país de chiste patético.
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