“Millonarios insalubres viajan por todo el mundo, con la cartera llena,
en busca del órgano que les salve la vida. La muerte del otro no es más que una
simple anécdota. Pero en España, afortunadamente, no ocurre todavía. Aquí no
media el dinero en cuestiones de vida o muerte, aunque algunos sólo codicien la
bolsa”, dijo el doctor.
.
Andrés no era millonario y sus órganos estaban intactos en el momento del
accidente. Siempre anheló una vida sin preocupaciones, llena de asombros y nuevos
descubrimientos. Sin embargo, la rutina de su anodina existencia le aplastaba.
Sin trabajo desde hacía tanto, sin amigos –ya todos hartos de sufrir sablazos-
y sin ese amor que en él se desbordaba se sentía hueco, habitante en el vacío insondable de un pozo profundísimo. Lo había perdido todo en esta insufrible
crisis que tanto estaba castigando a los ciudadanos más vulnerables del país. Ya
había agotado todas las ayudas, ya no disponía ni de cobertura sanitaria. Se había convertido en nadie, un despojo social, un ser absolutamente prescindible. Y, ante
tanto desamparo, un grito mudo pugnaba en su interior, rebelándose contra su asfixiante soledad. ¡Cuánta tristeza acumulada en la invisibilidad impuesta! ¡Qué fría y
oscura su cárcel de silencio! Necesitaba
un respiro, subir a la terraza y tomar el aire, mirar al cielo y observar el
vuelo reconfortante de los pájaros. Si después subió a la barandilla fue sólo
por sentir toda la plenitud del sol sobre su pecho y, aunque dijeran todos lo
periódicos lo contrario, posiblemente tropezó. Nunca pudo imaginarse cuánto cambiaría su
vida tras la caída. De repente, despertó y vio la mágica mano del doctor sobre
otra mano extraña, ahora suya. su corazón latía aceleradamente, aunque
estuviese a kilómetros de distancia, y los riñones todavía permanecían helados,
a la espera de calor humano de alguien ajeno. Se sintió extraño, como estuviese en varios lugares
a la vez y todos los otros se hubieran unido a él en un impulso
vital por la existencia. Ahora su vida era compartida y plena de armonía y el amor y la entrega eran premisas fundamentales. Sí, volvió a sentir ese calor que
desprende el roce humano y quiso comunicárselo al doctor, pero no le salió la
voz. Las insólitas cuerdas vocales no obedecían la orden de su conciencia. Sólo
pudo mirarle, con sus córneas doloridas, enternecido y en silencio.
El doctor le devolvió la mirada con afabilidad y le dijo: “No se esfuerce, le comprendo y sé que es feliz. Ya logramos el milagro, ahora descanse en compañía de su familia, que yo
seguiré luchando, sin nos deja este gobierno, para que perviva nuestro
departamento y, una y otra vez, existan historias de muerte y vida como la suya.”
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