¡Qué alegría! Por fin, tras años de
sacrificio de todos los españoles, hemos logrado reducir el IPC. Los
sacrificios en pos de la competitividad y la bajada de salarios en los curritos
lo han hecho posible, es más, se ha conseguido a pesar del mantenimiento o aumento
de los emolumentos de las élites. ¡Qué gran proeza! Ahora exportamos más que
antes, para regocijo de multinacionales y grandes empresarios, e importamos más
barato, gracias a la reducción de la prima hispanoalemana. Es cierto que el
pescado no se puede oler en las casas más humildes y que el pollo y las patatas
se han convertido en alimentos prohibitivos. Pero qué importancia tiene eso
cuando el rico puede comprarse un Ferrari o un chalet a precios más ventajosos.
Y si a usted por casualidad le tocase la lotería mañana, tendría acceso a una
barrita de oro o a cualquier artículo de lujo a un precio mucho más bajo de lo
que nunca pudo comprarlo ayer. Si, ahora, hasta los restaurantes de lujo, de
esos que antes venían cobrando 300 euros por comensal, preparan menús a poco más
de 100 euros.
¡Qué alegría! ¿Verdad? Porque los grandes expertos económicos de nuestro
gobierno afirman que todo esto se traducirá en poco tiempo en más puestos de
trabajo. Y es lógico pensar que si al que tiene muchísimo dinero le damos más,
éste lo invertirá, ¿no?, muy a pesar del hinchamiento de las cuentas suizas.
¿Para qué nos vamos a preocupar de lo que no es más que pecata minuta? Lo importante es que se mueva el negocio de las
empresas, que se consuman más Lamborghinis y Rolex y Gucci y Rayban y…, sin olvidarnos
de la “New Cousin”.
Colas en un comedor público español |
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