Como siempre, algo de verdad habrá en la sabiduría popular, aún cuando los límites entre sabiduría y superchería se confundan demasiadas veces. La mayoría del pueblo desconoce que antes se invertía cada mes de junio en el riego intensivo de insecticidas en las marismas onubenses, con lo que el groso de larvas de mosquitos eran destruidas y ya no parece haber dinero en las arcas municipales y autonómicas para tales menesteres. Es decir, que el número de mosquitos ha crecido exponencialmente al mismo ritmo que el de aves insectívoras y murciélagos nocturnos. Pero lo que si sabe el pueblo, y no por inteligencia sino porque se lo traga cada noche, es que todos los veranos, aprovechando el exilio natural a las playas de los vecinos de la urbe que se lo pueden permitir, las fábricas del polo químico de Huelva abren las espitas de chimeneas y tuberías y sueltan aires y vertidos irrespirables. Y uso la palabra irrespirables con pleno conocimiento de su significado, porque más de una vez hemos tenido que cerrar las ventanas, a pesar del calor, ya que el escozor en los ojos y la irritabilidad de las vías respiratorias era insoportable.
No, los poderosos señores de la industria química no experimentan con los insectos con la idea de convertirlos en armas indestructibles contra el pueblo, experimentan directamente con nosotros, nos envenenan por ambición y por codicia, por la rentabilidad económica de sus bolsillos. Y el gobierno se muestra agradecido por ello, ya que les evita gastos superfluos en viejos que vivos ya no sirven para nada. No sé cuántos mueren envenenados cada verano en este rincón olvidado de España, ni existen, ni interesan las estadísticas sobre ello, pero seguro que serán muchos. Mientras tanto, el pueblo llano protesta a su manera en calles y farmacias, paseando sus rostros marcados por las ostias auto-infligidas y el miedo a toparse con una nueva nube de mosquitos monstruosos. ¡Qué gran negocio para la industria farmacéutica!
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