CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA
Suburbio de Potârnichea, Constanza. |
Nicoleta llegó a Huelva con un contrato de unos meses para trabajar en la campaña de la fresa. Ya le habían contado las amigas, allá en Rumanía, que era un infierno la faena bajo el sol implacable del sur de España. Pero ella temía más a la miseria en la que vivía y a los continuos malos tratos de los varones de su familia. Allá la alquilaban desde jovencita a extranjeros solventes y pervertidos. Y si a ella se le ocurría decir que no la molían a ostias. Escapó gracias al contrato que llegó desde España y una vez aquí descubrió que además de faenar en las fresas podría hacer, en sus horas libres, lo mismo que allí, pero sin que nadie la abofeteara ni le quitase el dinero. Pasaron los meses y la campaña de fresas terminó y, en lugar de volver, decidió quedarse, buscándose la vida con incautos y malqueridos hombres. Meses después la conoció Julio, empresario de hostelería y recién salido de la cárcel en la que estuvo 4 meses. Sus negocios, legales e ilegales, seguían funcionando, de modo que la pasta seguía fluyendo, pero en cuestión de amores se sentía aún más solo que en presidio. Total, que en la noche se encontraron ambos y decidieron unirse. Nicoleta entró a trabajar en uno de los bares de Julio y en su casa, en cuya cama de matrimonio concibieron a Julito. Un par de meses de felicidad hasta que la panza de la tía buena se convirtió en un obstáculo. Sé que ésta última expresión molestará a algunas, pero qué queréis que os diga, así es como piensa don Julio. Y enseguida Julio la relevó en el bar por otra rumana de buen ver. Y con el tiempo, mientras Nicoleta daba de mamar a Julito en el salón, don Julio se follaba a Nina en el dormitorio. Nicoleta aguantó casi dos años así, en los que también le puso alguna vez los cuernos a don Julio. Éste ya ni la miraba y los continuos reproches aduciendo que él no era el padre de aquel niño se convirtieron en el pan de cada día. Tres años después de su llegada a Huelva, Nicoleta y su hijo sin apellido paterno subieron a un autobús con destino a Rumanía.
Suburbio de Potârnichea, Constanza |
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